domingo, 30 de diciembre de 2012

SAGRADA FAMILIA DE JESÚS, MARÍA Y JOSÉ



“¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”

Somos familia de Dios. Dios ha saltado todas las barreras para unirnos a El. No somos siervos sino hijos en el Hijo y coherederos. Jesús ha nacido como uno de nosotros para que nadie arrebate ni profane jamás la identidad y dignidad humana. En el Hijo de Dios la filiación entraña fraternidad. Estamos emparentados en nuestro destino. Ese es el horizonte de nuestras relaciones. Ya no estamos solos sino caminando hacia el Padre, con Cristo y su Espíritu, miembros de Su cuerpo, parte de su familia hacia el Reino. Quien lo olvida, olvida qué es ser verdaderamente humano.

Cuando muchos se empeñan en hacernos creer que el hombre es lobo para el hombre, los cristianos decimos. ¡No!. Porque según aprendemos de Jesucristo, “el hombre es hermano para el hombre”. Y si no lo es, puede llegar a serlo. La familia humana es don y tarea para cada ser humano.

La fiesta de la Sagrada Familia nos ayuda a ensanchar el valor de la familia. A extender la solidaridad propia del vínculo familiar a cualquiera que sea nuestro prójimo. Podemos comenzar cambiando el modo de mirar a quienes tenemos al lado, sea quien sea, venga de donde venga. No mirarlo como rival o amenaza, sino como una persona amada por Dios, por la que Cristo ha venido a dar su vida; una persona con una historia -en ocasiones dolorosa- , un rostro donde ver el de Cristo. La Navidad se juega en el modo de mirar y actuar desde la fraternidad cristiana que nos vincula con todos al servicio de la dignidad y alegría de todos.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

Los rituales y ceremonias tradicionales pueden ser una mímica vacía cuando se hacen sin fe. O pueden ser, como en este caso, la expresión concreta y visible de una profunda relación con Dios. Ana no solo lleva una ofrenda material -los animales para sacrificar- Ana lleva ante Dios toda su vida, entrega de amor y gratitud.

Lectura del primer libro de Samuel 1, 20-22. 24-28

En aquellos días, Ana concibió, y a su debido tiempo dio a luz un hijo, al que puso el nombre de Samuel, diciendo: "Se lo he pedido al Señor". El marido, Elcaná, subió con toda su familia para ofrecer al Señor el sacrificio anual y cumplir su voto. Pero Ana no subió, porque dijo a su marido: "No iré hasta que el niño deje de mamar. Entonces lo llevaré y él se presentará delante del Señor y se quedará allí para siempre". Cuando el niño dejó de mamar, lo subió con ella, llevando además un novillo de tres años, una mediada de harina y un odre de vino, y lo condujo a la Casa del Señor en Silo. El niño era aún muy pequeño. Y después de inmolar el novillo, se lo llevaron a Elí. Ella dijo: "Perdón, señor mío, ¡por tu vida, señor!, yo soy aquella mujer que estuvo aquí junto a ti, para orar al Señor. Era este niño lo que yo suplicaba al Señor, y él me concedió lo que le pedía. Ahora yo, a mi vez, se lo cedo a él: para toda su vida queda cedido al Señor". Después se postraron delante del Señor.
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo 83, 2-3. 5-6. 9-10

R. ¡Señor, felices los que habitan en tu Casa!

¡Qué amable es tu Morada, Señor del Universo! Mi alma se consume de deseos por los atrios del Señor; mi corazón y mi carne claman ansiosos por el Dios viviente. R.

¡Felices los que habitan en tu Casa y te alaban sin cesar! ¡Felices los que encuentran su fuerza en ti, al emprender la peregrinación! R.

Señor del universo, oye mi plegaria, escucha, Dios de Jacob; protege, Dios, a nuestro Escudo y mira el rostro de tu Ungido. R.


SEGUNDA LECTURA

Somos hijos e hijas de Dios. Somos su familia aquí, en la tierra. Nuestro vínculo con Dios es sólido y permanente, es un lazo que él ha establecido para invitarnos a compartir su intimidad y comunión.

Lectura de la Primera carta de san Juan 3, 1-2. 21-24

Queridos hermanos: ¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a él. Queridos míos, desde ahora somos hijos de Dios, y lo que seremos no se ha manifestado todavía. Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es. Queridos míos, si nuestro corazón no nos hace ningún reproche, podemos acercarnos a Dios con plena confianza, y él nos concederá todo cuanto le pidamos, porque cumplimos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Su mandamiento es éste: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros como él nos ordenó. El que cumple sus mandamientos permanece en Dios, y Dios permanece en él; y sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.
Palabra de Dios.

EL EVANGELIO PARA EL DÍA DE HOY

Como todos los padres de la tierra, José y María tuvieron que aceptar que su hijo comenzara un camino propio. Y como todos los adolescentes de la tierra, Jesús no pudo independizarse totalmente de ellos hasta que no creció en sabiduría, estatura y gracia. En este proceso, donde las relaciones van madurando en medio de tensiones y de búsquedas, pedimos también hoy que el Espíritu Santo sane los vínculos y ayude a crecer a todos los miembros de la familia en el camino que los hará felices.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 2, 41-52

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?". Ellos no entendieron lo que les decía. Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

La eucaristía reúne en familia a los discípulos. Familia orientada hacia Dios en los diferentes proyectos de vida. Orientada por el altar que representa a Cristo y alrededor de su mesa, memorial de la cruz y anticipo del banquete del Reino. Cada domingo celebramos y visibilizamos que Dios nos ha emparentado consigo y entre nosotros. Es el amor de Dios quien genera vínculos relacionales en la libertad y la fraternidad ¿cómo no recibirlo con alegría?

Desde que tuvo uso de razón, Jesús se supo lleno de Espíritu, movido por una pasión, buscaba la sabiduría junto a los doctores y maestros de la Ley. Desde pequeño buscaba realizar las “cosas del Padre”, el amor de Su voluntad. Hombre de deseos, los integró todos al servicio del Reino.

El corazón de su Madre ha guardado y transmitido este recuerdo que hoy nos propone el evangelio. Ya desde niño su identidad se abría paso a la sombra del Templo, la Casa de Dios y lugar de la manifestación del Mesías que en la muerte y resurrección de Cristo quedará superado para siempre. Es el cuerpo de Jesús, su carne y su persona, el lugar de la plena manifestación de Dios en la historia humana.

Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy expresan su vocación y conciencia de filiación con el Eterno. Su “deber” consiste en “estar en la Casa de su Padre”. Habitado Él mismo por el Espíritu, con esas palabras resume todo su futuro trabajo, sufrimiento y gloria.

La fiesta de la Sagrada Familia es buena ocasión para reconocer la importancia de la familia en la sociedad. La familia, sostenida por el pilar de los esposos, refleja a su manera la vida comunitaria que existe en Dios (Uno y Trino), al crear al varón y la mujer. Desde su origen, la comunidad cristiana se ha caracterizado por defender y proteger el valor de la familia según el proyecto de Dios, entendida como una comunidad de vida y amor. Ya en tiempos de las comunidades primitivas, los cristianos afirmaban que la transmisión de la vida no sólo era un acto de reproducción de la especie, sino un modo de colaborar con Dios en su historia de salvación. Crear, transmitir y cuidar con dignidad la vida humana nos asemeja al Creador, fuente de toda vida.

Las lecturas de hoy, si bien reflejan la mentalidad de la época en las que fueron escritas, contienen valores imperecederos. Hablan del valor de la paternidad y maternidad. Invitan a honrar al padre y la madre; a dialogar y escucharse en la familia; a reconocer el papel de cada miembro del hogar; a ejercer la solidaridad intergeneracional. Pero por encima de todo, la Palabra de hoy insiste en que sean el amor y el perdón los ceñidores de la unidad consumada. Sin amor o sin perdón, sin escucha o diálogo, ¿qué familia puede superar las dificultades?

Celebrar las familias implica colaborar con ellas para que continúen prestando su insustituible servicio a la vida social, defender sus derechos y recordar sus responsabilidades. Pero también es buena ocasión para que la comunidad cristiana recupere como parte de su verdad e identidad, el horizonte de la fraternidad y sus implicaciones en el campo de las relaciones.

La familia de Jesús no se redujo a la familia de Nazaret, abarcaba a todos sus discípulos que sabiéndolo o no, cumplían la Palabra de Dios. Cuando llegó el momento Jesús abandonó su hogar de Nazaret para generar lazos familiares entre sus discípulos, comenzando así la predicación e instauración del Reino. Jesús pretendió que esa nueva familia se caracterizara por la fraternidad como criterio de actuación entre sus miembros.

En la actualidad, hay muchas familias desestructuradas, mucha gente sola, muchos niños o ancianos necesitados de un ambiente de seguridad, afecto y dignidad. La fidelidad a Jesús reclama de nosotros estar atentos para recrear donde sea necesario espacios y estilos que favorezcan el desarrollo humano y cristiano de todos aquellos que no tuvieron suerte con sus familias de origen. Si cultivamos vínculos de amistad y fraternidad, podemos generar relaciones fuertes capaces de proteger la dignidad y alegría de muchas personas que de otro modo se sentirían desamparadas.

Toda comunidad cristiana que se precie debería estar alerta para facilitar la transmisión de la vida y de la fe a las familias que la componen, especialmente a las más jóvenes. Pero también debería cuidar a las personas que viven solas o desarraigadas para tejer con ellas una fraternidad solidaria e incluyente. No sólo estamos juntos para celebrar la fe sino también debemos permanecer unidos para honrar la vida en todas sus etapas. Porque en la comunidad cristiana como en cualquier familia de verdad, importa que todos cuiden de todos.

ESTUDIO BÍBLICO

¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?

La tradición litúrgica reserva este primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. El tiempo de Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que deja en lo recóndito de esa ciudad de Galilea, desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en el relato de la Anunciación de Lucas y en el evangelio de hoy, una carga muy peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde Jesús se hace hombre también, donde su personalidad psicológica se cincela en las tradiciones de su pueblo, y donde madura un proyecto que un día debe llevar a cabo. Sabemos que históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un secreto que guarda Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar, que significa vigilar o florecer; el nombre de Nazaret sería flor o vigilante). En todo caso, Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una llamada eterna a escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María.

Iª Lectura: Eclesiástico (3,3-7;14-17): El misterio creador de ser padres

La primera lectura de este domingo está tomada del Ben Sirá  o Eclesiástico. Tener un padre y una madre es como un tesoro, decía la sabiduría antigua, porque sin padre y sin madre no se puede ser persona. Por eso Dios, a pesar de que lo confesamos como Omnipotente y Poderoso, no se encarnó, no se acercó a nosotros  sin ser hijo de una madre. Y también aprendió a tener un padre. La familia está formada por unos padres y unos hijos y nadie está en el mundo sin ese proceso que no puede reducirse a lo biológico. No tenemos otra manera de venir al mundo, de crecer, de madurar y ello forma parte del misterio de la creación de Dios. Por eso el misterio de ser padres no puede quedar reducido solamente a lo biológico. Eso es lo más fácil, y a veces irracional, del mundo. Ser padres, porque se tienen hijos, es un misterio de vida que los creyentes sabemos que está en las manos de Dios.

Como el relato de Lucas estará centrado en la respuesta de Jesús a “las cosas de mi Padre”, se ha tenido en cuenta el elogio del padre humano de Jesús, que no es otro que José, tal como se le conocía perfectamente en Nazaret. Aunque Jesús, o Lucas más bien, ha querido decir que el “Padre” de Jesús es otro, no se quiere pasar por alto el papel del “padre humano” que tuvo Jesús en Nazaret. Incluso la arqueología nos muestra esa casa de José dónde se llevó a María; donde Jesús vivió con ellos hasta que, contando como con unos treinta años, abandonó su hogar para dedicarse a la predicación del Reino de Dios; donde posteriormente se reúne una comunidad judeo-cristiana para vivir sus experiencia religiosas.

IIª Lectura: Colosenses (3,12-21): Los valores de una familia cristiana

La lectura de este domingo es de Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en la comunidad. Lo que se pide para la comunidad cristiana -misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el “Cuerpo de Cristo”, son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han sido llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se pueda decir que se quede en lo humano. No es eso lo que se puede pedir a nivel social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar desde esa vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana, sino religiosa. Es posible que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido cosas como estas, pero el autor de Colosenses está hablando a cristianos y trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de ello se deben “revestir”.

El segundo momento es, propiamente hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de miras, ya que las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias de una época que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son significativas. Todos somos iguales ante el Señor y ante todo el mundo, de esto no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar contra la liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser cristianos,  no podemos construir una ética familiar que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el código familiar cristiano debe tener un perfil que asuma los valores que se han pedido para “revestirse” y construir el  “cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto, la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda familia, lo deben ser más para una familia que se sienta cristiana. Si los hijos deben obedecer a sus padres, tampoco es por razones irracionales, sino porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura para ellos.

Evangelio: Lucas (2,41-52): "Las cosas de mi Padre"

III.1. Esta escena del evangelio, “el niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación exegética. Para los que hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy, sería solamente el ejemplo de cómo Jesús es “obediente”. Pero la verdad es que sería una lectura poco audaz y significativa. El relato tiene mucho que enseñar, muchas miga, como diría algún castizo. Es la última escena de evangelio de la Infancia de Lucas y no puede ser simplemente un añadido “piadoso” como alguno se imagina. Desde el punto de vista narrativo, la escena de mucho que pensar. Lo primero que debemos decir que es hasta ahora Jesús no ha podido hablar en estos capítulos (Lc 1-2). Siempre han hablado por él o de él. Es la primera palabra que Jesús va a pronunciar en el evangelio de Lucas.

III.2. El marco de referencia: la Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano, la purificación (Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar la tesis de algunos autores de prestigio que se han aventurado a considerar la escena como un añadido posterior. Reducirla simplemente a una escena anecdótica para mostrar la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su contenido dinámico. Es verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese sentido viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte a la edad de los doce años, en realidad según el texto podríamos interpretarlo “después de los doce”, es decir, los treces años, que es el momento en que los niños reciben su Bar Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento) y se les considera ya capaces de cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y responsable de sus actos y de cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que este simbolismo esté en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se debe tener en cuenta. De ahí que se nos muestre discutiendo con los “los maestros” en el Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su madre-, estaban buscándolo angustiados (odynômenoi). En todo caso, las referencias a los acontecimientos de la resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en principio, debe más a su simbología de la pascua que a la anécdota histórica de la infancia de Jesús. Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de la vida de Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa sería una exégesis ajustada del pasaje, sin que por ello se cierren las posibilidades de otras lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2, viene a ser una introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen de todo ello.

III.3. Las palabras de Jesús a su madre se han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no sabíais que debo estar en la casa de mi padre?”, como han hecho muchos. El sentido cristológico del relato apoya la primera traducción. Jesús está entre los doctores porque debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los preceptos que ellos interpretan y que sin duda son los que, al final, le llevarán a la muerte y de la muerte a la resurrección. Es verdad que con ello el texto quiere decir que es el Hijo de Dios,  de una forma sesgada y enigmática, pero así es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que Lucas hace hablar al “niño” y lo hace para revelar qué hace y quién es.  Por eso debemos concluir que ni se ha perdido, ni se ha escapado de casa, sino que se ha entregado a una causa que ni siquiera “sus padres” pueden comprender totalmente. Y no se diga que María lo sabía todo (por el relato de la anunciación), ya que el mismo relato nos dirá al final que María: “guardaba todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque María en Lc 1-2, no es solamente María de Nazaret la muchacha de fe incondicional en Dios, sino que también representa a una comunidad que confía en Dios y debe seguir los pasos de Jesús.

III.4. Y como la narración de Lc 2,41-52 da mucho de sí, no podemos menos de sacar otras enseñanzas posibles. Si hoy se ha escogido para la fiesta de la Sagrada Familia, deberíamos tener muy en cuenta que la alta cristología que aquí se respira invita, sin embargo, a considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y se ha hecho “persona” humana en el seno de una familia,  viviendo las relaciones afectivas de unos padres, causando angustia, no solamente alegría, por su manera de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización de lo divino lo que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo de Dios no hubiera sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido en familia, por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a partir de la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi Padre”, esto no sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa, respetar y venerar a sus padres y decidir un día romper con ellos para dedicarse a lo que Dios, el Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el reinado de Dios. Es esto lo que se preanuncia en esta narración, antes de comenzar su vida pública, en que fue necesario salir de Nazaret, dejar su casa y su trabajo… Así es como se ocupaba de las cosas del Padre.



domingo, 23 de diciembre de 2012

DOMINGO 4º DE ADVIENTO


“¡Dichosa tú que has creído!”

 “¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”

En los anteriores domingos de este Adviento las celebraciones eucarísticas nos han anunciado la esperanza y la fortaleza que los creyentes estamos llamados a vivir en los dramas de la historia, porque Dios viene para liberarnos del mal y sus consecuencias en nuestras vidas y en nuestro tiempo. Juan Bautista, Isabel y, sobre todo, María son modelos magníficos para nuestra experiencia cristiana.

Dios manifiesta su predilección por lo pequeño y por la grandeza de ánimo de los pequeños y humildes. Lo que hay que hacer en la vida cotidiana está, pues, al alcance de todos y de cada uno. Es Dios quien acrecienta el resultado de nuestros esfuerzos.

Nada nos exime de colaborar con el Dios que se acerca anunciando un mundo mejor. Las grandes dificultades que vivimos son un desafío para la creatividad y la solidaridad, y también para la fe en que Dios mismo, hecho uno de nosotros, nos acompaña con su ternura y con su poder.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

I LECTURA

Dios nos invita a mirar con sus ojos, y nosotros a veces pensamos que la salvación está en manejar el poder y los recursos de las grandes potencias. Y Dios nos hace mirar a Belén, la más pequeña de las aldeas de Judá. Cuando el antiguo Israel se vio amenazado por el gigante Goliat, desde Belén salió David, un adolescente que llegó a ser el jefe del pueblo. Ahora miramos nuevamente hacia Belén, porque de allí saldrá el Buen Pastor.

Lectura de la profecía de Miqueas 5, 1-4a

Así habla el Señor: "Tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti, me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial. Por eso, el Señor los abandonará hasta el momento en que dé a luz la que debe ser madre; entonces el resto de sus hermanos volverá junto a los israelitas. Él se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios. Ellos habitarán tranquilos, porque él será grande hasta los confines de la tierra. ¡Y él mismo será la paz!".
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo 79, 2ac. 3b. 15-16. 18-19

R. Restáuranos, Señor del universo.

Escucha, Pastor de Israel, tú que tienes el trono sobre los querubines, resplandece, reafirma tu poder y ven a salvarnos. R.

Vuélvete, Señor de los ejércitos, observa desde el cielo y mira: ven a visitar tu vid, la cepa que plantó tu mano, el retoño que tú hiciste vigoroso. R.

Que tu mano sostenga al que está a tu derecha, al hombre que tú fortaleciste, y nunca nos apartaremos de ti: devuélvenos la vida e invocaremos tu Nombre. R.

SEGUNDA LECTURA

"Me formaste un cuerpo" Es en esta realidad concreta, sensible, corporal, en la que damos culto a Dios. Cuando la vida entera se convierte en ofrenda, ya no hay separación entre lo espiritual y lo corporal: todo el ser es una oblación. Así fue la vida de Jesús, entrega total.

Lectura de la carta a los Hebreos 10, 5-10

Hermanos: Cristo, al entrar en el mundo, dijo: "Tú no has querido sacrificio ni oblación; en cambio, me has dado un cuerpo. No has mirado con agrado los holocaustos ni los sacrificios expiatorios. Entonces dije: Dios, aquí estoy, yo vengo ?como está escrito de mí en el libro de la Ley? para hacer tu voluntad". Él comienza diciendo: "Tú no has querido ni has mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios, a pesar de que están prescritos por la Ley". Y luego añade: "Aquí estoy, yo vengo para hacer tu voluntad". Así declara abolido el primer régimen para establecer el segundo. Y en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre.
Palabra de Dios.

EL EVANGELIO PARA EL DÍA DE HOY

Esta lectura nos trae una escena que se repite en muchas casas: dos mujeres embarazadas, parientes, se encuentran y comparten sus esperanzas y sus deseos. En este acto sencillo, cotidiano, familiar, Dios gesta su presencia en medio de los hombres. Esta manifestación no viene impuesta "desde arriba" ni busca deslumbrar desde los centros de poder. Por el contrario, aparece en el encuentro fraternal, en los corazones que reconocen el paso de Dios, que trae alegría y renovación a cada hogar y a todas las personas.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 1, 39-45

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas ésta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su vientre, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi vientre. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

“¡Dichosa tú que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”

Como hombres y mujeres de nuestro tiempo y nuestra cultura estamos acostumbrados a valorar los acontecimientos como manifestación de nuestros deseos, nuestra creatividad y nuestro poder. Y desde ahí determinamos qué es lo pequeño y lo grande, quiénes son los pequeños y los grandes.

La Palabra de Dios nos trasmite otra posible forma de pensar, de valorar, y de situarnos ante los hechos que llenan la experiencia de cada día y las aspiraciones para el futuro.

El gran protagonista de la historia que rememoran el Adviento y la Navidad es Dios mismo. No se conformó con crear el mundo y a los hombres para después mantenerse al margen, Es él quien toma la iniciativa, quien lanza metas y propone caminos, quien nos acoge en nuestros quebrantos y quien tercamente nos insiste en que, más allá de lo circunstancial y pasajero, sigue habiendo un margen para la esperanza.

Esa convicción tan cristiana no está reñida con nuestra responsabilidad. Y nos interpela a una sencilla y productiva colaboración con Él.

Claro que esto tiene sus consecuencias en nuestro modo de ver la vida y situarnos ante ella.

Una primera consecuencia es la valoración de lo pequeño. Belén de Judá es un buen ejemplo. El Mesías no llegará a nosotros desde lo deslumbrante de una gran ciudad, sino desde una pequeña aldea. Los ojos de los que esperaban algo grande sólo lo descubrirán si se fijan en lo pequeño, si no desprecian lo que fácilmente pudiera pasar desapercibido.

Una segunda consecuencia es el enaltecimiento de lo cotidiano. Cristo cuando entra en el mundo no ofrece al Padre holocaustos o víctimas costosas. Ofrece su propio cuerpo: lo que le hace vulnerable al cansancio, la enfermedad, el dolor y la muerte. También a los sencillos gozos de la vida y la amistad. El que “pasó por uno de tantos” lleva en la sencillez de su persona la salvación de todos.

Otro tanto hizo María al llegar a la casa de Isabel en la montaña. No viene cargada de ricos regalos, trae su presencia, su cercanía, su solidaridad.

Isabel pone palabra a la actitud de fondo: María es feliz porque ha creído. La fe no es una experiencia que atormente o eche pesados fardos sobre nuestras espaldas. Tampoco es una ideología que encubra nuestras frustraciones. Ni el opio que nos haga olvidar a las personas y a los pueblos los dramas y las injusticias de la historia. La mejor historia de los creyentes es también la de los más lúcidos y esforzados compromisos con los más pequeños de la Tierra.

Pero María no es feliz por cualquier cosa. Es feliz porque confía en que lo que le ha dicho el Señor se cumplirá.

¿Es así nuestra fe? ¿Va más allá de la memoria de algunas doctrinas, el cumplimiento de unas normas y el servicio del culto? ¿Nos lleva a valorar lo pequeño a los ojos del mundo como lo grande a los ojos de Dios? ¿Nos pone, tal como somos, al servicio del Reino y al de los demás humanos? ¿Nos mantiene en esta historia compleja con la alegría de saber que lo que Dios nos promete se cumplirá?

ESTUDIO BÍBLICO

El silencio de María en la fe y la esperanza

Iª Lectura: Miqueas (5,1-4): El misterio de lo pequeño

I.1. Las lecturas de este domingo quieren magnificar todo esto que está llegando como lo más concreto de la Navidad. El profeta Miqueas, contemporáneo del gran profeta Isaías, con palabras menos brillantes que ese maestro, pero con intuición no menos radical, presenta los tiempos salvíficos desde la humildad de Belén, donde había nacido David. Por lo mismo, el Mesías  debe venir de otra manera a como se le esperaba. Su experiencia de la invasión asiria y su escándalo de cómo siente y vive Jerusalén, la capital, le inspira un mensaje que ha sido “adaptado” como oráculo mesiánico sobre Belén, el pueblo donde nació el rey David.

I.2. Como sucede en muchos oráculos proféticos no hay nitidez entre el presente inmediato y el futuro. Si miramos el texto en profundidad podría inferir algunos aspectos interesantes y teológicos: Del nuevo rey se destaca: 1) sus orígenes humildes, como humildes fueron los orígenes de David, significados en la aldea de Belén; 2) su continuidad con la dinastía davídica, que gobierna al pueblo "desde tiempo inmemorial"; 3) será el final del tiempo actual de abandono y dispersión: el pueblo entero, incluso el Reino del Norte destruido, será nuevamente reunido; 4) en él se manifestará la obra de Dios que, a través de este rey, velará por su pueblo; 5) el objetivo es que el pueblo pueda vivir en paz, liberado de las angustias que ahora sufre: por eso este rey tiene como nombre la misma paz.

I.3. Este oráculo del profeta Miqueas sobre Belén de Éfrata es asumido en la tradición cristiana por el uso que hacen de él claramente Mateo (2,5-6) y Juan (7,42), con una pregunta con la que se quiere parafrasear una tradición judía. Se consigna la villa de Belén de Judá como el lugar de nacimiento del Mesías esperado. Pero la verdad es que Jesús nunca dio a entender que hubiera nacido en Belén de Judá y más bien parece nacido en Nazaret (cf. Jn 1,45-46; 19,19). Por eso habría que pensar que, fuera de este texto que la tradición cristiana valora en profundidad, el judaísmo oficial pensaba más en Jerusalén, como “ciudad de David” que le pertenecía por conquista. Luego, los cristianos, al aceptar a Jesús como Mesías, después de la resurrección, vieron lógico que naciera en Belén. Pero, asimismo, quisieron ver en el cumplimiento de este oráculo el sentido de lo pequeño y de lo insignificante frente al poder de la capital, donde se decidió la muerte de Jesús. Porque ése es, sin duda, el sentido que también tiene el texto del profeta Miqueas.

IIª Lectura: Hebreos (10,5-10): Una vida personal para unirnos a Dios

II.1. En la carta a los Hebreos (10,5-10) aparece otro lenguaje distinto para hablar también de la encarnación y de la disponibilidad del Hijo eterno de Dios para ser uno de nosotros, para acompañarnos en ser hombres. Su vida es una ofrenda, no de sacrificios y holocaustos, que no tienen sentido, sino de entrega a nosotros. El texto está construido con el apoyo en el Salmo 40. El autor de la carta rechaza los sacrificios (cuatro géneros de sacrificios) para mostrar su inoperancia: en realidad todos los sacrificios de animales y ofrendas de cualquier tipo, y presenta la vida de Cristo, el Sumo Sacerdote, como verdadero sacrificio: porque es personal.

II.2. El autor considera que es un oráculo de la venida y de la presencia de Cristo: “He aquí que vengo para hacer tu voluntad”. La “encarnación”, pues, viene a sustituir los sacrificios antiguos, porque “Alguien” ha venido de parte de Dios para personalizar humanamente la voluntad de Dios. El culto ritual, pues, frente a la encarnación es lo que el autor infiere de todo este contexto del Sal 40. De esa manera ya desde su “venida”, desde su encarnación, desde su nacimiento, se muestra el misterio de la ofrenda que va a la par con la conciencia más radical. Por eso, en virtud de esta voluntad de Dios, la historia humana y religiosa no se resuelve con la inoperancia de ofrendas sin alma y sin corazón. Dios tenía un proyecto de estar con nosotros para siempre (de una vez por todas). El “cuerpo” en este caso es la persona, su historia desde el primer momento hasta el final.

Evangelio: Lucas (1,39-45): María: confianza absoluta en Dios

III.1. El evangelio de Lucas relata la visita de María a Isabel; una escena maravillosa; la que es grande quiere compartir con la madre del Bautista el gozo y la alegría de lo que Dios hace por su pueblo. Vemos a María que no se queda en el fanal de la “anunciación” de Nazaret y viene a las montañas de Judea. Es como una visita divina, (como si Dios saliera de su templo humano) ya que podría llevar ya en su entrañas al que es “grande, Hijo del Altísimo” y también Mesías porque recibirá el trono de David. ¡Muchos títulos, sin duda! Es verdad que discuten los especialistas si el relato permite hacer estas afirmaciones. Podría ser que todavía María no estuviera embarazada y va a la ciudad desconocida de Judea para experimentar el “signo” que se le ha dado de la anunciación de su pariente en su ancianidad. Por eso es más extraño que María vaya a visitar a Isabel y que no sea al revés. La escena no puede quedar solamente en una visita histórica a una ciudad de Judá. Sin embargo, esa visita a su parienta Isabel se convierte en un elogio a María, “la que ha creído” (he pisteúsasa). Gabriel no había hecho elogio alguno a las palabras de María en la anunciación: “he aquí la esclava del Señor…”, sino que se retira sin más en silencio. Entonces esta escena de la visitación arranca el elogio para la creyente por parte de Isabel e incluso por parte del niño que ella lleva, Juan el Bautista.

III.2. Vemos a María ensalzada por su fe; porque ha creído el misterio escondido de Dios; porque está dispuesta a prestar su vida entera para que los hombres no se pierdan; porque puede traer en su seno a Aquél que salvará a los hombres de sus pecados. Este acontecimiento histórico y teológico es tan extraordinario para María como para nosotros. Y tan necesario para unos y para otros como la misma esperanza que ponemos en nuestras fuerzas. Eso es lo que se nos pide: que esa esperanza humana la depositemos en Jesús. Pero es verdad que leído en profundidad este relato tiene como centro a María, aunque sea por lo que Dios ha hecho en ella. Dios puede hacer muchas cosas, pero los hombres pueden “pasar” de esas acciones y presencias de Dios. El relato, sin embargo, quiere mostrarnos el ejemplo de esta muchacha que con todo lo que se le ha pedido pone su confianza en Dios. Por el término que usa Lucas en boca de Isabel “he pisteúsasa”, la que ha creído, significa precisamente eso: una confianza absoluta en Dios. Si no es así, la salvación de Dios puede pasar a nuestro lado sin darnos cuenta de ello. María y Dios o Dios es María son la esencia de este relato. No es que carezca de su dimensión cristológica, pero todavía no es el momento, para Lucas, de conceder el protagonismo necesario a su hijo Jesús. Asimismo, el salto en el vientre de Juan también es primeramente por la “confianza” de María en Dios. Eso es lo que la hace, pues, la “hija de Sión” del profeta Sofonías.

III.3. Porque hoy también hay una "hija de Sión" y una presencia de Dios en nuestro mundo: Es la comunión de los servidores, de las personas audaces, de los profetas sin nombre, de los que hacen la paz y de los que sufren por la justicia. Una hija o comunidad que supera los límites de cualquier Iglesia determinada y configurada como perfecta. Son como la prolongación de María de Nazaret ante la necesidad que Dios tiene de los hombres para estar cercano a cada uno de nosotros. De ahí que en el Cuarto Domingo de Adviento la liturgia expone el misterio de Dios a nuestra devoción. Y debemos aprender, no a soportar el misterio, sino a amarlo, porque ese misterio divino es la encarnación. Ello significa que la vida se realiza en conexiones mayores de las que el hombre puede disponer y comprender. La vida tiene cosas más profundas para que el hombre pueda gobernarlas, comprenderlas o producirlas a su antojo. Y es que todo lo que nosotros creemos que es lo último, en realidad es lo penúltimo; así nos sucede casi siempre. Y por eso es tan necesaria la fe. De ahí que, con toda razón, este Domingo propone como clave de vivencias la fe; fe en la encarnación, en que Dios siempre esta a nuestro lado, en que debe existir un mundo mejor que este. Y esa fe se nos propone en María de Nazaret, para que advirtamos que el hombre que quiere ser como un dios, se perderá; pero quien acepte al Dios verdadero, vivirá con El para siempre.

III.4. El Cuarto Domingo de Adviento es la puerta a la Navidad. Y esa puerta la abre la figura estelar del Adviento: María. Ella se entrega al misterio de Dios para que ese misterio sea humano, accesible, sin dejar de ser divino y de ser misterio. Y por eso María es el símbolo de una alegría recóndita. En la anunciación, acontecimiento que el evangelio de hoy presupone, encontramos la hora estelar de la historia de la humanidad. Pero es una hora estelar que acontece en el misterio silencioso de Nazaret, la ciudad que nunca había aparecido en toda la historia de Israel. Es en ese momento cuando se conoce por primera vez que existe esa ciudad, y allí hay una mujer llamada María, donde se llega Dios, de puntillas, para encarnarse, para hacerse hombre como nosotros, para ser no solamente el Hijo eterno del Padre, sino hijo de María y hermano de todos nosotros.

domingo, 16 de diciembre de 2012

DOMINGO 3 DE ADVIENTO



“Alégrense siempre en el Señor”

Introducción

Juan y Jesús aparecen en la vida pública en una época de crisis en Palestina: la mayor parte de la población vivía en una gran pobreza, mientras que sólo unos pocos disfrutaban de abundantes riquezas; esa misma población estaba sometida a la dura colonización del imperio romano, a sus impuestos y arbitrariedades; además, los sacerdotes del templo de Jerusalén habían perdido toda su credibilidad entre la gente, porque no era el servicio a Yahvé lo que les movía, sino la usura y los privilegios propios. En palabras del profeta Juan, aquella sociedad necesitaba un vuelco radical, una conversión y un arrepentimiento. Esa visión radical sobre la situación de maldad de Israel no sólo la compartió Jesús en sus inicios, sino que permaneció también a lo largo de toda su misión posterior.

También hoy nuestra sociedad de la abundancia necesita un cambio radical, una conversión y un arrepentimiento de los que la formamos, porque somos pocos los que la disfrutamos y muchísimos –cada día más– los que padecen la exclusión, el hambre, la enfermedad, el analfabetismo, el paro, el desalojo de sus viviendas y otras dolorosas miserias. Los cristianos estamos llamados a ser colaboradores del Jesús que está presente y es el profeta de la salvación. ¿Cómo? Llevando la ayuda allá donde la gente esté padeciendo cualquier tipo de esclavitud, de carencia o de sufrimiento.

CONTEMPLAMOS LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Se alegra el pueblo, se alegra Dios, todo es fiesta porque el dolor ha terminado. Así esperamos la Navidad, como esperamos el final de los dolores del mundo. Y así festejaremos un día, todos los hijos de Dios.

Lectura de la profecía de Sofonías 3, 14-18

¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti y ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal. Aquel día, se dirá a Jerusalén: ¡No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos! ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta.
Palabra de Dios.
SALMO

Salmo Isaías 12, 2-6

R. ¡Aclamemos al Señor con alegría!

Éste es el Dios de mi salvación: yo tengo confianza y no temo, porque el Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación. R.

Ustedes sacarán agua con alegría de las fuentes de la salvación. Den gracias al Señor, invoquen su Nombre, anuncien entre los pueblos sus proezas, proclamen qué sublime es su Nombre. R.

Canten al Señor porque ha hecho algo grandioso: ¡Que sea conocido en toda la tierra! ¡Aclama y grita de alegría, habitante de Sión, porque es grande en medio de ti el Santo de Israel! R.

SEGUNDA LECTURA

Pablo se une a esta espera alegre. No es una alegría evasiva, individual o frívola. Es la alegría de tener a Dios y de que Dios se acerque a nosotros. No hay alegría más profunda y más sincera que la que nos provoca la misma presencia de Dios.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Filipos 4, 4-7
Hermanos: Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres. El Señor está cerca. No se angustien por nada y, en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.
Palabra de Dios.

EVANGELIO

Juan presentaba un camino de conversión. Y su bautismo exigía un cambio de vida, tan concreto como definitivo. Observemos que la conversión lleva a dejar un estilo de vida por el que se aprovecha de los demás, o por el que se desentiende de los otros, para pasar a vivir en la justicia, en la caridad.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 3, 2-3. 10-18

Dios dirigió su palabra a Juan Bautista, el hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Éste comenzó a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?". Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto". Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?". Él les respondió: "No exijan más de lo estipulado". A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo". Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo a todos: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible". Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.
Palabra del Señor.

COMPARTIMOS LA PALABRA

El pueblo llano padecía un sistema sociopolítico colonizador y por eso buscan la liberación. Los judíos sencillos que acudían a ser bautizados por Juan y a transformar totalmente su vida vivían en un país reducido a la miseria a causa de la discriminación social que sufrían por parte de los judíos ricos, de la dominación cultural y de la opresión imperialista de los romanos. Ante esta situación, Juan y esta gente sencilla esperaban como liberación una intervención divina a gran escala, una auténtica conmoción universal.

 Jesús no solo cambió la forma de Juan de entender el reino de Dios, sino también al Dios de ese reino. Para Juan, el Reino de Dios estaba por venir y era inminente su llegada. Para Jesús, en cambio, el Reino de Dios es ya una realidad presente: está entre nosotros. Además, para Juan el Dios de Israel es un Dios justiciero y vengador, que pronto habría de realizar una gran limpieza entre los hombres. Dios es presentado primero como un leñador provisto de su hacha que separa los árboles buenos de los malos, y luego como un trillador que separa el grano de la paja. Juan no es portador de un «evangelio» o de un mensaje gozoso de salvación: es un profeta de desgracias, que amenaza con el juicio inminente de Dios a quien no cambie de rumbo en la vida. El núcleo del mensaje de Jesús, por el contrario, es un euangelion, es decir, una buena noticia de Dios: «el reino de Dios está aquí». Y esto significa para Jesús, que están presentes la absoluta voluntad salvífica de Dios, su compasiva misericordia y su generosa bondad y, por tanto, la oposición a todas las formas de mal, de miedo y de sufrimiento.

¿Intervención solo de Dios o también colaboración humana en la transformación del mundo? Para Juan, Dios es el que tiene todo el protagonismo en esta limpieza del mundo. En cuanto a Jesús, los primeros destinatarios de su mensaje debieron de quedar perplejos ante la proclamación de la presencia ya actual del reino. Porque ¿dónde estaba el mundo transfigurado por Dios? ¿Había cambiado algo en un mundo de pobres campesinos, de injusticia local y de opresión imperialista? Pero para Jesús, el reino de Dios está aquí, pero solo en la medida en que lo aceptemos, entremos en él, lo vivamos y, de ese modo, lo establezcamos los seres humanos. No podemos seguir esperando a que Dios intervenga, porque, al contrario, es Él quien espera nuestra colaboración e intervención. Curar a los enfermos, comer con los pobres y las viudas es participar en que el Reino de Dios se haga presente. El reino de Dios no comienza, no puede continuar y no concluirá sin nuestra participación, potenciada –eso sí– por Dios, y sin nuestra colaboración, también impulsada por él.

El pacifismo de Juan y de Jesús. ¿Cómo debe responder un pueblo oprimido ante la tremenda seducción de la nueva cultura romana, la aplastante superioridad militar, la brutal explotación económica que sufría, y la inapelable discriminación social por parte del opresor romano y de sus colaboradores judíos? Ni Juan ni Jesús están por la rebelión armada, aunque hay en sus respectivas visiones imágenes acerca del futuro juicio que son muy agresivas: la del hacha puesta en la raíz de los árboles está tomada de las guerras orientales de exterminio, ¡en las que se llegaba incluso a destruir los árboles frutales para que no fueran fuente permanente de alimento! (Lc 3, 9). También la gran parábola del juicio universal, que durante siglos fue el modelo de la actuación cristiana, termina con la separación entre justos e injustos; estos últimos son condenados a un castigo eterno (Mt 25,46). La carga de violencia es tan intensa en estas imágenes, que se llega a «llorar y a rechinar de dientes» –y tal es precisamente la intención de estas imágenes (Mt 8,12; 13,42, y passim)–. Con ellas el movimiento de Jesús quería incitar a los hombres a que cambiaran su vida. Estimulaba fantasías agresivas y ¡quería incitar a la vez a una acción no agresiva! Pero, por otra parte, Jesús presentó la no violencia de Dios como la razón de su propia negativa a recurrir a la violencia. «… vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre los malvados y los buenos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos...». Juan y Jesús participaron en una resistencia pública, pero no violenta, frente a la ley y el orden de Roma. Por eso fueron matados. Los seguidores de Juan y de Jesús no «lucharon», no usaron la violencia ni siquiera para intentar liberar a sus líderes.

La actividad de Juan –y también la de Jesús– tenía mucho de provocación. No es la espiritualidad del templo de Jerusalén, sino la espiri¬tualidad del desierto la que domina en la actividad de Juan. El rito del bautismo de Juan quitaba los pecados tan radicalmente como los borraba la intervención de los sacerdotes del Templo de Jerusalén. Se trataba a todas luces de una alternativa deliberada al sistema oficial de purificación, del culto oficial. Convendría que nuestros dirigentes religiosos tuvieran en cuenta y no olvidaran este euangelion. Es más, en las recomendaciones que da Juan a los que acuden a él, no hay nada de actos de culto y sí conductas morales.

Para Juan, la esperanza del futuro está unida al compromiso ético: ¿qué tenemos que hacer? Entre los que preguntan a Juan hay tres grupos. El primero lo forma la gente corriente. La respuesta para ellos es: repartid. Los otros dos grupos –publicanos y soldados– son pilares importantísimos del dominio romano: unos cobrando elevados impuestos para los romanos, los otros aplicando la fuerza para someter a los judíos. ¿Qué tienen que hacer estos “colaboracionistas”? Juan no está por invitarles a que dejen de ser servidores de los romanos y que se pasen a la resistencia judía. Simplemente, les pide que moderen sus acciones: que no extorsionen ni cobren abusivos impuestos. Juan, lo mismo que Jesús, es pacifista.

Estad siempre alegres. La alegría brota de la esperanza, de que algo deseado llegará. Pablo esperaba la segunda venida de Jesús antes de que él muriera. Por eso invitaba a la alegría. Pablo se equivocó, porque esta segunda venida no se produjo. Pero de lo que sí estamos seguros los cristianos de hoy es de que Jesús viene a diario en los pobres, necesitados y desvalidos. Ahí lo encontraremos. Jesús y ellos nos comprometen en su salvación. Si realmente creemos a Jesús, ayudar a estas personas sí que traerá una gran alegría a nuestras vidas.


ESTUDIO BÍBLICO

El Señor está cerca. El Domingo de la Alegría

La liturgia del Tercer Domingo de Adviento está sembrada de llamadas a la alegría. Por eso, en la tradición litúrgica de la Iglesia se ha conocido éste como el Domingo de "Gaudete!", según el mensaje de la carta a los Filipenses (4,4-5) que introduce la celebración y, asimismo, es el texto de la segunda lectura del día, diciéndonos que el Señor esta cerca. Ya no solamente se nos invita a prepararnos a la Navidad mediante un cambio de vida y de mentalidad; sino que se nos invita a prepararnos con “alegría” porque el Salvador está cerca. La liturgia es expresiva.

Este domingo Tercero de Adviento nos envuelve en el proceso de las condiciones de la verdadera alegría. El Adviento tiene mucha razón al proclamar este mensaje que es más necesario que nunca. Bajemos de todos los pedestales y de todas las petulancias para reconocer el valor de nuestros límites. En el fondo, es una cosa bien concreta: dejemos de vivir por encima de nuestras posibilidades, porque así no es posible la verdadera alegría.

Iª Lectura: Sofonías (3,14-18): No tengas miedo a la paz ¡Jerusalén!

I.1. En la primera lectura del profeta Sofonías, la llamada es tan ardiente y tan profética como en Pablo a su comunidad. Es una llamada a Jerusalén, la ciudad de la paz, la hija de Sión, porque si quiere ser verdaderamente ciudad de Dios y de paz, tiene que caracterizarse frente a las otras ciudades del mundo como ciudad de alegría. ¿Quién rompe hoy el corazón de Jerusalén? ¿La religión, el fanatismo, el fundamentalismo? Ya en su tiempo, el del rey reformador Josías (640-609 a. C.), el profeta debe hablar contra los que en tiempo de Manasés y Amón habían pervertido al “pueblo humilde”. El profeta no solamente es el defensor, la voz de Dios, sino del pueblo sin rostro y que no puede cambiar el rumbo que los poderosos imponen, como ahora. Fue un tiempo prolongado de luchas, de sometimientos religiosos a ídolos extraños y a los señores sin corazón. El profeta reivindica una Sión nueva donde se pueda estar con Dios y no avergonzarse. Y lo que suceda en Jerusalén puede ser en beneficio de todos: ¡como ahora!

I.2. ¡Qué lejos está ahora la ciudad de esa realidad teológica! Hoy sería necesario que judíos, musulmanes y cristianos dejaran clamar al profeta para escuchar su mensaje de paz. Es verdad que el profeta ofrecía la única alternativa posible, ya entonces, y que es decisiva ahora: sólo el Dios de unos y otros, que es el mismo, es quien puede hacer posible que las tres religiones monoteístas alaben a un mismo Señor: el que nos ofrece el don de la alegría en la fraternidad y en la esperanza. Porque solamente podrá subsistir una ciudad, todos sus habitantes, si se dejan renovar por el amor de su Dios, como pide el profeta a los israelitas de su tiempo. ¿Es esto realizable? Pues hay que proponer que una religión que no proporciona alegría, no es una verdadera religión. Más aún: una religión que no proponga la paz, con todas sus renuncias, no es verdadera religión. ¡Jerusalén, no tengas miedo a la paz!

IIª Lectura: Filipenses (4,4-5): La terapia teológica de la alegría

II.1. El texto de la carta viene a ser como una conclusión, casi proverbial en la tradición y religiosidad cristiana: Así traduce la Vulgata: gaudete in Domino semper el “chairete en Kyríô pántote” (alegraos siempre en el Señor). Incluso no sabemos si estos versos están en su sitio, porque parece ser que Pablo escribe en distintos momentos algunas notas a la comunidad de Filipos. Sea como fuere desde el punto de vista literario, lo que el apóstol pide a su querida comunidad, sigue siendo decisivo para nosotros los cristianos de hoy. Dos veces repite el “gaudete” ¿qué más se puede pedir? Pero es verdad que hay alegrías y alegría. Pablo dice “en el Señor” y esto no debe ser simplemente estético o psicológico. Bien es verdad que la terapia humana de la alegría es muy beneficiosa. Pues con más razón la terapia religiosa de que el Señor nos quiere alegres. Es una terapia teológica muy necesaria.

II.2. No podemos olvidar que ésta debe ser la actitud cristiana, la alegría que se experimenta desde la esperanza, de tal manera que de esa forma nunca se teme al Señor, sino que nos llenamos de alegría, como recomienda San Pablo a su querida comunidad de Filipos. Nuestro encuentro definitivo con el Señor, cuando sea, debe tener como identidad esa alegría. Ya sabemos que la alegría es un signo de la paz verdadera, de un estado de serenidad, de sosiego, de confianza. De ahí que nuestro encuentro con el Señor no puede estar enmarcado en elementos apocalípticos, sino en la serenidad y la confianza de la alegría de encontrarnos con Aquél que nos llama a ser lo que no éramos y a vivir una felicidad que procede de su proyecto liberador. Es decir, encontrarse con el Señor del Adviento debe ser una liberación en todos los órdenes. Por tanto, el hombre, y más el hombre de hoy, debe tomarse en serio la alegría, como se toma en serio a sí mismo. El hombre sin alegría no es humano; y la persona que no es humana, no es persona.

Evangelio. Lucas (3,10-18): La alegría del compartir

III.1. El evangelio es la continuación del mensaje personal del Bautista que ha recogido la tradición sinóptica y se plasma con matices diferentes entre Mateo y Lucas. Nuestro evangelio de hoy prescinde de la parte más determinante del mensaje del Bautista histórico (3,7-9), en coincidencia con Mateo, y se centra en el mensaje más humano de lo que hay que hacer. Con toda razón, el texto de los vv. 10-18 no aparece en la fuente Q de la que se han podido servir Mateo y Lucas. Se considera tradición particular de Lucas con la que enriquece constantemente su evangelio. No quiere decir que Lucas se lo haya inventado todo, pero en gran parte responde, como en este caso, a su visión particular del Jesús de Nazaret y de su cristología.

III.2. Por tanto, podemos adelantar que Lucas quiere humanizar, con razón, el mensaje apocalíptico del Bautista para vivirlo más cristianamente. En realidad es el modo práctico de la vivencia del seguimiento que Lucas propone a los suyos. Acuden al Bautista la multitud y nos pone el ejemplo, paradigmático, de los publicanos y los soldados. Unos y otros, absolutamente al margen de los esquemas religiosos del judaísmo. Lucas no ha podido entender a Juan el Bautista fuera de este mensaje de la verdadera salvación de Dios. Este cristianismo práctico, de desprendimiento, es una constate en su obra.

III.3. Nos encontramos con la llamada a la alegría de Juan el Bautista; es una llamada diferente, extraña, pero no menos verídica: es el gozo o la alegría del cambio. El mensaje del Bautista, la figura despertadora del Adviento, es bien concreto: el que tiene algo, que lo comparta con el que no tiene; el que se dedica a los negocios, que no robe, sino que ofrezca la posibilidad de que todos los que trabajan puedan tener lo necesario para vivir en dignidad; el soldado, que no sea violento, ni reprima a los demás. Estos ejemplos pueden multiplicarse y actualizarse a cada situación, profesión o modo de vivir en la sociedad. Juan pide que se cambie el rumbo de nuestra existencia en cosas bien determinantes, como pedimos y exigimos nosotros a los responsables el bienestar de la sociedad. No es solamente un mensaje moralizante y de honradez, que lo es; es, asimismo, una posibilidad de contribuir a la verdadera paz, que trae la alegría.