domingo, 30 de abril de 2017

DOMINGO 3º DE PASCUA



 “La fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios.”

Las primeras reacciones de los discípulos el día de Pascua son de incredulidad y de decepción. Las esperanzas acariciadas en vida del Maestro se han venido abajo en el Calvario y el sepulcro. Dos de esos hombres regresan desencantados a su pueblo. Y, sin embargo, lo que ni unos ni otros podían imaginar ha ocurrido: aquel Jesús crucificado vive y en él se han cumplido las antiguas Escrituras (Ev.: Lc 24, 13-35).

De eso es de lo que habla Pedro con vigor poco después, el día de Pentecostés, ante un auditorio expectante. La gente conoce los hechos más o menos vagamente, pero el apóstol los expone en una clave inédita, que revela en ellos el cumplimiento del designio de Dios anticipado en la Escritura. Pedro y sus compañeros lo atestiguan convencidos y lo muestran con su propia transformación (1ª lect.: Hch 2, 14.22-33).

Es todavía Pedro quien insiste, esta vez por escrito, en otro aspecto de esa muerte que ha relatado en su discurso ante la multitud. Lo que ha ocurrido ha sido trágico, sí, pero ha venido a ser un inmenso beneficio en favor nuestro: se ha pagado un enorme precio por nosotros, pero hemos sido rescatados. De ahí nace nuestra fe, que nos exige tomar en serio nuestra vida (2ª lect.: 1 Pe 1, 17-21).

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

“Encontramos aquí el primer anuncio o kerygma. Este kerygma es la predicación que se hace por primera vez al judío o al pagano anunciándole el acontecimiento pascual. Se trata de un anuncio breve, gozoso, por el cual se proclama que Dios ha resucitado a Jesús y, por medio de la pascua, nos ofrece la salvación. Se hace resaltar la trascendencia de Dios y se pone de relieve su acción gratuita y salvadora. A esta primera presentación de la Pascua se responde con la fe”.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33

El día de Pentecostés, Pedro, poniéndose de pie con los Once, levantó a voz y dijo: “Hombres de Judea y todos los que habitan en Jerusalén, presten atención, porque voy a explicarles lo que ha sucedido. A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él. En efecto, refiriéndose a él, dijo David: ‘Veía sin cesar al Señor delante de mí, porque él está a mi derecha para que yo no vacile. Por eso se alegra mi corazón y mi lengua canta llena de gozo. También mi cuerpo descansará en la esperanza, porque tú no entregarás mi alma al Abismo, ni dejarás que tu servidor sufra la corrupción. Tú me has hecho conocer los caminos de la vida y me llenarás de gozo en tu presencia’. Hermanos, permítanme decirles con toda franqueza que el patriarca David murió y fue sepultado, y su tumba se conserva entre nosotros hasta el día de hoy. Pero como él era profeta, sabía que Dios le había jurado que un descendiente suyo se sentaría en su trono. Por eso previó y anunció la resurrección del Mesías, cuando dijo que no fue entregado al Abismo ni su cuerpo sufrió la corrupción. A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes ven y oyen”.
Palabra de Dios.

Salmo 15, 1-2. 5. 7-11

R. Señor, me harás conocer el camino de la vida.

Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti. Yo digo al Señor: “Señor, tú eres mi bien”. El Señor es la parte de mi herencia y mi cáliz, ¡tú decides mi suerte!


Bendeciré al Señor que me aconseja, ¡hasta de noche me instruye mi conciencia! Tengo siempre presente al Señor: Él está a mi lado, nunca vacilaré.

Por eso mi corazón se alegra, se regocijan mis entrañas y todo mi ser descansa seguro: porque no me entregarás a la muerte ni dejarás que tu amigo vea el sepulcro.

Me harás conocer el camino de la vida, saciándome de gozo en tu presencia, de felicidad eterna a tu derecha.

R. Señor, me harás conocer el camino de la vida.

II LECTURA

Sabemos en quien ponemos la esperanza. Creemos en lo que su amor nos tiene destinado. Caminamos en esta tierra con la convicción de que el camino tiene una dirección: vamos al encuentro definitivo con el Padre que, en Jesús, quiere darnos vida eterna.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 1, 17-21

Queridos hermanos: Ya que ustedes llaman Padre a Aquél que, sin hacer acepción de personas, juzga a cada uno según sus obras, vivan en el temor mientras están de paso en este mundo. Ustedes saben que “fueron rescatados” de la vana conducta heredada de sus padres, no con bienes corruptibles, como el oro y la plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, el Cordero sin mancha y sin defecto, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos para bien de ustedes. Por él, ustedes creen en Dios, que lo ha resucitado y lo ha glorificado, de manera que la fe y la esperanza de ustedes estén puestas en Dios.
Palabra de Dios.

Aleluya        Cf. Lc 24, 32

Aleluya. Señor Jesús, explícanos las Escrituras. Haz que arda nuestro corazón mientras nos hablas. Aleluya.


EVANGELIO

En el camino Jesús relee las Escrituras. Con su interpretación, todos los acontecimientos cobran sentido. Y luego, alrededor de la mesa, figura del banquete del Reino, parte el pan. Por la palabra y por el pan los discípulos creyeron en la presencia de Jesús Resucitado. Por la palabra y por el pan, en cada misa, nos sentamos alrededor de la mesa con Jesús. Él está vivo donde su Palabra hace arder el corazón y donde la alegría del pan se comparte.

 Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 13-35

El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido. Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: “¿Qué comentaban por el camino?”. Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!”. “¿Qué cosa?”, les preguntó. Ellos respondieron: “Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera él quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron”. Jesús les dijo: “¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?”. Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a él. Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba”. Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero él había desaparecido de su vista. Y se decían: “¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás que estaban con ellos, y estos les dijeron: “Es verdad, ¡el Señor ha resucitado y se apareció a Simón!”. Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Del desencanto a la esperanza

Los dos discípulos que caminan hacia Emaús reconocen sus ilusiones frustradas. Se habían generado maravillosas expectativas al lado de aquel hombre, pero ahora, ¿quién podría mantenerlas? Olvidarlas cuanto antes y volver a la rutina cotidiana: eso era lo razonable. Ante aquella muerte, ninguna utopía podía subsistir.

Pero irrumpe un forastero en medio de aquellas lamentaciones, reprochándoles que se encierren en ellas, porque no hay razón para ese pesimismo: la Escritura había previsto lo ocurrido y lo había esclarecido. Y los caminantes descubren nuevas resonancias en pasajes que les suenan y ahora les deslumbran (después reconocerán que su corazón se había conmovido con cada revelación inesperada de aquel desconocido).

Intuyen algo, quieren saber más y le invitan a quedarse aquella tarde. Comparten la cena, y hay un gesto del extraño que resulta asombrosamente familiar: ¡era él, sin duda! Primero la Escritura desvelando su secreto, ahora el pan partido descubriendo su identidad. La Eucaristía ha conducido al encuentro. ¡Hay que avisar a los íntimos! Y vuelan a Jerusalén a compartir lo increíble.

Hay que hablar de esto a todo el mundo

Ese primer testimonio en el seno de la comunidad ha consolidado entre ellos la fe en el Resucitado. Ya no acarician sólo una hermosa ilusión, sino que comparten una inquebrantable certeza. Y adquieren conciencia de ser depositarios de un mensaje que tiene que ser difundido. Lo había dispuesto así el Maestro, y además les hierve dentro.

Pentecostés es la ocasión para esa primera difusión del kerigma, es decir, de ese compendio esencial del mensaje: el acontecimiento pascual. Y de nuevo es la Escritura la que ilumina el sentido profundo de lo sucedido, la que esclarece el misterio que se quiere transmitir.

Una Escritura que cobra vida en el testimonio entusiasta de sus pregoneros, que se hace palabra vibrante en labios de Pedro. El apóstol condensa en una apretada síntesis el trasfondo de lo que todos contemplan: este Jesús de quien os hablo, "exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo que estaba prometido, y lo ha derramado. Esto es lo que estáis viendo y oyendo".

Una noticia que cambia nuestra historia

Iluminar lo ocurrido llevaba consigo rehabilitar la memoria de Jesús y mostrar la obra de Dios en él. Pero aquel hombre no había venido a deslumbrar a los creyentes, ni sólo a acreditar la rectitud de su conducta a los ojos de Dios o a legitimar su pretensión de ser enviado suyo. Traía consigo una misión insospechada de alcance universal.

Todos éramos esclavos desde siempre, obrando con un "proceder inútil recibido de nuestros padres". Nuestra historia estaba sembrada de torpeza y de miserias a lo largo de los siglos. Y ese Jesús, crucificado precisamente por nuestras miserias, por nuestros pecados (por culpa de ellos, y para librarnos de ellos), al resucitar "llevó cautiva la cautividad", nos rescató de aquella esclavitud y nos consiguió la libertad.

Al abrirnos a esa verdad, la verdad de Cristo, ha brotado en nosotros la fe en Dios, "que lo resucitó y le dio gloria", y así hemos puesto en él también nuestra esperanza. Y, puesto que lo llamamos Padre y sabemos que nos juzga con amor, somos invitados a tomar en serio nuestro proceder en esta vida, a fin de complacerle y ser también un día partícipes de su gloria.

ESTUDIO BÍBLICO.

Le reconocieron al partir el Pan

I Lectura (Hch 2,14.22-33): La fuerza de kerygma

I.1. La Iª Lectura de este Domingo (Hechos 2,14.22-33) se toma del discurso de Pedro el día de Pentecostés y es el prototipo del primer anuncio (kerygma) que los apóstoles proclamaban ante los judíos, y ante todos los hombres. Consistía en proponer al mundo la muerte en la cruz y la Resurrección de Jesús de Nazaret como el acontecimiento más importante de la historia de la salvación. Los “discursos”, en los Hechos de los Apóstoles, le dan a la narración toda la fuerza catequética del mensaje. Aunque provienen de la tradición primitiva, en realidad están redactados y actualizados por Lucas.

I.2. Este discurso concretamente está organizado en tres partes: (a) Invitación a escuchar: "Escuchad Israelitas" (v. 22a); (b) Exposición del acontecimiento fundamental: Dios ha resucitado a Jesús el Nazareno (v. 22b-24); (c) Un apoyo o testimonio en la Escritura, que es el Sal 16,8-11 (vv. 25-28). De alguna manera, los cristianos siguieron las pautas de lo que eran los discursos del libro de Deuteronomio (cf. Dt 4,1; 5,1; 6,4; 9,1; etc.) y en la misma tónica de los profetas que anunciaban algo decisivo a Israel. Porque los discursos “kerygmáticos” que anuncian el valor y la muerte de Jesús tienen un carácter profético.

I.3. Proclamar la muerte de Jesús, sin embargo, no podía hacerse sin poner de manifiesto las causas y los motivos de la vida de Jesús, quien por sus palabras y sus hechos extraordinarios hizo presente la liberación de Dios; liberación que debía recordarles a los judíos la liberación de la esclavitud de Egipto. Pero ellos no vieron en la vida de Jesús una vida liberadora, sino que lo “crucificaron” por medio de los “impíos” (anomoi), los romanos, que eran los “sin ley” para los judíos. Aquí no debemos hacer, de ninguna manera, una lectura antisemita del texto. Los cristianos, al menos, no lo debemos hacer porque la responsabilidad de la muerte de Jesús no es de un pueblo, sino de los responsables de su religión y de los responsables romanos. No obstante, tampoco se puede ocultar que la muerte de Jesús es el resultado del rechazo a su predicación liberadora, aunque en el mismo v. 13 se ponga de manifiesto que todo esto ocurre “según el designio de Dios”. Pero dicho designio no se refiere a la muerte en sí, muerte ignominiosa de la cruz, sino al valor de esa muerte como causa de redención y salvación para todos.

I.4. La respuesta de Dios a la muerte de Jesús, teniendo en cuenta ese designio divino, es la resurrección. Dios lo ha liberado de los “dolores de la muerte” (v. 24), como si fuera un parto. Así como en el parto la madre y el hijo sufren hasta que los dos se abrazan en un misterio de vida nueva, de la misma manera, el dolor de la muerte de Jesús lleva al abrazo divino de la vida nueva del Crucificado. De la misma manera deberíamos leer e interpretar el misterio de nuestra propia muerte y la esperanza de nuestra propia resurrección. Morir para nosotros debería ser un parto que nos lleva a la vida nueva y verdadera. El discurso de Pedro se apoya (vv. 25-28) en el Sal 16 en el que se nos manifiesta un creyente que confía en Dios hasta pensar que no verá la corrupción. Como a Israel le costó mucho expresar su fe en la vida después de la muerte, el que se use este salmo aquí, quiere decir que pronto en la comunidad cristiana se consideró este salmo como un canto mesiánico en toda su dimensión.

I. 5. Por ello, cuando se habla de la fuerza de la palabra de Dios en los cristianos primitivos, esa fuerza no consistía en otra cosa que en la fuerza que tenía la misma muerte y resurrección de Jesús. Es una fuerza que cambia los corazones y, si cambia los corazones, cambia también la historia; porque en la muerte de Jesús, en la cruz concretamente, la muerte ignominiosa de esclavos y revolucionarios, se revela todo el amor de Dios por nosotros; y en la Resurrección se revela el poder de Dios sobre la muerte de Jesús y sobre la de todos los hombres.

2ª Lectura: (1Pe 1,17-21): Nuestra esperanza está en Dios

II.1. La IIª Lectura, de la carta Iª de Pedro (1,17-21) insiste poderosamente en el kerygma del misterio de la Pascua, de la muerte y la Resurrección de Jesús. Propone, que no es el oro y el poder lo que cambiará la historia, aunque muchos hombres consideren que eso es lo que moviliza este mundo. El oro, el poder, las armas, traen la tragedia a nuestros pueblos: la guerra y los nacionalismos. Pero en el misterio de la Pascua, que es el misterio del «sin poder», se abre todo a la esperanza y a la vida que permanece para siempre.

Evangelio (Lc 24,13-35): Cuando arde nuestro corazón

III.1. El evangelio (Lucas 24,13-35) es una de las escenas de las apariciones del Resucitado que más han calado en la catequesis de la comunidad cristiana. La polifonía de la narración encierra notas de mucho calado, “tempi” que deben recrearse en una lectura pausada y sosegada para llegar hasta donde nos quiere llevar el autor. Todo esto es lo que constituye la gramática generativa de nuestro relato como obra narrativa; pero no se queda ahí, en pura narración. Bien es verdad que sin narración, sin gramática, no hay mensaje y no puede haber hermenéutica. Pero la narración no está sola, sino que engendra un texto sagrado para la comunidad. Es como si fuera la descripción de una eucaristía en un proceso dinámico: primeramente los peregrinos de Emaús, desconcertados, van escuchando la interpretación de las Escrituras en lo referente al Mesías. Es una catequesis de preparación para lo que viene a continuación. Bien podemos articular esta narración en torno a dos escenas principales introducidas por la misma expresión: (a) Lc 24,15: "Y sucedió mientras conversaban..." (kai egéneto en tô homilein autois...); (b) Lc 24,30: "Y sucedió mientras se sentó a la mesa ..." (kai egéneto en tô kataklithenai auton...). Muchos han reconocido que Lucas indica los dos momentos esenciales de la liturgia cristiana: la palabra y el sacramento, escucha de las Escrituras y liturgia eucarística.

III.2. La primera parte es en el camino. Desde la nostalgia solamente no es posible abrirse a la resurrección. No es la nostalgia la forma y manera de adentrarse en el anuncio pascual de que “el crucificado vive”. Esta primera etapa es la narración más impresionante de eso que podemos llamar la etapa de la verificabilidad de la resurrección. En ella ha quedado claro que el sepulcro vacío ha dejado de significar nada, al menos en la obra de Lucas y yo creo que en todo el NT. Pero es Lucas el que nos ha mostrado con esta escena que la “verificabilidad” no puede sostener la grandeza del misterio de la Pascua. Porque es después del intento de la verificabilidad cuando los dos discípulos prácticamente huyen de Jerusalén con el convencimiento de que todo ha terminado Mientras iban de camino, el Resucitado les sale al encuentro sin que puedan reconocerlo. Sabemos que Lucas es un verdadero catequista del camino. Así entiende toda la vida de Jesús, y muy especialmente en su decisión irrevocable de ir a Jerusalén (Lc 9,51-19,24). Y entiende, a su vez, que el discipulado cristiano es un camino que se ha de recorrer con Jesús; no es un discipulado de tipo intelectual: se aprende viviendo. Por eso, ahora también, en este relato de la experiencia de la resurrección, ese misterio es un “itinerario” que hay que recorrer en la lectura de la Escritura. En el caso de la comunidad cristiana debemos interpretarlo del mensaje de la vida de Jesús. Pero Jesús toma su iniciativa: se hace un peregrino, un itinerante con ellos, que vienen de Jerusalén desesperados, porque ni siquiera han tomado en consideración lo que algunas mujeres ya decían.

III.3. El peregrino, sin que se lo pidan, hace el camino con ellos y les explica las Escrituras; ya no pueden vivir sin él, sin su palabra de consuelo y de vida. Estamos ante una de las novedades del cristianismo primitivo que Lucas plasma extraordinariamente en este relato, en cuanto esos pasajes, como Is 53, van a ser considerados mesiánicos por los cristianos. El v. 26 es el punto de arranque en el proceso de leer las Escrituras desde la Pascua, con ojos nuevos. No olvidemos que el lector sabe quién habla, aunque los peregrinos son ignorantes, pero es una de las claves de este itinerario que el evangelista quiere marcar a la comunidad cristiana que ha de leer las Escrituras.

III.4. Como buenos orientales, han dado hospitalidad a este peregrino desconocido que les ha interpretado las palabras de los profetas sobre la muerte y la resurrección de Jesús. Eso fue lo que tuvieron que hacer los primeros cristianos para explicarse y vivir espiritualmente la muerte y la resurrección de Jesús. Y entonces, en la casa, símbolo de una comunidad eucarística, Él, que aparecía como un hombre de paso, viene a constituirse en el anfitrión de aquella celebración. Por eso, aquellos peregrinos «reconocen» al Señor, en un gesto como el que pudo hacer en la noche de la última cena; podemos entender que parte el pan y lo reparte y beben de la copa. Así se cumple, pues, el sentido de las palabras de Jesús, en la tradición de Lucas y Pablo, la conocida como tradición de Antioquía, cuando se dice: "haced esto en memoria mía" (Lc 22,19c; 1Cor 11,24c), después de haber tomado pan y haberlo repartido entre los suyos. Es, la Eucaristía, memorial de lo que hizo Jesús aquella noche, que no se explica, desde luego, sin lo que le lleva a realizar aquel acto profético de lo que estaba por llegar inmediatamente. En efecto, fue entregar su vida, en el pan y en la copa que reparte entre los discípulos. Pero ese memorial no está limitado a ese momento puntual, sino a toda su existencia, que culminará en la cruz.

III.5. Es, pues, en la Eucaristía donde nos entrega el Señor la vida de la que goza ahora como resucitado. Lucas quiere enseñar a su comunidad que, aunque ellos como nosotros, no pudimos vivir con El, ni conocerle, en la Eucaristía es posible tener esta experiencia de vida. En definitiva, en la Eucaristía hacemos un «memorial», con todo lo que esto significa, pero con el Resucitado, mas no como testigo pasivo, sino siendo El Señor y anfitrión, porque es solamente con El con quien podemos abarcar la altura y la profundidad de algo que no es simplemente repetir, sino revivir. La Eucaristía, como la Resurrección, es un misterio inefable de liberación, ya que los discípulos que estaban angustiados por lo que había pasado en Jerusalén, poco a poco, en la medida en que va haciéndose la Eucaristía, como un peregrinar, se conmueven, porque la vida del Resucitado se apodera de sus corazones. Eso es lo que Lucas quiere enseñarnos, catequéticamente, sobre lo que acontece cuando el Señor resucitado parte el pan con su comunidad, con y en la Iglesia.

III.6. ¡La “fracción del pan”!  es el signo que necesitaban para saber lo que había pasado. Queda, no obstante, por formular el remate de este momento decisivo. Es lo que se describe ajustadamente en el v. 31, y que es lo contrario de lo que se ha expresado en el v. 16 (sus ojos estaban cerrados, retenidos, sin luz). Este es el momento que tan maravillosamente plasmó Rembrandt en su cuadro de los discípulos de Emaús, una de las composiciones pictóricas más hermosas que existan. No hay palabras para expresarlo mejor. Es una “auto-revelación” del resucitado en la cena, la fracción del pan, es decir, en la eucaristía. Por eso, esa presencia no es “visible” como normalmente entendemos esto. El hecho de que se use el verbo en aoristo pasivo indica que se trata de una experiencia profunda, espiritual, real sin duda, pero no para ver con los ojos corporales, sino con los ojos de la fe. ¡No debe caber la menor duda de hablar de este modo! Por eso, el v. 32 tiene un sentido irrenunciable en el metalenguaje de nuestra narración. Es la clave: “y se decían el uno al otro: ¿no ardía nuestro corazón cuando por el camino nos hablaba y nos explicaba (nos abría) las Escrituras?”. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).

domingo, 23 de abril de 2017

DOMINGO 2º DE PASCUA


¡Paz a ustedes!

Hay muchas maneras de dar respuesta a la gran pregunta humana de qué será de nosotros después de la muerte, qué nos espera o qué debemos esperar tras ese terrible oscurecimiento de nuestro existencia. Los cristianos creemos que resucitaremos con y como Cristo, que fue el primero en ser llevado a una vida humana en plenitud después de su muerte. Para la fe cristiana, los muertos no existen. Como Cristo, pasaron por la muerte y resucitaron. Nosotros creemos que pasaremos por la muerte y seremos resurrección, vida plena en el ámbito misterioso de la plenitud de Dios”. La diferencia con Cristo no debe ocultar la identidad fundamental, tan acentuada por san Pablo: “si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado” (1 Cor 15,16).

Que nadie intente buscar pruebas físicas, de un hecho que no es físico. Cristo no volvió a la vida que tenía anteriormente, no es un “revivificado”, sino que ha adquirido una “nueva vida”, y ésta no se puede captar con los sentidos. De ahí que resulte muy normal la postura de duda de Tomás. Todos sentimos lo mismo. Sin embargo no siempre nos comportamos con esa misma lógica, porque tampoco nadie ha palpado con las manos la justicia, la bondad, la verdad, el amor, la autenticidad, etc., y sin embargo son valores tan evidentes para nosotros y tan importantes en nuestra vida, que los humanos no podríamos vivir sin ellos.

Pues bien, en un mundo en el que la estima que cada uno recibe de los demás está en relación directa con los bienes económicos que posee, los cristianos celebramos hoy todo lo contrario: la fiesta de la gratuidad, de la misericordia, del dar sin esperar nada a cambio. Porque eso es la resurrección. Toda ella es un acto de misericordia de Dios, que ha dado gratuitamente lo máximo que se le puede dar a un ser humano: no sólo que supere la muerte, sino también hacerlo llegar a la vida humana plena.

Jesús aparece en medio de sus discípulos y les enseña las manos y los pies. Esto parece una prueba irrefutable. Pero los evangelios no pretenden mostrar palpablemente un cuerpo resucitado, porque esto no es posible. Utilizan todas esas imágenes con otra intención bien diferente: indicar sin ningún género de duda que Jesús es realmente un Viviente, no una fantasía creada por algunas mentes. Además, que este Viviente no ha sufrido una aniquilación de su identidad, sino que por el contrario la identidad gloriosa que ahora disfruta conecta armónicamente con la que tuvo cuando vivió con ellos.

 DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

La presencia de Jesús Resucitado adquiere múltiples manifestaciones en la vida de la comunidad. La palabra, la fracción del pan, la oración y la comunión de bienes son signos de la vida nueva que trae la Resurrección de Jesús. El Espíritu comunitario reemplaza al individualismo, y la alegría es la actitud que caracteriza a los creyentes.

Lectura de los Hechos de los apóstoles 2, 42-47

Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Un santo temor se apoderó de todos ellos, porque los Apóstoles realizaban muchos prodigios y signos. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo. Y cada día, el Señor acrecentaba la comunidad con aquellos que debían salvarse.
Palabra de Dios.

Salmo 117, 2-4. 13-15. 22-24

R. ¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor!

Que lo diga el pueblo de Israel: ¡es eterno su amor! Que lo diga la familia de Aarón: ¡es eterno su amor! Que lo digan los que temen al Señor: ¡es eterno su amor! R.

Me empujaron con violencia para derribarme, pero el Señor vino en mi ayuda. El Señor es mi fuerza y mi protección; él fue mi salvación. Un grito de alegría y de victoria resuena en las carpas de los justos. R.

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. Éste es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él. R.

II LECTURA

En el bautismo hemos sido transformados y asociados al misterio pascual de Jesús. Por eso, a pesar de las dificultades de la vida, hay en el fondo una alegría serena que nos sostiene. Nuestra esperanza está viva

Lectura de la primera carta del apóstol san Pedro 1, 3-9

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo. Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final. Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de Jesucristo. Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Jn 20, 29

Aleluya. Ahora crees, Tomás, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!, dice el Señor. Aleluya.

EVANGELIO

La bienaventuranza se dirige a los creyentes de todos los tiempos, incluyéndonos a nosotros: ¡Felices los que creen sin haber visto! Sin haber visto físicamente a Jesús Resucitado, agudizamos la percepción para verlo y tocarlo allí donde él quiso quedarse: en la comunidad, en la Eucaristía y en los pequeños y pobres.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 19-31

Al atardecer del primer día de la semana, los discípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La misericordia de Jesús Nazareno

Jesús fue enviado por el Padre misericordioso a vivir en continua actitud de misericordia. Y así lo hizo. Anunció el reino de Dios a los pobres y los defendió, denunció y desenmascaró a los opresores, y por ellos fue perseguido, condenado a muerte y ejecutado “Quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda la vida por mi causa, la encontrará”. La “causa de Jesús” invita a una misericordia total, puesto que desplaza el eje de la preocupación por la supervivencia de uno mismo para centrarlo en la preocupación por la supervivencia de los otros. La resurrección se enfrenta, por tanto, a una mentalidad como la del mundo actual, cuyo único centro de interés es el propio individuo.

La resurrección de Jesucristo indica que el Abba es el Dios de la misericordia y de la gratuidad

La resurrección es algo que se recibe como don gratuito del Dios de la vida, y que debe darse con el mismo altruismo. No es algo que se merezca, se gane o se conquiste; no es un derecho que podamos reivindicar o exigir los humanos; no es “natural”. La resurrección nos muestra cómo es el Dios de Jesús, nuestro Dios. Los primeros cristianos transmiten su fe en un Dios que es amor infinito, que no abandona a los seres humanos ni siquiera ante la muerte. La resurrección habla de un Dios del que uno se puede fiar plenamente. El proyecto de este Dios misericordioso no es hacer un ser humano destinado a la muerte, sino a la vida plena y definitiva, comunicándole su propia vida. Tal es el designio del Padre y la obra mesiánica de Jesús, que se somete a la experiencia de la muerte injusta, precisamente porque tiene una confianza absoluta en que su Dios es misericordioso y restablecerá la justicia.

Dios muestra su misericordia restableciendo la justicia atropellada por las injusticias humanas

Niños, y también hombres, mujeres, ancianos inocentes son asesinados inicuamente todos los días por “daños colaterales” o mueren a causa del hambre perfectamente solucionable. En Jesús crucificado se encuentra una promesa para los innumerables crucificados de la historia. Jesús, el Resucitado, es el Crucificado, que cuando se aparece muestra sus llagas. Dios resucitó a Jesús y desde entonces hay esperanza para las víctimas. La resurrección es la esperanza de que las injusticias de los hombres no triunfarán para siempre.

La fe en la resurrección impulsó a los apóstoles a practicar la misericordia

Todos los relatos de las apariciones de Jesús resucitado terminan con un mandato dirigido a los que, como resultado del convencimiento, se han convertido en testigos. Es necesaria también nuestra participación para que se produzca la resurrección de los hombres.

Creer en la resurrección no sólo es creer en el Dios de la misericordia, sino practicar la misericordia. A cada acto de fe en la resurrección debe responder un acto de justicia, de servicio, de solidaridad, de amor, de misericordia. Los resucitados hemos de ser resucitadores ya desde ahora. Estamos llamados a comprometernos a que desaparezca todo lo que hay de muerte a nuestro alrededor (muerte física, hambre, enfermedad, destierro, soledad, etc.). Los miles de víctimas que a diario en nuestro mundo sufren el mismo destino doloroso que el Crucificado, han de empezar a disfrutar, con nuesta colaboración, de una nueva vida. Sólo así podemos dar testimonio de que la resurrección no es una mentira en la que no creemos nada más que de palabra.

Convertirse a la misericordia y a la gratuidad lleva a practicar la paz y el perdón

Creer en la resurrección significa convertirse a la gratuidad y a la misericordia. El evangelio de hoy nos muestra dos ámbitos en los que podemos practicar la misericordia, la gratuidad: el perdón y la paz.

a.       “¡Paz a vosotros!” son las primeras palabras que Jesús glorioso dirige a sus discípulos reunidos. No es un simple deseo, sino que Jesús da realmente la paz. Los cristianos tenemos la misión de “pacificar la existencia”. Donde hay deterioro, pérdida o supresión de algo, allí hay violencia. Y nuestra sociedad de consumo es pródiga en innumerables y enormes violencias. No hay metro cúbico de la atmósfera, de la tierra o del mar que no sufra nuestra agresión. Deterioramos muchos valores como la justicia, la solidaridad, la lealtad, la autenticidad, la esperanza, la verdad, la vida familiar o la democracia. No tenemos inconveniente en degradar o liquidar de la existencia al mismísimo Dios. Las desigualdades sociales y económicas son expresión de una gran violencia: unos hombres estamos preocupados por nuestras abundantes grasas, mientras que otros se mueren de hambre. En todas las violencias, las comunidades cristianas debemos aportar la pacificación.

b. Ligado a la paz está el perdón. “Per–donar” significa “donar o dar con creces”. Dios, el Padre del hijo pródigo, es el ejemplo de cómo hay que ir muchísimo más allá de lo que es justo. Los discípulos vieron a diario que Jesús de Nazaret actuaba de igual manera que el Padre: su bondad no tenía límites. La comunidad de los cristianos somos enviados a dar con creces allá donde estemos. Así ejerceremos el perdón y la reconciliación allá donde haya violencia y enfrentamiento.

No es posible una visión individualista de la resurrección de Cristo

La sociedad de consumo de los países ricos centra toda su atención en el individuo y en su propia satisfacción. También cuando los cristianos pensamos en la resurrección, tenemos la tentación de reducirla a “mi” particular destino definitivo, a “mi” resurrección, a “mi” plenitud. Pero nada hay más ajeno a la resurrección inaugurada por Jesús que esta visión individualista. Porque Jesús no fue resucitado aisladamente, sino como “el primogénito de muchos hermanos”, como el “primero” de todos, no como el “único”. Por eso, la plenitud que Él ha alcanzado incluye, como una exigencia necesaria, que también todos los humanos alcancen su plenitud. Cristo ha resucitado como aquel que resucita. Por eso tiene sentido hablar de la resurrección al final de los tiempos, que quiere decir que cada uno de los muertos encontrará su plenitud cuando la alcancen todos los seres humanos de todos los tiempos. Por consiguiente, tener como único anhelo llegar a la propia plenitud como un individuo aislado, no es ésa una esperanza nacida de la resurrección de Cristo.

La cena del Señor como alimento de nuestra misión de resucitadores

Celebrar la cena del Señor en común era un refuerzo para alimentar la fe en que Jesús es un Viviente, la esperanza en la resurrección, y el compromiso de ser resucitadores, actitudes todas ellas siempre amenazadas por el desgaste y el miedo a la muerte y a los que matan. Pero en aquellas celebraciones de la cena del Señor se practicaba lo que hoy nos dicen los Hechos de los Apóstoles: la unión fraterna en partir el pan y en las oraciones. Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común; vendían las posesiones y haciendas, y las distribuían entre todos, según la necesidad de cada uno. Todos los días acudían juntos al templo, partían el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios. ¡Qué diferente debió de ser la comunicación de bienes que había en aquellas celebraciones de la iglesia primitiva y la que existe ahora en nuestras misas!

Lo inadecuado de la liturgia de exequias con la misericordia de Dios

El concilio Vaticano II dice: "el rito de las exequias debe expresar más claramente el sentido pascual de la muerte cristiana". Las rutinas teológicas, litúrgicas y las costumbres hacen que las cosas sigan igual que siempre, porque consideran la muerte y todo lo que la rodea al margen de la resurrección de Jesús y de lo que hoy sabemos de ella.

Como señala Queiruga, el ritual de difuntos actual da a entender que nosotros somos los buenos y misericordiosos, que nos esforzamos por conmover y "propiciar a un dios cruel, justiciero y terrible", que la misericordia de Dios depende de nuestras plegarias. No aparece con claridad lo que tenía que mostrar esta liturgia: que el amor resucitador de Dios es primero, gratuito e incondicional. Su estructura más común es: "escucha nuestras oraciones... y haz que nuestro hermano...". El resultado es demasiadas veces chocante: "abre tus oídos al clamor de nuestra súplica y que tus ojos se compadezcan..."; "ten misericordia... para que no sufra el castigo"; “no seas severo en tu juicio"... Por otra parte, permanecen oraciones que implican que es Dios quien manda la muerte, reforzando una visión que, atribuyéndole el mal, puede resultar hoy insoportable y traumatizante: “a quien acabas de llamar de esta vida", "aunque no comprendemos por qué quisiste privarnos tan dolorosamente de la presencia de nuestro hermano"...

ESTUDIO BÍBLICO.

¡Señor mío y Dios mío!

Desde el año 2000 la Congregación del Culto Divino y de los Sacramentos ha añadido, a la denominación de IIº Domingo de Pascua, la expresión "o de la Divina misericordia", por expreso deseo del Papa Juan Pablo II. No obstante, el segundo domingo de Pascua se le conoce popularmente en la liturgia por el domingo de Santo Tomás, ya que en los tres ciclos, el evangelio del día, con la escena de Tomás, se determina el sentido y la fuerza de las lecturas. En estos domingos, hasta Pentecostés, el ciclo de Mateo deja paso al evangelio de Juan, para que éste, con su teología y con su espiritualidad, sirva de pauta y catequesis a las comunidades cristianas que celebran la resurrección.

Iª Lectura: Hch 2,42-47 Compartir los bienes, compartir la vida

I.1 El texto de Hechos 2,42-47 es uno de los famosos sumarios, una síntesis, de la vida de la comunidad que el autor de los Hechos, Lucas, ofrece de vez en cuando en los primeros capítulos de su narración (ver también Hch 4,32-37;5,12-16), para dar cuenta de la vida de la comunidad y para proponer a los suyos un ideal que debe ser el modelo de la Iglesia.

I.2. ¿Vivió así la comunidad primitiva? Sin duda que sí, pero sin necesidad de llegar a pensar que todo era perfecto y no había problema alguno. Los había y grandes. Es posible que en el "compartir", las cosas estuvieran más claras que en otros aspectos ideológicos que poco a poco van a ir surgiendo. Los «helenistas» (Hch 6,1-6), no obstante, se quejaban de que sus pobres y viudas estaban más desasistidos.

I.3. Este texto de las cuatro perseverancias es especialmente significativo después del acontecimiento de Pentecotés y del discurso de Pedro. Es una consecuencia casi inmediata para definir la praxis cultual y religiosa de la comunidad que nace en Pentecostés. Las cuatro "perseverancias" que Lucas propone (êsan dè proskarteroûntes=eran perseverantes): aceptar la enseñanza de los apóstoles, en la koinônía, en la fracción del pan y en la oración, son todo un itinerario. Tiene varias interpretaciones, pero está claro, en principio, que la enseñanza de los apóstoles es la predicación, que mueve al grupo a la "comunión", a la "eucaristía" y a la "oración".

I.4. Lucas en este texto ha tratado de enlazar acciones que son propias de la comunidad cristiana (las cuatro perseverancias primeras) con otras actitudes religiosas y piadosas del judaísmo, como es su asistencia al Templo (v. 47), que contrasta con el "repartir el pan por las casas". En este caso se puede pensar en las comidas fraternas para los pobres que podían terminar con la "fracción del pan" o eucaristía.

I.5. Si debiéramos subrayar alguna cosa especial sería la afirmación de que no había pobres entre ellos. Es la consecuencia de la koinonía (comunión), que no es solamente algo espiritual, sino también social y práctico. O, en todo caso, es una consecuencia de la koinonía espiritual. Este ideal lucano es una expresión de lo que significa y es una iglesia de comunión. No podemos afirmar que Lucas esté pensando en una igualdad económica; no es ese el planteamiento. Sí podemos hablar, con pleno derecho, de solidaridad como consecuencia de la comunión y la renuncia a los bienes de algunos en favor de los pobres.

IIª Lectura (1Pe 1,3-9) Sin haberle visto le amáis

II.1. La primera carta de Pedro es un escrito a los que viven en la "dispersión" y, sin duda, en la "persecución". No es necesario detenernos en su "autor", que no es necesariamente el Apóstol Pedro. Es claro que esa es la situación que viven los cristianos a los que se dirige este escrito

II.2. En un tono solemne comienza el texto que hoy sirve de IIª Lectura que proclama, ante todo, la resurrección de Jesús. Y es esa resurrección la que fundamenta la "esperanza" cristiana. No puede ser de otra forma, ya que es la resurrección el acontecimiento que hace posible vencer a la muerte y vencer toda dificultad en la vida y en la persecución de los que han aceptado a Cristo.

II.3. Por eso, la llamada a la fe, que es una confianza en el "poder" de Dios, determina lo que se nos dice en los vv. 8-9. Y de esta manera, pues, se ha pretendido enlazar con la enseñanza final del evangelio de hoy sobre Tomás y la bienaventuranza de "creer sin ver".

IIIª Lectura (Jn 20,19-31): ¡Señor mío!

III.1. El texto es muy sencillo, tiene 2 partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, "dan que pensar", como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios.

III.2. El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es coherente y determinante.

III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de "antiresurrección"; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del "encuentro") como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se "encontrará" con el Señor. Esa no es forma de "ver" nada, ni entender nada, ni creer nada.

III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una «imagen», sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



domingo, 16 de abril de 2017

PASCUA DE RESURRECCIÓN



PASCUA

Resucitados con Cristo

La experiencia de la Pascua se vive siempre con otros, en comunidad, en cada gesto de afecto, de esperanza, de ayuda, en cada momento que damos y recibimos vida. En cada morir para tener una vida más vida -para nosotros, pero especialmente para los demás-, se hace presente el Dios de la vida que resucitó a Jesucristo En cada uno de esos momentos estamos haciendo presente la Pascua, el paso del Señor, la Resurrección de Jesucristo que esta mañana celebramos.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA

I LECTURA

Podemos repetir con Pedro: “nosotros somos testigos de todo esto”, porque experimentamos la presencia del Resucitado que sigue haciendo el bien allí donde se proclama su nombre. Porque constatamos que con él los oprimidos son liberados. Porque comemos y bebemos con él en cada mesa donde los creyentes nos reunimos.

Lectura de los Hechos de los Apóstoles 10, 34a. 37-43

Pedro, tomando la palabra, dijo: “Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él. Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén. Y ellos lo mataron, suspendiéndolo de un patíbulo. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió que se manifestara, no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él, después de su resurrección. Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios Juez de vivos y muertos. Todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre”.
Palabra de Dios.

Salmo 117, 1-2. 16-17. 22-23

R. Este es el día que hizo el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él.

¡Den gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor! Que lo diga el pueblo de Israel: ¡Es eterno su amor! R.

La mano del Señor es sublime, la mano del Señor hace proezas. No, no moriré: viviré para publicar lo que hizo el Señor. R.

La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Esto ha sido hecho por el Señor y es admirable a nuestros ojos. R.

II LECTURA

La levadura, por su poder de transformación, tiene un doble simbolismo. Adquiere valor positivo cuando es figura del Reino que leuda toda la masa. Pero también tiene un valor negativo si se refiere al pecado que se multiplica y contagia todo. Haciendo una lectura simbólica del pan ázimo –pan sin levadura– Pablo nos exhorta a que no permitamos que fermente el pecado. Por el contrario, vivamos una Pascua pura.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 5, 6b-8

Hermanos: ¿No saben que “un poco de levadura hace fermentar toda la masa”? Despójense de la vieja levadura, para ser una nueva masa, ya que ustedes mismos son como el pan sin levadura. Porque Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua, no con la vieja levadura de la malicia y la perversidad, sino con los panes sin levadura de la pureza y la verdad.
Palabra de Dios.

SECUENCIA
   
(Debe decirse hoy; en los días de la octava, es optativa).

Cristianos, ofrezcamos al Cordero pascual
nuestro sacrificio de alabanza.
El Cordero ha redimido a las ovejas:
Cristo, el inocente,
reconcilió a los pecadores con el Padre.
La muerte y la vida se enfrentaron
en un duelo admirable:
el Rey de la vida estuvo muerto, y ahora vive.

Dinos, María Magdalena,
¿qué viste en el camino?
He visto el sepulcro del Cristo viviente
y la gloria del Señor resucitado.
He visto a los ángeles, testigos del milagro,
he visto el sudario y las vestiduras.
Ha resucitado Cristo, mi esperanza,
y precederá a los discípulos en Galilea.

Sabemos que Cristo resucitó realmente;
tú, Rey victorioso, ten piedad de nosotros.

ALELUYA        1Cor 5, 7-8

Aleluya. Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado. Celebremos, entonces, nuestra Pascua. Aleluya.

EVANGELIO

(En esta Misa, en lugar del Evangelio aquí señalado, se puede tomar el de la Vigilia Pascual, Mt 28, 1-10 y en las misas vespertinas se puede leer Lc 24, 13-35).

En este discípulo sin nombre que corre rápido, que ve y cree, tenemos presentado el ideal de discípulo. Podemos poner nuestro nombre en este pasaje. Nosotros no vemos a Jesús con los ojos del cuerpo físico, pero creemos. Y sostenemos nuestra fe recordando sus palabras. La Pascua nos renueva en el fervor de nuestro discipulado.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 20, 1-9

El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró. Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: Él también vio y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS

Existe la posibilidad de que vivamos la Pascua, la celebración y la experiencia de la muerte y la Resurrección de Jesucristo, como algo extraordinario, fuera de lo normal, fuera de lo diario y cotidiano de nuestra vida, como algo que celebramos, vivimos y disfrutamos exclusivamente en estos días de nuestra liturgia, sin que se haga presente en nuestra cotidiana vida diaria.

Y es que a veces se convierten estos días del Triduo Pascual que terminamos este Domingo de Resurrección, en algo así como los fuegos artificiales, que son luz, pero no son la luz de cada día, sino luces de fiestas y de días especiales: ruido y espectáculo de días que se salen de lo ordinario, pero incapaces de iluminar realmente. Pueden convertirse, como los fuegos artificiales, en algo fugaz, en algo que se ve, se disfruta, se celebra, pero que ahí se queda, ahí se acaba, para volver a lo que hacíamos antes, a nuestras ocupaciones de cada día sin que haya supuesto nada más hondo que ver en el cielo luces de colores.

Y sin negar que la Semana Santa son días especiales, a veces, y por desgracia, se queda en eso, en una especie de paréntesis de nuestra vida, y no, como debería ser para el cristiano, una vivencia de cada día, por la que cada día cobra sentido. Una experiencia profunda que nutre de vida nuestra vida.

Y la Pascua es, o debería ser, de todo menos algo fugaz. La Pascua es la experiencia de la vida y de la salvación, de la esperanza sobre todo dolor y sobre toda injusticia. El encuentro con el Resucitado de la Pascua, como a los apóstoles y a María Magdalena -la primera predicadora de la Resurrección como nos cuenta el pasaje del Evangelio de San Juan que hoy leemos-, nos abre los ojos para ver la realidad de la existencia desde otra perspectiva, es capaz de transformar nuestra manera de mirar y ver, nuestra manera de estar, nuestra manera de vivir. La Pascua tiene en verdad la capacidad de transformar nuestra vida, como nos narra la lectura de los Hechos de los Apóstoles que sucedió con ellos, sacándonos de lo conocido, de nuestra vida tal cual la conocíamos, para lanzarnos sin miedo a transformar nuestro mundo.

Pero esa experiencia no es algo que simplemente se ve, y además no es algo que solamente sea puntual, momentáneo y fugaz. En ningún momento del evangelio de esta mañana se dice que vieran al resucitado, lo que dice es que al ver las vendas y el sudario, creyeron... y es que la experiencia del Resucitado es algo que nace de los ojos de la Fe, de quien ha dado su confianza a una persona y una comunidad, es una experiencia de otro orden al puramente físico y sensorial.

De nuevo frente a los fuegos artificiales, la luz de la Pascua es bastante más difícil de descubrir. No atruena, no deslumbra, no es un espectáculo de miles de personas, es más bien algo sencillo, algo que se da en lo pequeño, algo sutil marcado por indicios y detalles, pero que no se impone a nadie. Requiere, más bien, el estar abierto, dispuesto, en búsqueda, a la espera. Casi que con prisa y necesidad de algo –el evangelio de hoy está lleno de carreras, de ansiedad y necesidad-. Es una lógica distinta a la del mundo ordinario la que domina en la experiencia de la Pascua. Es una lógica de confianza, de amor, de sentido, de experiencia, de urgencia también. No puede encontrarse con el Resucitado quien no le haya escuchado en su palabra antes, quien no haya buscado en el mensaje del evangelio la buena nueva de Dios para el mundo.

La experiencia de la Pascua pues se vive siempre con otros, en comunidad, en cada gesto de afecto, de esperanza, de ayuda, en cada momento que damos y recibimos vida. En cada morir para tener una vida más vida -para nosotros, pero especialmente para los demás-, se hace presente el Dios de la vida que resucitó a Jesucristo. En cada uno de esos momentos estamos haciendo presente la Pascua, el paso del Señor, la Resurrección de Jesucristo.

Es por eso que la experiencia profunda y real del Resucitado transforma a quien la tiene, siendo un mucho más que un mero momento, fugaz y puntual. Y precisamente por eso, porque no es fugaz, tiene su recorrido en el tiempo, siendo capaz de cambiar y transformar vidas, siendo capaz de traernos a nosotros nuestra propia Resurrección. Igual que en cierta manera, en la cruz de Cristo estamos todos crucificados, en la Resurrección de Jesucristo, de algún modo, resucitamos todos.

Lo bueno del Tiempo Pascual que hoy comenzamos es que tenemos cincuenta días para tratar que no sean meros fuegos artificiales lo vivido, cincuenta días hasta Pentecostés para tratar que esa experiencia de resurrección tome cuerpo, se haga parte de nosotros, sea motor y guía de nuestro día a día, para que no sean meras luces brillantes de muchos colores y mucho ruido, para que la luz profunda de Jesucristo resucitado se interiorice y nos empuje en el caminar. Cincuenta días que sean comienzo, nueva savia para una vida nueva que brota cada Semana Santa.


ESTUDIO BÍBLICO

Hoy la Iglesia celebra el día más grande de la historia, porque con la resurrección de Jesús se abre una nueva historia, una nueva esperanza para todos los hombres. Si bien es verdad que la muerte de Jesús es el comienzo, porque su muerte es redentora, la resurrección muestra lo que el Calvario significa; así, la Pascua cristiana adelanta nuestro destino. De la misma manera, nuestra muerte también es el comienzo de algo nuevo, que se revela en nuestra propia resurrección.

1ª Lectura (Hch 10,34.37-42): La historia de Jesús se resuelve en la resurrección

I.1. La 1ª Lectura de este día corresponde al discurso de Pedro ante la familia de Cornelio (Hch 10,34.37-42), una familia pagana ("temerosos de Dios", simpatizantes del judaísmo, pero no "prosélitos", porque no llegaban a aceptar la circuncisión) que, con su conversión, viene a ser el primer eslabón de una apertura decisiva en el proyecto universal de salvación de todos los hombres. Este relato es conocido en el libro de los Hechos como el "Pentecostés pagano", a diferencia de lo que se relata en Hch 2, que está centrado en los judíos de todo el mundo de entonces.

I.2. Pedro ha debido pasar por una experiencia traumática en Joppe para comer algo impuro que se le muestra en una visión (Hch 10,1-33) tal como lo ha entendido Lucas. Veamos que la iniciativa en todo este relato es "divina", del Espíritu, que es el que conduce verdaderamente a la comunidad de Jesús resucitado.

I.3. El apóstol Pedro vive todavía de su judaísmo, de su mundo, de su ortodoxia, y debe ir a una casa de paganos con objeto de anunciar la salvación de Dios. En realidad es el Espíritu el que lo lleva, el que se adelanta a Pedro y a sus decisiones; se trata del Espíritu del Resucitado que va más allá de toda ortodoxia religiosa. Con este relato, pues, se quiere poner de manifiesto la necesidad que tienen los discípulos judeo-cristianos palestinos de romper con tradiciones que les ataban al judaísmo, de tal manera que no podían asumir la libertad nueva de su fe, como sucedió con los *helenistas+. Lo que se había anunciado en Pentecostés (Hch 2) se debía poner en práctica.

I.4. Con este discurso se pretende exponer ante esta familia pagana, simpatizante de la religiosidad judía, la novedad del camino que los cristianos han emprendido después de la resurrección.

I.5. El texto de la lectura es, primeramente, una recapitulación de la vida de Jesús y de la primitiva comunidad con Él, a través de lo que se expone en el Evangelio y en los Hechos. La predicación en Galilea y en Jerusalén, la muerte y la resurrección, así como las experiencias pascuales en las que los discípulos *conviven+ con él, en referencia explícita a las eucaristías de la primitiva comunidad. Porque es en la experiencia de la Eucaristía donde los discípulos han podido experimentar la fuerza de la Resurrección del Crucificado.

I.6. Es un discurso de tipo kerygmático, que tiene su eje en el anuncio pascual: muerte y resurrección del Señor.

2ª Lectura: (Col 3,1-4): Nuestra vida está en la vida de Cristo

II.1. Colosenses 3,1-4, es un texto bautismal sin duda. Quiere decir que ha nacido en o para la liturgia bautismal, que tenía su momento cenital en la noche pascual, cuando los primeros catecúmenos recibían su bautismo en nombre de Cristo, aunque todavía no estuviera muy desarrollada esta liturgia.

II.2. El texto saca las consecuencias que para los cristianos tiene el creer y aceptar el misterio pascual: pasar de la muerte a la vida; del mundo de abajo al mundo de arriba. Por el bautismo, pues, nos incorporamos a la vida de Cristo y estamos en la estela de su futuro.

II.3. Pero no es futuro solamente. El bautismo nos ha introducido ya en la resurrección. Se usa un verbo compuesto de gran expresividad en las teología paulina "syn-ergeirô"= "resucitar con". Es decir, la resurrección de Jesús está operante ya en los cristianos y como tal deben de vivir, lo que se confirma con los versos siguientes de 3,5ss. Es muy importante subrayar que los acontecimientos escatológicos de nuestra fe, el principal la resurrección como vida nueva, debe adelantarse en nuestra vida histórica. Debemos vivir como resucitados en medio de las miserias de este mundo.

II.4. El autor de Colosenses, consideramos que un discípulo muy cercano a Pablo, aunque no es determinante este asunto, ha escogido un texto bautismal que en cierta manera expresa la mística del bautismo cristiano que encontramos en Rom 6,4-8. En nuestro texto de Colosenses se pone más explícitamente de manifiesto que en Romanos, que por el bautismo se adelanta la fuerza de la resurrección a la vida cristiana y no es algo solamente para el final de los tiempos.

II.5. Esto es muy importante resaltarlo en la lectura que hagamos, ya que creer en la resurrección no supone una actitud estética que contemplamos pasivamente. Si bien es verdad que ello no nos excusa de amar y transformar la historia, debemos saber que nuestro futuro no está en consumirnos en la debilidad de lo histórico y de lo que nos ata a este mundo. Nuestra esperanza apunta más alto, hacia la vida de Dios, que es el único que puede hacernos eternos.

III. Evangelio (Jn 20,1-9): El amor vence a la muerte: la experiencia del discípulo verdadero

III.1. El texto de Juan 20,1-9, que todos los años se proclama en este día de la Pascua, nos propone acompañar a María Magdalena al sepulcro, que es todo un símbolo de la muerte y de su silencio humano; nos insinúa el asombro y la perplejidad de que el Señor no está en el sepulcro; no puede estar allí quien ha entregado la vida para siempre. En el sepulcro no hay vida, y Él se había presentado como la resurrección y la vida (Jn 11,25). María Magdalena descubre la resurrección, pero no la puede interpretar todavía. En Juan esto es caprichoso, por el simbolismo de ofrecer una primacía al *discípulo amado+ y a Pedro. Pero no olvidemos que ella recibirá en el mismo texto de Jn 20,11ss una misión extraordinaria, aunque pasando por un proceso de no “ver” ya a Jesús resucitado como el Jesús que había conocido, sino “reconociéndolo” de otra manera más íntima y personal. Pero esta mujer, desde luego, es testigo de la resurrección.

III.2. La figura simbólica y fascinante del *discípulo amado+, es verdaderamente clave en la teología del cuarto evangelio. Éste corre con Pedro, corre incluso más que éste, tras recibir la noticia de la resurrección. Es, ante todo, "discípulo", y por eso es conveniente no identificarlo, sin más, con un personaje histórico concreto, como suele hacerse; él espera hasta que el desconcierto de Pedro pasa y, desde la intimidad que ha conseguido con el Señor por medio de la fe, nos hace comprender que la resurrección es como el infinito; que las vendas que ceñían a Jesús ya no lo pueden atar a este mundo, a esta historia. Que su presencia entre nosotros debe ser de otra manera absolutamente distinta y renovada.

III.3. La fe en la resurrección, es verdad, nos propone una calidad de vida, que nada tiene que ver con la búsqueda que se hace entre nosotros con propuestas de tipo social y económico. Se trata de una calidad teológicamente íntima que nos lleva más allá de toda miseria y de toda muerte absurda. La muerte no debería ser absurda, pero si lo es para alguien, entonces se nos propone, desde la fe más profunda, que Dios nos ha destinado a vivir con El. Rechazar esta dinámica de resurrección sería como negarse a vivir para siempre. No solamente sería rechazar el misterio del Dios que nos dio la vida, sino del Dios que ha de mejorar su creación en una vida nueva para cada uno de nosotros.

III.4. Por eso, creer en la resurrección, es creer en el Dios de la vida. Y no solamente eso, es creer también en nosotros mismos y en la verdadera posibilidad que tenemos de ser algo en Dios. Porque aquí, no hemos sido todavía nada, mejor, casi nada, para lo que nos espera más allá de este mundo. No es posible engañarse: aquí nadie puede realizarse plenamente en ninguna dimensión de la nuestra propia existencia. Más allá está la vida verdadera; la resurrección de Jesús es la primicia de que en la muerte se nace ya para siempre. No es una fantasía de nostalgias irrealizadas. El deseo ardiente del corazón de vivir y vivir siempre tiene en la resurrección de Jesús la respuesta adecuada por parte de Dios. La muerte ha sido vencida, está consumada, ha sido transformada en vida por medio del Dios que Jesús defendió hasta la muerte. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).

¡Feliz Pascua,hermanos!