domingo, 26 de marzo de 2017

DOMINGO 4º DE CUARESMA - CICLO A


“Son luz en el Señor”

 “Ahora son luz en el Señor”, nos recuerda la carta a los Efesios. Bien podemos orientar el mensaje de la liturgia de este domingo de cuaresma desde este dictamen, pues si se trata de orientar (o reorientar) – y acerca de eso trata toda la cuaresma – qué mejor que la simbología de la luz que se nos presenta hoy.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHEMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Samuel busca a quien será el rey del pueblo. Pero aún lo hace con criterios humanos, buscando al más grande y poderoso. Dios suele mostrarnos que la importancia no está en las fuerzas de los hombres, sino en que él está con nosotros.

Lectura del primer libro de Samuel 16, 1b. 5b-7. 10-13a

El Señor dijo a Samuel: “¡Llena tu frasco de aceite y parte! Yo te envío a Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos al que quiero como rey”. Samuel fue, purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrificio. Cuando ellos se presentaron, Samuel vio a Eliab y pensó: “Seguro que el Señor tiene ante él a su ungido”. Pero el Señor dijo a Samuel: “No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón”. Así Jesé hizo pasar ante Samuel a siete de sus hijos, pero Samuel dijo a Jesé: “El Señor no ha elegido a ninguno de estos”. Entonces Samuel preguntó a Jesé: “¿Están aquí todos los muchachos?”. Él respondió: “Queda todavía el más joven, que ahora está apacentando el rebaño”. Samuel dijo a Jesé: “Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que llegue aquí”. Jesé lo hizo venir: era de tez clara, de hermosos ojos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: “Levántate y úngelo, porque es este”. Samuel tomó el frasco de óleo y lo ungió en presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el espíritu del Señor descendió sobre David.
Palabra de Dios.

Salmo 22, 1-6

R. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.

El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. Él me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas. R.

Me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. R.

Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. R.

Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo. R.

II LECTURA

Hay mucha oscuridad y tiniebla en nosotros, y en el mundo en que vivimos. Eso nos exige que, en lugar de ocultarnos, salgamos a iluminar. Poner luz en tantas situaciones conflictivas, en tantas mentiras, será nuestra responsabilidad.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 5, 8-14

Hermanos: Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia. Es verdad que resulta vergonzoso aun mencionar las cosas que esa gente hace ocultamente. Pero cuando se las pone de manifiesto, aparecen iluminadas por la luz, porque todo lo que se pone de manifiesto es luz. Por eso se dice: “Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará”.
Palabra de Dios.

ACLAMACIÓN   Jn 8, 12
“Yo soy la luz del mundo, el que me sigue tendrá la luz de la Vida”, dice el Señor.

EVANGELIO

“Cuando la persona ciega es restituida en su plenitud y en su dignidad, porque salud y dignidad iban juntas en el contexto de pensamiento judío de aquel tiempo, las y los vecinos reaccionaron extrañados y con una profunda ironía. Todo el diálogo revela esa sospecha e incredulidad. Las y los vecinos ponen en duda la nueva identidad de esta persona antes ciega. No pueden creer en la acción sorprendente de Dios que devuelve al ciego a su lugar de dignidad en la sociedad y en la comunidad de fe. El núcleo de este relato está en la actitud de Jesucristo que nos enseña que el rigorismo está en contra de la voluntad de Dios”.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 9, 1-41

Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?”. “Ni él ni sus padres han pecado –respondió Jesús–; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios. Debemos trabajar en las obras de Aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo”. Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé”, que significa “Enviado”. El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: “¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?”. Unos opinaban: “Es el mismo”. “No –respondían otros–, es uno que se le parece”. Él decía: “Soy realmente yo”. Ellos le dijeron: “¿Cómo se te han abierto los ojos?”. Él respondió: “Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: ‘Ve a lavarte a Siloé’. Yo fui, me lavé y vi”. Ellos le preguntaron: “¿Dónde está?”. Él respondió: “No lo sé”. El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: “Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo”. Algunos fariseos decían: “Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?”. Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?”. El hombre respondió: “Es un profeta”. Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?”. Sus padres respondieron: “Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta”. Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: “Tiene bastante edad, pregúntenle a él”. Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: “Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. “Yo no sé si es un pecador –respondió–; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo”. Ellos le preguntaron: “¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?”. Él les respondió: “Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?”. Ellos lo injuriaron y le dijeron: “¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este”. El hombre les respondió: “Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero sí al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada”. Ellos le respondieron: “Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?”. Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: “¿Crees en el Hijo del hombre?”. Él respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en él?”. Jesús le dijo: “Tú lo has visto: es el que te está hablando”. Entonces él exclamó: “Creo, Señor”, y se postró ante él. Después Jesús agregó: “He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven”. Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: “¿Acaso también nosotros somos ciegos?”. Jesús les respondió: “Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: ‘Vemos’, su pecado permanece”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Ahora sois luz en el Señor

La luz desvela lo oculto, aclara lo abstruso, y permite reconocer lo difuso, permitiendo que las cosas rebasen el nivel de la mera apariencia al nivel de lo que la cosa es en verdad: de la apariencia al ser, de la apariencia a la verdad.

Este salto es el que refiere el evangelio de hoy, en torno a la discusión sobre quién sea Jesús en verdad (reconocerle), y su precedente en la primera lectura, que desde el comienzo de la liturgia de la Palabra invita a superar el imperio de las apariencias que no hacen justicia a la verdad en que vive el está acompañado por el Espíritu de Dios mismo.

Este paso de la apariencia al ser es una nueva creación, una recreación de la naturaleza humana; así lo refleja – en consonancia con el mismo esquema que recorre el evangelio de Juan – el comienzo del pasaje del evangelio de hoy, con signos que nos evocan el Génesis: el que por su misma naturaleza no podía percibir sino sombras, apariencias, es hecho renacer por el agua del bautismo para transformar su naturaleza carnal (barro) en naturaleza espiritual, capaz de ver y reconocer la verdad: ahora es luz en el Señor. Es el mismo en apariencia (“se le parece”), pero no es él: lleva en sí mismo una realidad nueva, la de ese Yo soy (“soy yo”) del Éxodo que se manifiesta a través de él.

La alegoría de la luz y su significado se reitera en la alusión al pecado: el pecado no es incumplir la ley, sin más, como quieren alegar los fariseos. La ceguera no es castigo al pecado. El pecado es la misma ceguera que impide ver y reconocer la verdad: el pecado es no ver, no reconocer, alejarse de la verdad que revela la luz. No reconocer es el pecado, el pecado de la carne que no ha sido renacida en el Espíritu del Jesús.

¿Qué es esa verdad que revela la luz, qué hay que reconocer más allá de las apariencias?

•        Que Jesús es el Enviado, frente a “no viene de Dios, porque no guarda la ley”;
•        Que Jesús es el profeta de Dios que hace los signos de Dios, frente a “un pecador que no guarda la ley” y que queda excluido.
•        Que Jesús es el Hijo del hombre que ha de juzgar al mundo al final de la historia, tiempo que ha llegado y que hace que “el pueblo profetice”, que el nuevo pueblo anuncie y proclame la revelación definitiva, esto es:
•        Que Jesús es el Señor: “creo Señor”; veo, Señor; escucho tu Palabra, Señor; te reconozco, Señor. La culminación del proceso de fe, de revelación, de salir de las tinieblas a la luz de la verdad es reconocer que Jesús es el Señor, que es el Hijo de Dios.

“Caminad como Hijos de la luz”; y hacedlo, precisamente, porque sois luz en el Señor.

Podemos colegir que para el cristiano, ese proceso de fe que lleva al hombre renacido por el bautismo a afirmar en el Espíritu, en la verdad, que Jesús es el Señor, se ha cumplido. El cristiano es el ciego que ha nacido a la luz; pero se nos recuerda que se ha vuelto, a su vez, “luz en el Señor”: luz para otros, luz que ilumina la mente de otros, porque ahora es luz en el Señor. Luz que revela la verdad escondida en la materialidad del mundo, la presencia de la Palabra encarnada en el mundo. Pero también puede ser todo lo contrario.

La acción del cristiano es en sí misma reveladora u ocultadora de Cristo. La acción del cristiano ante el mundo expresa y realiza la presencia de la Palabra en medio del mundo. De su acción, de su vida, depende que esa Palabra quede manifiesta o velada a los ojos de los hombres.

Si el cristiano vive conforme a las apariencias – los criterios- del mundo ¿qué luz hay en él?; ¿qué luz puede ser para otros? Si con su palabra proclama el Credo - Jesús es el Señor - , pero con su vida lo niega, el cristiano puede ser el mayor enemigo del Evangelio, pues siendo este la Verdad, lo reduce a apariencia, a falsedad, a mentira.

Sólo la acción buena; sólo la acción justa; sólo la acción realizada en la verdad, son dignas aquel que es luz, porque la acción buena da luz al mundo; porque la acción justa ilumina y sana las relaciones entre los hombres; porque la acción hecha en la verdad, es signo de que la verdad misma ha acampado en medio de los hombres. Un nuevo mundo; una nueva humanidad; una nueva creación nacida a la verdad: Cristo, el Hijo de Dios. Eso sí, si tú, cristiano, si tu vida, si tu acción en el mundo no obstaculiza la luz; si en verdad eres luz, luz en el Señor.

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: 1 Samuel (16,1ss): Lo que no cuenta para los hombres es lo que cuenta para Dios

I.1. La primera lectura de este domingo nos relata la unción de David. Es un relato que quiere ofrecernos el fracaso de la monarquía de Saúl y el ascenso, desde lo más humilde, de David al trono. Sabemos que esta historia está idealizada hasta el máximo por los autores de la escuela que han querido ensalzar a David como rey justo, e incluso comprometer a Dios con un sistema de gobierno al que el profeta Samuel se oponía con todas sus fuerzas (1Sam 8-10). Lo que pueda haber de leyenda en todo esto tiene de positivo el origen humilde y sencillo que por la libre elección llega a servir a Dios en su proyecto sobre el pueblo.

I.2. Debería ser patente que los criterios morales de la escuela “deuteronomista” que redacta todo esto eran mucho más éticos y morales que la realidad histórica dura de cómo David subió al trono. En todo caso, la significación teológica del relato no deja lugar a dudas: Dios elige a David porque es el más pequeño, el que menos intereses tiene en todo esto, aunque la historia real de David y de su subida al trono en el libro de Samuel sea mucho menos limpia y clara. La “historia de Israel” es tan escabrosa como todas las historias de los pueblos circundantes… El profeta Samuel no quería ceder a la “monarquía” no solamente porque era un profeta tradicional, sino porque la monarquía copiaría los sistemas de los otros pueblos poderosos… No obstante los “deuteronimistas” sí dejan claro que lo que a Dios le interesa no es la “monarquía sagrada” en sí, sino que el rey sea justo y bueno con los que no tienen defensa. Por eso, nos recuerda el origen sencillo y humilde del pastor… que llegó a ser rey. Y eso no se debería olvidar nunca.

IIª Lectura: Efesios (5,8-14): La obras de la luz son vida

II.1. La segunda lectura recuerda a la comunidad a la que se dirige esta carta que los que han llegado a la fe cristiana son hijos de la luz. Se supone que el autor, un discípulo de Pablo, está hablando a una comunidad que en otro tiempo eran paganos, es decir, “nada” para los judíos. El recuerdo de los orígenes humildes implica un proceso pedagógico que siempre busca la terapia espiritual de revivir realidades profundas. Todo lo que no sea eso, es un “dormirse”, un olvidar el misterio de la gracia de Dios y de la salvación. Por eso el misterio de la luz es un misterio revelador, descubridor de las verdades de la vida que no se deben olvidar. Esta parte parenética o práctica de la carta a los Efesios se interesa por mostrar que los obras de las tinieblas son “estériles”, es decir, no engendran vida.

II.2. Podemos subrayar en el texto una concepción dualista bien marcada que puede prestarse a equívocos, como sucede en algunas expresiones de la comunidad de Qumrán, que también divide la vida moral y de la comunidad en dos categorías: los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. Pero si superamos ese dualismo, podemos entender bien que lo que se propone en este caso a la comunidad es que vivan en la fidelidad a Cristo que los ha llamado a una vida en la que los valores son: la bondad, la justicia y la verdad. Las obras de las tinieblas no se mencionan, sino que simplemente se suponen que son como el misterio de la muerte. Se está hablando en términos morales y éticos en lo que se puede coincidir, sin separaciones dualistas, con todos los hombres que viven de esos valores.

Evangelio: Juan (9): Jesús profeta de la luz de la vida

III.1. El evangelio de hoy es uno de los episodios más densos de la obra joánica. Un signo y un diálogo, en polémica con los judíos, nos presenta a Jesús como revelador de Dios que va destruyendo muchas cosas y concepciones que se tenían sobre Dios, sobre la vida, sobre la enfermedad, sobre el pecado y sobre la muerte. Juan enfrenta al hombre ciego de nacimiento con los fariseos, que son los que deciden sobre las cuestiones religiosas cuando se escribe esta obra. El ciego de nacimiento, en la mentalidad de un judaísmo teológico inaceptable, debía tener una culpabilidad, bien personal, bien heredada de sus padres o antepasados. Los simbolismos con los que está compuesto el relato: el barro de la tierra, la saliva, el sábado, el envío a la piscina de Siloé... nos muestran a un Jesús que domina la situación, en nombre de Dios, para dar luz, en definitiva, para dar vida y para mostrarse como la luz del mundo.

III.2. Se dice, con razón, que este es un relato bautismal de la comunidad joánica; una especie de catequesis para los que habían de ser bautizados, en un proceso que les debía enseñar cómo el recibir y vivir la luz de la fe les llevaría necesariamente a enfrentarse con el misterio de las tinieblas de los que no aceptan a Jesucristo. El hombre ciego, que llega a ver, que al principio no sabe quién es Jesús, poco a poco va descubriendo lo que Jesús le ha dado, y lo que los fariseos le quieren arrebatar. Así es el centro de la polémica: este pobre hombre que ha venido ciego al mundo tiene que elegir entre una religión de vida, de luz, de felicidad, o una religión de muerte, la que le proponen los "fariseos" a los que les duele más que el hombre haya sido liberado en sábado, que el que pueda asomarse a la luz de la vida. Se dice que es el debate de la comunidad joánica procedente del judaísmo, que ha aceptado a Jesús como el Mesías, frente al judaísmo de la sinagoga. La actualización, sin embargo, de este tema, nos muestra que mientras la religión no sea humana, comprensiva, iluminadora, misericordiosa, entrañable y restauradora, no tiene futuro en la humanidad. Y eso es lo que ha venido a traer Jesús al corazón de la religión de su pueblo.

III.3. El hombre debe ir a lavarse a la piscina del «enviado». Pero el enviado es el mismo Jesús. Podemos decir que aquel hombre no es curado = salvado, por la saliva y el barro, sino por lavarse, sumergirse en el misterio de la vida del Señor. Es un juego de imágenes llenas de sentido; de ahí su significado bautismal originario. Los vecinos, los parientes, los que le conocían en su ceguera y en su pobreza se asombran de aquel acontecimiento. Ha sucedido algo maravilloso, porque lo que viene de Dios no es comprendido más que por la fe. Los hombres y el mundo tenemos unos criterios demasiado cosificados para entender su manera de actuar. Toda aquella gente no podía comprender, ya que se necesitan otros ojos distintos para mirar lo que ha sucedido. Para ellos sólo existe una respuesta: Jesús, que significa salvador, y que es el enviado, ha logrado lo que parecía imposible para los hombres. «¿Donde está ése? Le preguntan las autoridades, y responde el hombre: ¿No lo se?». Nosotros vemos aquí algo más que una respuesta inocua. Aquel hombre ha comenzado a experimentar la salvación de Dios traída por Jesús. Pero no puede decir quién es Él, para los que sólo pretenden verlo con los ojos humanos. Aquel hombre no puede decir donde ésta Jesús, porque en el interrogatorio sólo existe un interés lejano de lo auténticamente salvador. Por eso no puede responder a los intereses mal intencionados.

III.4. El interrogatorio se hace más denso hasta arrancar de aquel hombre todo temor para confesar el misterio de la salvación. Más que otra cosa, el evangelista quiere apurar todo para contraponer a Jesús y la Ley. No se trata de contraponer a Jesús y a Moisés, aunque pueda parecerlo. Porque tras la figura de Moisés, como auténtico y único revelador de la Ley de Dios, los hombres quieren ocultar sus criterios religiosamente antihumanos. Ellos son discípulos de Moisés, pero ¿de qué les sirve? Si la ley fue dada para encontrar a Dios, y la interpretación de la Ley para facilitar el acercamiento; en el judaísmo sucede todo lo contrario. La Ley separa a los hombres de Dios. Es esto lo que ahora se quiere poner en evidencia. Los fariseos (todos los hombres que podemos ser egoístas) interponemos entre Dios y nosotros la ley, la tradición, los prejuicios de lo santo y lo sagrado…. Como si fuera voluntad de Dios, aunque no lo sea. Y por eso, Dios queda lejano, y nosotros nos hacemos dueños de nosotros mismos, fáciles para lo que nos interesa. La Ley puede ser el engaño de nuestra vida. Y con ella queremos comprar a Dios lo que no sabemos hacer con corazón desprendido. Este es el pecado del judaísmo, y sigue siendo el pecado de nuestro mundo religioso. Jesús viene para dar luz, para iluminar la ley. Para hacer posible una ley de libertad en el encuentro con Dios. Y esto pone en claro nuestro pecado.

III.5. Cuando Jesús oye que aquel hombre ha sido rechazado por el mundo religioso de su entorno sale a su encuentro. Y el hombre se entrega completamente a Él. Es Dios mismo, un hombre entre los hombres, quien ha salido a su encuentro y quien le ha abierto los ojos de su vida para que pueda sentirse libre. En este Dios, en Jesús, cree el ciego. El es su Señor. En el ciego de nacimiento están todos los hombres sumergidos en la tiniebla hasta que Cristo trae el conocimiento que ilumina: es la experiencia verdadera de las falsas seguridades de los judíos y del mundo. Pero otros, sin embargo, se encierran y se afirman en lo que creen les va bien. Y por eso permanecen en su ceguera. Es un juicio para el mundo, no porque Jesús venga a condenarlo (cf Jn 3,17ss), sino porque los hombres quieren permanecer en su hacer y en su vivir sin esperanza. Su pecado permanece. Es esto lo que quiere decir Juan para el judaísmo de entonces, y para el mundo religioso de siempre. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


domingo, 19 de marzo de 2017

DOMINGO 3º DE CUARESMA


“Señor, dame agua de ésa; así no tendré más sed”

Tercer domingo de Cuaresma, la oportunidad de reflexionar sobre el nivel de satisfacción con nosotros mismos, con los demás y con Dios. Se vive anhelando porque se está seco y del interior no brotan bendiciones, ni alabanzas, sino más bien suplicas y requerimientos por la sequedad de nuestro ser. Se ocupa el tiempo y los deseos en poder decir “¡ya tengo!”; en vez de “¡ya soy!”. El deseo forma parte de nosotros. ¿Dónde vamos sin deseo? Pero también es cuestión de cada uno saber qué se desea y de dónde brota el deseo.

Tengo sed, Señor, dame agua, tu agua, esa que “nunca volvamos a tener sed”. Esta agua no es “algo” ni se encuentra lejos de nosotros. Otra cosa es que se ignore o que se acalle, porque se vive desde fuera, desconectados, perdidos, poniendo el corazón en la inmediatez aparatosa, despampanante, en las apariencias.

Tiempo de Cuaresma, tiempo de oración, limosna y ayuno. No es tiempo de cumplimientos: ya he rezado; he ayunado –aprovecha para perder volumen- ; he dado limosna. ¡Qué pobreza interior! ¡Qué sequedad! Nuestro interior ha de ser un manantial del que brota vida, vida coherente, vida veraz, vida que compartimos; manantial del que brota el amor.

Oración, para identificarnos con el Padre; limosna, para identificarnos con el prójimo; ayuno, para identificarse con uno mismo y despojarse de tantos prejuicios e intereses egoístas que alejan de Dios, de los demás y de uno mismo.

DIOS NOS HABLA. CONTEMPLAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

 “Y el personaje central del Éxodo, el personaje-instrumento de Dios para esta alianza, para ésta liberación, para esta forja de un pueblo que se distinga con perfiles, con leyes, con institutos tan propios, es Moisés, figura gigantesca, colina del Viejo Testamento. No podemos pasar esta Cuaresma sin dedicarle a él un pensamiento, ya que la Cuaresma nos prepara para la fiesta de la redención”

Lectura del libro del Éxodo 17, 1-7

Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber. Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: “Danos agua para que podamos beber”. Moisés les respondió: “¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?”. El pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: “¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?”. Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: “¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?”. El Señor respondió a Moisés: “Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo. Ve, porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo”. Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel. Aquel lugar recibió el nombre de Masá –que significa “Provocación”– y de Meribá –que significa “Querella”– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor, diciendo: “¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?”.
Palabra de Dios.

Salmo 94, 1-2. 6-9

R. Cuando escuchen la voz del Señor, no endurezcan el corazón.

¡Vengan, cantemos con júbilo al Señor, aclamemos a la Roca que nos salva! ¡Lleguemos hasta él dándole gracias, aclamemos con música al Señor! R.

¡Entren, inclinémonos para adorarlo! ¡Doblemos la rodilla ante el Señor que nos creó! Porque él es nuestro Dios, y nosotros, el pueblo que él apacienta, las ovejas conducidas por su mano. R.

Ojalá hoy escuchen la voz del Señor: “No endurezcan su corazón como en Meribá, como en el día de Masá, en el desierto, cuando sus padres me tentaron y provocaron, aunque habían visto mis obras”. R.

II LECTURA

Pablo hace una gran confesión de fe, un Credo podemos decir hoy. En esa confesión reconoce y resalta que ha sido Dios quien nos salvó, nos reconcilió y nos ha dado la fe para estar unidos a él. Hoy aceptamos con agradecimiento y alegría tanto amor de parte de Dios.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 5, 1-2. 5-8

Hermanos: Justificados por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores. Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor. Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.
Palabra de Dios.

ACLAMACIÓN   Jn 4, 42. 15

Señor, tú eres verdaderamente el Salvador del mundo; dame agua viva para que no tenga más sed.

EVANGELIO

El diálogo entre Jesús y esta mujer es muy profundo y está cargado de imágenes. Hoy podemos descansar en un aspecto del relato: el proceso que ha hecho la mujer, que ha pasado de reconocer a Jesús como “un judío”, de modo despectivo por la rivalidad entre los pueblos, a confesarlo ante sus vecinos como profeta y preguntándose si él no sería el Mesías. Todo un proceso, todo un camino. La mujer fue descubriendo a lo largo de un diálogo íntimo no sólo quién era ella, sino también quién era Jesús.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 4, 5-42

Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: “Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?”. Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos. Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: ‘Dame de beber’ tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva”. “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?”. Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. Jesús le respondió: “Ve, llama a tu marido y vuelve aquí”. La mujer respondió: “No tengo marido”. Jesús continuó: “Tienes razón al decir que no tienes marido, porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad”. La mujer le dijo: “Señor, veo que eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo”. Jesús le respondió: “Soy yo, el que habla contigo”. En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: “¿Qué quieres de ella?” o “¿Por qué hablas con ella?”. La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?”. Salieron entonces de la ciudad y fueron a su encuentro. Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: “Come, Maestro”. Pero él les dijo: “Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen”. Los discípulos se preguntaban entre sí: “¿Alguien le habrá traído de comer?”. Jesús les respondió: “Mi comida es hacer la voluntad de Aquel que me envió y llevar a cabo su obra. Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega. Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría. Porque en esto se cumple el proverbio: “Uno siembra y otro cosecha”. Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos”. Muchos samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: “Me ha dicho todo lo que hice”. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días. Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

¿Cómo tú siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?

Jesús está en Samaría, sentado en un pozo y llega una mujer. No sabemos su nombre. Esa mujer representa otra realidad. Representa a Samaría, la infiel.

Nos olvidamos de la persona y enfrentamos a un judío y una samaritana. ¡Tiembla la tierra! –podrían exclamar los rabinos de entonces- . No es sólo el rechazo por la cultura, la religión, el comportamiento moral, también es rechazo por la condición de hombre y mujer. Hemos olvidado a la persona.

Parece que en este encuentro la única sensata, que es consciente de esa realidad “escandalosa”, es la mujer y así lo declara: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?” (v.9) La respuesta de Jesús no es a la pregunta, sino que Jesús va más allá y lo hace con tono enigmático: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú a él y te daría agua viva” (v. 10). Esto provoca un giro en la atención de la mujer. ¿Qué pasa aquí? ¿Quién es éste realmente? La mujer ha despertado a su realidad interior, también tiene sed, pero esta sed no la apagará el agua del pozo de Jacob en Sicar. Y la mujer entra en un diálogo con Jesús, a otro nivel. Hablan de las diferencias entre judíos y samaritanos; ¿Dónde hay que adorar a Dios? ¿Cuál es la verdadera religión? No procede el coqueteo con el judío. El encuentro ha tomado otro cariz. La mujer, ante Jesús, no puede ocultar su realidad –has tenido cinco maridos y el que ahora está contigo no es tu marido- y declara: “Señor, veo que tu eres profeta…”

Para Jesús, nada puede anular la realidad humana.

¿Hay que adorar a Dios en el Garizín o en Jerusalén?

¿Dónde adorar a Dios? Ni en este monte ni en Jerusalén, es la respuesta de Jesús.

Y deja claro que Dios Padre no está atado, no depende de un lugar concreto. Dios no es propiedad de nadie, de ninguna religión.

La samaritana no sólo se queda admirada de este hombre porque no muestra prejuicios, sino porque además su lenguaje es nuevo. No habla de Dios, habla del Padre.

El Padre no espera grandes ceremonias, solemnes liturgias y procesiones. El Padre quiere corazones de carne, corazones sencillos que adoren “en espíritu y verdad” Verdaderos adoradores. “En espíritu”, con aquella parte de cada uno que acerca más a Dios, que es espíritu. “En verdad”, Dios es verdad; está de más toda impostura e hipocresía. “En verdad”, con coherencia, sin engaños, ni justificaciones, sin egoísmos. Jesús propone una manera de relacionarse con Dios. No es el templo o la ciudad (Jerusalén) lo que da legitimidad ni garantiza la oración.

¿Qué es lo que Dios quiere de nosotros? De nosotros, Dios quiere nuestro corazón, lo que el ser humano es, personas vivas hechas a su imagen. El amor de Dios que también es respeto, nada nos arrebatará si nosotros voluntariamente, libremente, no se lo damos. Somos templos y somos sacerdotes (recordad el bautismo), nos ofrecemos y ofrecemos a Dios la propia voluntad, nuestros proyectos y nos adherimos al plan de Dios, como nos enseña su Hijo.

Para Jesús, nada puede anular la realidad humana.

Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho…

El encuentro con Jesús cambia la vida. Esto le pasó también a la samaritana. Todo comenzó con la petición de un sediento y la necesidad fue la razón de ese encuentro. Un encuentro que llegó a unos límites de sinceridad y respeto que la samaritana no podía imaginar. “Le dice la mujer: - Sé que va a venir un Mesías (es decir, Ungido); cuando venga él, nos lo explicará todo” (v.25). Paso a paso, ha habido un descubrirse el uno a la otra y al final el mismo Jesús de ser proveedor de agua viva le dice a la mujer: “Soy yo, el que habla contigo” (v.26) -el Mesías-. El secreto ha sido revelado. La mujer, bien conocida entre los suyos, ha desahogado el peso de su pobre vida; y ha quedado liberada y enriquecida. Deja el cántaro y marcha a su ciudad a anunciar: “Venid a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho; ¿será éste tal vez el Mesías?” (v.29) La buena nueva es anunciada por una mujer y pecadora. Y, por eso, porque ella no se engaña, se limita a proclamar lo que ha sido una buena nueva, y lo hace conduciendo hasta Jesús a sus paisanos, ofreciéndoles su propia experiencia, su testimonio: “Me ha dicho todo lo que he hecho”. Y lo que menos importa es que la crean o no la crean, lo que importa es que crean. “…le rogaron –a Jesús- que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días” (v. 40)

Para Jesús, nada puede anular la realidad humana.

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Éxodo (17,3-7): Masá y Meriba: Dios siempre da de beber

I.1. Los nombres de Masá y Meribá -en los que se ha establecido una relación etimológica con el hecho “de tentar y de contender” (reyerta y tentación), de que habla el relato-, son con toda seguridad nombres de lugares antiguos que se han cargado de mito y leyenda. Pero también ha venido a tener su simbología en la actitud por la que pasa el pueblo y por la que pasan por los todos los creyentes; por eso no importa mucho si ignoramos en dónde están y en qué desierto. La leyenda judía ideó que esa roca iba siguiendo a los israelitas por el desierto. Y de ahí tomó pie Pablo para hacer una lectura midráshica, como han puesto de manifiesto los especialistas y glosar, desde la perspectiva del cristiano que ve en Cristo el gran signo de Dios: "Y la roca era Cristo" (1 Cor 10,4).

I.2. La roca del Horeb sobre la que debía golpear Moisés para dar agua al pueblo en el desierto, en las fuentes de Meribá, ha tenido una gran tradición en el Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos (78; 95; 105; 106; Sab 11,4). Ya se sabe que el desierto es el lugar de la prueba, especialmente por la necesidad de beber. El agua, en Israel, era y es un tesoro, porque es una pequeña región rodeada de desierto. Un poco de agua es como un milagro y toda sequía es como un castigo y una tentación. Al pueblo, en el desierto, no le compensa su libertad frente a los faraones; no quieren morir en el desierto, aunque podían haber muerto esclavos y explotados cerca de la pirámides de Egipto. Pero así es el sino de todo tipo de liberación.

I.3. “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” Es la pregunta del pueblo sediento… ¿de qué vale la libertad conquistada? El texto quiere reafirmar la fe de un pueblo en Dios, pase lo que pase y suceda lo que suceda. Es más, las dificultades y adversidades deben ser las que ponga de manifiesto la fe en Dios, porque siempre Él, de una manera o de otra, nos “da del agua de la roca”… Dios está en medio de nosotros, pero no podemos exigirle que lo muestre como nosotros queremos, sino que sepamos buscar “el agua” que nos proporciona de rocas que en su entraña llevan una fuente. Sin la vara de Moisés, sin el milagro de la magia, sino con la confianza y la fortaleza de ánimo, porque Dios ¡sí está en medio de nosotros!

IIª Lectura: Romanos (5,1-8): Dios nos ofrece la salvación "por amor"

II.1. La segunda lectura nos ofrece una enseñanza clave en esta carta paulina. La verdad es que la liturgia no ha tomado la totalidad de este conjunto, uno de los más fuertes y densos de este escrito paulino. El apóstol comienza en este instante el meollo de su carta (5,1-8,39) y lo hace con una significativa proclamación kerygmática de lo que Dios ha hecho por la humanidad, por medio de Cristo que “lo ha llevado” hasta dar la vida por todos. Esto es básico en el pensamiento de Pablo y en la proclamación de la condición de la religión cristiana. Vemos aquí que es Dios el que sale al encuentro del hombre, no el hombre el que sale a la búsqueda de Dios. Por eso debemos seguir afirmando que el cristianismo es la religión de la gracia, de la oferta, del milagro de la misericordia y gratuidad divina.

II.2. Pablo, aquí, centra su pensamiento en lo que significa en la vida presente para los creyentes ser justificados por la fe. La salvación, pues, es una gracia de Dios que se nos otorga mediante nuestra confianza en Jesucristo. El enunciado de esto es de un calado teológico sin precedentes, dicho, además, por alguien que procede del judaísmo, como Pablo. Esta gracia es lo que define la justicia de Dios y la vida cristiana. De esto es de lo que debe gloriarse el cristiano, de creer y experimentar la gracia que nos llega por medio del Espíritu de Dios. Pablo está queriendo decir que no hay que gloriarse del esfuerzo que debemos hacer para salvarnos, porque entiende que la salvación es una gracia, un regalo; pero también los regalos hay que saber acogerlos y agradecerlos.

II.3. ¿Qué significa, pues, la proclamación kerygmática de Rom 5,1-11? Pues que la justificación ó si queremos la salvación, para ser más directos, tiene una estrategia que ha establecido el mismo Dios, por medio de Cristo. Aunque Pablo no se va a poder liberar del lenguaje propio del AT, de los sacrificios y de la muerte, no debemos quedarnos en eso, sino en lo que se afirma. Cristo murió por los “impíos”… y puesto que Dios nos ama (v. 8), Cristo dio su vida por nosotros. ¿Era necesaria esa muerte? Para Dios no era necesaria, y no es Dios quien entrega a la muerte a Jesús, sino los hombres. Pero la formulación de Pablo quiere dejar clara la iniciativa divina. Esto ha ocurrido porque Dios nos “ha amado” y nos ama…

Evangelio: Juan (4): El agua viva de una religión de gracia

III.1. El evangelio, de san Juan (en este domingo se prescinde de Mateo), nos ofrece una de las escenas y diálogos mejor construidos del cuarto evangelista. Todo hemos escuchado alguna vez esta narración de Jesús y la samaritana; aunque no siempre hayamos podido abarcar todo su significado y profundidad. Puede que hoy no la oigamos completa, pero su sentido es el mismo que exponemos. Jesús pasa por territorio de herejes, como eran considerados los samaritanos por los judíos ortodoxos. Es una vieja historia de odios y rencores a causa de la religión. Los samaritanos se consideraban herederos de los patriarcas, tenían su Pentateuco, creían en Yahvé, en Dios, pero unos y otros pensaban que su “dios” era mejor que el otro, y su templo, y su monte santo, y su agua y sus fuentes. La escena se sitúa en Samaría.

III.2. Los samaritanos proceden de la unión de tribus asirias y de judíos del reino del Norte antes de su destrucción en el año 721 a. C.. Después se llegó a un verdadero cisma entre judíos y samaritanos, como rigorismo de la reforma judía que sigue al destierro de Babilonia. Los samaritanos se opusieron a la construcción del nuevo Templo de los judíos. Construyeron otro santuario para ellos en el monte Garizim que fue destruido en el año 129 a C.. Los samaritanos se consideran descendientes de los Patriarcas, y estaban orgullosos del pozo que -decían- les había dejado su padre Jacob por medio de José (Gn 33,19;48,22; Jos 24,32). Los samaritanos solamente creen en los cinco libros del Pentateuco; aún hoy existen tribus samaritanas. Un judío religioso debía evitar todo contacto con los samaritanos, no solamente impuros, sino herejes, y lo que menos se podía pensar era en pedirle a ellos de comer o beber (Cf. Eclo 50,25-26; Lc 9,52; 10,33; Mt 10,5). En este relato van a coincidir una serie de factores, muchos tipológicos, para enseñar verdades que nunca deberíamos olvidar. Jesús fatigado del camino, deja Jerusalén, va hacia Galilea y pasa por Samaría que era un lugar que evitaban los judíos piadosos. El, Jesús, un hombre, un judío, y si queremos Dios «pide» a una mujer pecadora y herética. Jesús, a una samaritana, a una persona que por herejía solo podía dar hastío y maldición, le pide. Ya sabemos que Jesús le pide para dar él mucho más. El diálogo es sabroso, es un diálogo con alguien maldito. Y Jesús ofrece a cambio «agua viva». Esta expresión en el AT significaba: los valores de la vida, la revelación, la Sabiduría divina y la Ley (Cf: Jer 2,13; Zac 14,8; Ez 47,9; Prov 13,14; Is 44,3; Jl 3,1). En nuestro caso, a cambio, Jesús ofrece por el agua del pozo (que puede significar el judaísmo con lo que prometía y no daba, ya que los samaritanos también eran judíos), «agua viva» que según el mismo Juan es el Espíritu que da la vida eterna (cf: Jn 7, 37-39).

III.3. Jesús no pasa por casualidad por aquél camino, ya que a la ida o vuelta de Jerusalén, había que evitar este territorio central de Tierra Santa; había elegido él mismo el camino por el que debía pasar; se siente cansado, pero, más bien que por el camino, a causa de estas disputas religiosas sin sentido y le pide a la mujer (representante de todo un pueblo odiado y condenado) agua, llega pidiendo, no ofreciendo. Existe desconfianza, aunque Jesús ha venido para ofrecer a estos herejes un espíritu nuevo, un agua viva, un culto nuevo, un Dios verdadero. El agua del pozo estaba encerrada y el pozo era hondo; representa el judaísmo y el samaritanismo. Es una crítica a las religiones que ponen tanto empeño en sus cosas, en sus tradiciones, en sus costumbres y en sus normas. A una y otra religión les faltaba el agua viva, carecían de Espíritu y verdadera adoración. Vemos a Jesús que escucha las quejas de la mujer samaritana contra los judíos; pero Jesús, en el evangelio no representa a los judíos, aunque sea confundido con uno de ellos. Advirtamos que Jesús pide, para dar; pregunta, para responder; siente sed, para ofrecerse como agua viva.

III.4. Con esa dinámica de contraste, la teología joánica de este pasaje, emblemático a todas luces, propone una religión nueva y un culto nuevo: el culto en Espíritu y verdad. El Espíritu dará a conocer cuál es el culto que tiene sentido: el conocer a Dios y el adorarlo como Padre. Pero los judíos y los samaritanos no adoran precisamente a un Dios como Padre, sino a un dios que ellos mismos se han creado a su modo y manera; el dios que justifica sus odios y rencores. Esa religión, que muchas veces sigue siendo la dinámica de nuestras religiones actuales es un contra-Dios y anti-evangelio. Hoy, pues, también podemos aprender mucho desde el punto de vista ecuménico en la celebración de la eucaristía con este evangelio joánico. Ese no pasar de lejos por el terreno, por el mundo o la vida de los malditos; ese pedir para dar y ofrecer en nombre del Dios vivo la felicidad y la vida verdadera… es lo propio de la “religión” de Cristo. Son muchos los desafíos que esta narración evangélica nos sugiere. El relato nos muestra a un Jesús que en este caso no es un simple judío, sino el Logos de Dios, que habla y dialoga con una mujer (que representa a un pueblo con sus influencias sincretistas, pero al fin y al cabo una mujer)… que descubre algo nuevo que viene de Dios. Y entonces todo cambia… se dejan de lado historias pasadas, reglas que atan el corazón y el alma de la gente religiosa… y hacen posible descubrir a Dios como Padre. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



domingo, 12 de marzo de 2017

DOMINGO 2º DE CUARESMA


“Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escúchenlo”

En este segundo domingo de Cuaresma escuchamos en el Evangelio el relato de la transfiguración del Señor. Vislumbramos la gloria. Se nos anticipa el cielo. De algún modo, recién iniciada la andadura cuaresmal, se nos deja entrever cuál es el final de la misma. La resurrección, realidad gloriosa del ser, da sentido a nuestro caminar. Como dirá San Pablo, «si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe» (1 Cor 15, 14). 

En definitiva, la Palabra de Dios en este domingo, se nos presenta condensada por cuatro verbos y una invitación. Por un lado, los verbos: salir, tomar parte, subir, escuchar, bajar… dotan de vitalidad al conjunto del mensaje y nos ayudan a configurar nuestra identidad creyente, a fraguar nuestra esperanza en la resurrección y a vivir la caridad en el barro de nuestra historia. Por otro lado, una invitación: contemplar. Contemplar la gloria Dios. Contemplar, convirtiendo ‘nuestros modos de ver’ en los ‘modos del mirar de Dios’. Contemplar, como impulso para la misión. Contemplar, gestando al interior, palabras para el tiempo oportuno. «Hasta que el Hijo del hombre resucite», es la medida cumplida del tiempo. Ahora nos toca a nosotros ser narración para los demás de una gloria que hemos contemplado por la fe en Cristo Jesús.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

1 LECTURA

 “El sentido de este texto se percibe muy cercano a nuestra realidad humana: andamos peregrinando por la vida, con una visión de lo que queremos, permanentemente en búsqueda de nuestro lugar en el mundo. Constantemente más que hallar un lugar, hallamos preguntas. La realidad es dinámica, siempre transitando hacia lugares desconocidos. De alguna forma, la historia de Abraham es nuestra historia personal, la de quienes estamos en permanente búsqueda espiritual”.

Lectura del libro del Génesis 12, 1-4a

El Señor dijo a Abrám: “Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra”. Abrám partió, como el Señor se lo había ordenado.
Palabra de Dios.

Salmo 32, 4-5. 18-20. 22

R. Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.

La palabra del Señor es recta y él obra siempre con lealtad; él ama la justicia y el derecho, y la tierra está llena de su amor. R.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles, sobre los que esperan en su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.

Nuestra alma espera en el Señor: Él es nuestra ayuda y nuestro escudo. Señor, que tu amor descienda sobre nosotros, conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.

2 LECTURA

¿Qué es lo que nos sostiene en medio de los dolores y el rechazo? Mirar a Jesucristo, que ya ha vencido a la muerte y difunde vida e inmortalidad. En él nos sostenemos. En su victoria confiamos.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 8b-10

Querido hijo: Comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio, animado con la fortaleza de Dios. Él nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa y por la gracia: esa gracia que nos concedió en Cristo Jesús, desde toda la eternidad, y que ahora se ha revelado en la manifestación de nuestro Salvador Jesucristo. Porque él destruyó la muerte e hizo brillar la vida incorruptible, mediante la Buena Noticia.
Palabra de Dios.

ACLAMACIÓN  cf. Mt 17, 5

Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre: “Este es mi Hijo amado; escúchenlo”.

EVANGELIO

En el transitar de nuestra vida, a veces Dios nos hace regalos como este: nos lleva a su santa presencia y nos deja entrever lo que es la Vida plena y luminosa. Entonces, Jesús se nos revela cercano e íntimo. La tentación es pedirle que podamos quedarnos ahí, en la altura, desentendidos del mundo. No es todavía el tiempo. Iluminados por esta revelación, seguimos caminando en esta tierra y en esta historia.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17, 1-9

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Éste es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

En su mensaje de Cuaresma el Papa Francisco comienza con una invitación clara: convertirse al Señor. Pero lo hermoso de sus palabras está en la comprensión del dinamismo de la conversión como un «crecer en la amistad». Nuestras relaciones de amistad aparecen no pocas veces transidas de momentos luminosos y también de otros más oscuros. Los desniveles en el «feed-back» relacional nos causan conflicto y, en ocasiones, hasta distanciamiento.

Pues bien, con la primera lectura de hoy asistimos al inicio de una relación de amistad: la de Dios con su pueblo. En la persona de Abrahán, padre de los creyentes, encontramos el origen de esta amistad. Dios aparece nuevamente con su deseo de formar parte del devenir del ser humano. Un Dios que busca, que nos busca.

Salir. Nuestras relaciones de amistad, al igual que la de Dios con nosotros, implica la decisión de salir de uno mismo para encontrarse con el otro. Este salir de nosotros mismos conlleva aparejado el valor de la confianza. Abandonar nuestros espacios de seguridad, nuestras visiones unilaterales de la realidad y de los otros, desemboca en el enriquecimiento progresivo, en la dilatación de nuestro horizonte de vida. En cristiano, desemboca en el cumplimiento de la promesa. Abrahán es, no solo padre de los creyentes, sino modelo de un vivirse confiado en la Palabra de Dios. Cabe preguntarnos si estamos dispuestos a salir de nosotros mismos al encuentro de los hermanos; si en verdad somos capaces de abandonar nuestras comodidades y seguridades por un bien mayor en el que la vida del otro se hace parte de la mía; o si confiamos en la Palabra de Dios como guía para nuestro caminar.

Tomar parte. Pero toda relación de amistad, además de salir, exige de nosotros un compromiso con y por el otro. Así lo entiende el apóstol Pablo cuando nos invita a implicarnos en «los trabajos del Evangelio». Comprometerse con la causa de Cristo es comprometerse con el hermano. El afán de cada jornada halla su motivo, no en nuestro voluntarismo bienintencionado, sino en la misericordiosa opción de Dios por contar con nosotros para las labores del Reino. Se trata de dejarnos complicar la vida por el Evangelio. ¿Cómo vivo mi fe: desde la comodidad o desde el compromiso? ¿Cómo predico a Cristo en lo que vivo y en lo que hago?

Subir. «Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan y se los llevó a una montaña alta». Se trata de alzar la mirada, de contemplar más allá de las estrecheces de nuestros ojos. Se trata de hacer el esfuerzo de alejarnos un poco de lo urgente de nuestra vida para tener una perspectiva mayor de lo verdaderamente importante. Se trata de buscar el encuentro con Cristo para volver a la vida cambiado por Él. Se trata de no ser siempre nosotros la última palabra en todo y para todo. Se trata de dejar a Cristo que nos muestre su gloria en cada uno de los hermanos. En mi oración, en mi encuentro con Cristo ¿dejo que Él cambie mi vida, mis prioridades, mis intereses?

Escuchar. Es imperativo divino. Escuchar a Cristo. En las relaciones de amistad la escucha juega un papel central. En cierta medida, escuchar al otro me complica la existencia, me compromete con el otro, me hace formar parte del devenir del otro. Y esto es precisamente lo que Dios quiere cuando nos invita a escuchar a Cristo: que formemos parte de la vida de Cristo, que nos dejemos complicar e implicar en su proyecto salvífico. Ya no se trata solamente de obedecer la ley mosaica o de ejecutar la denuncia profética. Ahora, ambas, han de ser vividas a través del tamiz de la nueva ley que trae Cristo: «amaos unos a otros como yo os he amado». ¿A quién escucho? ¿Oigo el clamor de mis hermanos? ¿Escucho a Cristo en mi vida o solo soy yo el que hablo? ¿Es Cristo un Tú personal para mí con el que hacer encuentro, o solamente es un ente abstracto al que presentarle mi lista de deseos como si se tratara de un mago?

Bajar. Para poder levantar a un hombre caído es necesario agacharse. No podemos estar siempre viviendo en abstracto nuestra vida cristiana. Ésta ha de encarnarse en medio del barro de la humanidad. Ha de poner la pizca de gloria recibida por la fe en Cristo Jesús como punto de luz y esperanza en medio de las tinieblas de nuestro mundo. Es nuestro momento. El de cada uno de nosotros por llevar a nuestros hermanos, especialmente a los que más sufren, la presencia gloriosa de Cristo.

El final es una invitación: la de contemplar, la de ser transfigurados por Dios como lo fue Cristo. Aquí las palabras se agotan y solo cabe dejarle espacio a la poesía, al modo humano de pronunciar lo inefable. Estos versos del largo poema de Gerardo Diego, «Salmo de la transfiguración», pueden servir de colofón final, de oración personal, de deseo compartido:

Transfigúrame.
Señor, transfigúrame.
Traspáseme tu rayo rosa y blanco.
Quiero ser tu vidriera,
tu alta vidriera azul, morada y amarilla
en tu más alta catedral.

Quiero ser mi figura, sí, mi historia,
pero de Ti en tu gloria traspasado.
Quiero poder mirarte sin cegarme,
convertirme en tu luz, tu fuego altísimo
que arde de Ti y no quema ni consume...

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Génesis (12,1-4): La confianza en Dios, base de la religión

I.1. El relato de la vocación de Abrahán abre las lecturas de este segundo domingo de cuaresma. Es un relato que viene a manifestar la promesa de Dios que nunca abandonará a la humanidad. En Gn 1-11 se ha repasado, sucintamente, con alardes literarios y casi míticos, el misterio de la humanidad en general, que poco a poco ha querido emprender un camino independiente de Creador. Si debemos reconocer que lo allí descrito no puede ser “historia pura”, la verdad de todo está en llegar a la situación en la que es necesaria de nuevo la mano de Dios para poner su obra creadora en armonía con su proyecto de salvación. Es por eso que Gn 12 es tan importante desde el punto de vista de la “historia de la salvación”. Dios siempre encuentra hombres o grupos para que su obra pueda seguir teniendo esa categoría creacional buena.

I.2. Ya en esos capítulos anteriores se ponía de manifiesto, puntualmente, el proyecto salvífico de Dios, que nunca podía guardar silencio ante las acciones de los hombres; pero quizás las cosas se presentan allí con una cierta mentalidad pesimista. Ahora ese proyecto salvífico del Creador se va a hacer muy concreto con el “padre de los creyentes”, con Abrahán. Este personaje, al que se hace originario de la cuenca de los dos ríos de Mesopotamia, de Caldea, donde existía una cultura muy antigua, se le pide abandonar la tierra, los lazos de siempre, porque Dios quiere comenzar algo nuevo en un sitio menos deslumbrante ¡no olvidemos este detalle!. De entre aquellos nombres oscuros y sin grandeza enumerados en las páginas precedentes del Génesis, surge Abrahán y con él se pone de manifiesto la virtud del creyente que se fía rotundamente de Dios y que busca una luz nueva.

I.3. La carta a los Hebreos (11,8-10) describe profundamente ese momento: se fue a una tierra extraña, sin saber adónde iba. Pero Dios no falla nunca; pide, pero siempre responde. Abrahán debe dejar detrás la cultura de los ziggurat, la grandiosidad de los dioses mesopotámicos que no han llenado, a pesar de todo, la vida de los hombres. Atrás queda Babel, los intereses de los pueblos y ciudades, sus confusiones y orgullos..., porque Dios, un Dios con corazón, le quiere brindar a él, y con él a la humanidad, una vida con más sentido. Babilonia es la encarnación de todas las potencias políticas que han hecho derramar sangre y lágrimas a la humanidad. Dios, el Dios creador, no quiere eso para la humanidad… y Abrahán emprender, según nuestro relato, el camino de la fe, de la confianza (emunah) absoluta en Dios. Comienza así, idílicamente si queremos, una nueva manera de entender la religión como experiencia de confianza en Dios creador y salvador. Esta es la clave de la fe de Israel. Los dioses babilónicos serían “muy cultos”, pero nunca quisieron la confianza de los hombres, sino el someterlos.

IIª Lectura: IIª Timoteo (1,8-10): La pasión del evangelio como salvación

II.1. El autor de este texto epistolar, presuntamente Pablo, recomienda a su discípulo Timoteo que se haga cargo de la misión y vocación que ha recibido de parte de Dios: anunciar el evangelio. Es un texto hermoso, de un buen discípulo de Pablo si es que aceptamos, como máxima probabilidad, que Pablo no lo escribiera. La mímesis o adaptación al pensamiento paulino es encomiable. Conceptos como testimonio (martyrion), fuerza de Dios (dynamis theou), el verbo salvar y llamar (sôsantos… kai kalésatos), obras frente a gracia (erga-charis). Todo esto tiene como objetivo final destruir la muerte (thánatos) y ofrecernos la inmortalidad (aphtharsía) por medio del evangelio. Muchas cosas son de Pablo, otras suponen un evolución de su pensamiento. Pero las afirmaciones, todas, son un buen ejemplo del kerygma cristiano, de aquello que se debe proclamar al mundo.

II.2. Es la tarea más arriesgada de un hombre comprometido con una comunidad. Por ello, anunciar el evangelio no es relatar cosas o doctrinas carentes de sentido. Al contrario, como buena noticia que es, y como los hombres necesitan estas buenas noticias para vivir, se debe poner de manifiesto que Dios nos ha salvado. Eso, independientemente de nosotros; porque el plan de Dios, como se expresa el autor de Timoteo, es un proyecto de gracia. Y ese plan tiene un nombre concreto, una historia que puede conocer toda la humanidad; se trata de Jesús de Nazaret, el Mesías cristiano, quien ha venido para destruir la muerte, el pecado, el odio... y para darnos una esperanza nueva. El cristianismo se fundamenta en esto, y como Abrahán debemos poner en ello toda nuestra “confianza”, porque tenemos, además, la garantía de Cristo.

Evangelio: Mateo (17,1-9): La Transfiguración, la transformación de lo divino en lo humano

III.1. Todos los años, en el segundo domingo de cuaresma, leemos el relato de la transfiguración. Corresponde, pues, en este domingo leer el texto de Mateo. Los pormenores del este relato mateano no nos alejaría mucho de su fuente, que es Marcos (9,2ss). Lucas (9,28ss) sí se ha permitido una autonomía más personal (como la oración, por dos veces, que es tan importante en el tercer evangelista y otros pormenores, como cuando Moisés y Elías hablan de su “éxodo”). Para el evangelista Marcos es el momento de emprender el viaje a Jerusalén y este es el punto de partida; Lucas ha querido adelantar la Transfiguración antes de emprender de una forma decisiva el “viaje” (9,51ss). Por tanto, Mateo es el más dependiente de Marcos a todos los efectos literarios. Deberíamos pensar que una experiencia muy intensa vivida por Jesús con algunos de sus discípulos, ha marcado la tradición de esta narración.

III.2. El hecho de que esté en este momento, tras la predicación de Jesús en Galilea y ya a las puertas de emprender el viaje definitivo a Jerusalén, resulta elocuente. No podemos negar que esta narración está concebida con el tono apocalíptico y con el lenguaje veterotestamentario pertinentes. Las dos columnas del AT, Moisés y Elías son testigos privilegiados de esta “experiencia”, en el monte (que nosotros lo conocemos como el Tabor, pero que no está identificado en el texto, y no es necesario). Porque el “monte” en cuestión es un símbolo, un lugar sagrado, un templo, el cielo… Precisamente esos dos personajes del AT tuvieron con Dios su experiencia en el monte, el Sinaí o el Horeb que es lo mismo. Por tanto, ya podemos llegar a percibir unas claves concretas de lectura a partir de estas semejanzas con los personajes mencionados. Por una parte están esos personajes para ser testigos de la “intimidad” de Jesús, el Hijo de Dios, pero en su necesidad más humana… Jesús, no es un impostor que habla del Reino a los hombres sin autoridad. Moisés y Elías testifican que no es así… si “conversan” con él es porque ellos le conceden a Jesús el “testigo” definitivo de la revelación. Pero este no es solamente un nuevo Moisés o un nuevo Elías… es el Hijo, como hace notar la voz celeste: escuchadlo!

III.3. Independientemente de la fisonomía literaria y teológica del relato, con las cartas marcadas por la cristología que respira la narración, nos preguntamos: ¿Qué significa la transfiguración? La transformación luminosa de Jesús delante de sus discípulos, ya camino de Jerusalén y de la pasión, es como un respiro que se concede Jesús para ponerse en comunicación con lo más profundo de su ser y de su obediencia a Dios. Jesús lee, digamos, su propia historia a la luz de su obediencia a Dios con objeto de llevar adelante ese plan de salvación para todos los hombres. Jesús no sube al monte de la transfiguración siendo el Hijo de Dios de la alta cristología, sino el hombre-profeta de Galilea que pregunta a Dios si el camino que ha emprendido se cumplirá. Por eso Lucas pone tanto interés en la oración, porque estas cosas se preguntan y se viven en la oración. Y las respuestas de Dios se escuchan también en la experiencia de la oración. De esa manera, los dos personajes que se presentan acompañando a la nube divina, Moisés y Elías, representantes cualificados del Antiguo Testamento, indican que ahora es Jesús quien revela a Dios y a su mundo. Los discípulos le acompañan, pero no pueden percibir más que una especie de sosiego que les lleva a pedir y desear “plantarse” allí, construir tiendas en lo alto del monte.

III.4. Pero los hombres están abajo, en la tierra, en la historia, y se les invita a bajar, como una especie de vocación; deben acompañar a Jesús, recorrer con él el camino de Jerusalén, porque un día ellos deben anunciar la salvación a todos los hombres. Jesús decide bajar de ese monte y pide a los suyos que le acompañen. Viene de “arriba” con la confianza absoluta de que su Dios lo ama… y ama a los hombres. Pero en Jerusalén no le otorgarán la autoridad que ahora le han concedido Moisés y Elías. También un día Moisés tuvo que bajar del Sinaí y se encontró con la realidad de un pueblo que se había fabricado un becerro de oro (Ex 32,1-35); Elías también descendió del Horeb (1Re 19), sabiendo que lo perseguirían las huestes de Jezabel que querían imponer a los dioses cananeos. Jesús tuvo que aclarar en el “monte” si su mensaje y su vida eran la voluntad de Dios. La voz celeste, por muy apocalíptica que suene, lo deja claro.

III.5. ¿Se debe o no se debe subir al monte de la transfiguración? Desde luego que sí. Y este es un relato que nos habla de la búsqueda de Dios y de su voluntad en la “contemplación” y en la “oración”. Esta es una de las razones por las que el relato de la transfiguración figura en la liturgia de la Cuaresma. No obstante, la enseñanza es palmaria: lo contemplado debe ser llevado a la vida de cada día, de cada hombre. Como Abrahán tuvo que dejar su tierra, los discípulos deben dejar la “altura infinita” del monte para abajarse, porque ese evangelio que ellos han vivido, deben anunciarlo a todos los hombres cuando Jesús resucite de entre los muertos. Probablemente Jesús vivió e hizo vivir a los suyos experiencias profundas que se describen como aquí, simbólicamente, pero siempre estuvo muy cerca de las realidades más cotidianas. No obstante, ello le valió para ir vislumbrando, como profeta, que tenía que llegar hasta dar la vida por el Reino. Se debe subir, pues, al monte de la transfiguración, para bajar a iluminar la vida. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).