domingo, 30 de julio de 2017

DOMINGO 17 DEL TIEMPO ORDINARIO



“TE DOY UN CORAZÓN SABIO E INTELIGENTE” 

La oración sincera es la que procura un encuentro con Dios que en el que se deja transformar el corazón. Una oración desinteresada orientada al bien de todos es la que refleja la generosidad de aquel espíritu que se ve liberado por la acción de Dios. Un espíritu liberado y agradecido por lo que Dios le ha dado, consciente de su responsabilidad, y dispuesto a llevarla a cabo con valentía.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

¡Qué ejemplo para cualquiera que asuma algún tipo de poder, el que alguien se humille ante Dios en el mismo momento que recibe el poder! Salomón sabe que no es un dios, sino un hombre, y por eso apoyará su gobierno en la sabiduría de Dios, que le ayudará a gobernar.

Lectura del primer libro de los Reyes 3, 5. 7-12

El Señor se apareció a Salomón en un sueño, durante la noche. Y le dijo: “Pídeme lo que quieras”. Salomón respondió: “Señor, Dios mío, has hecho reinar a tu servidor en lugar de mi padre David, a mí, que soy apenas un muchacho y no sé valerme por mí mismo. Tu servidor está en medio de tu pueblo, el que tú has elegido, un pueblo tan numeroso que no se puede contar ni calcular. Concede entonces a tu servidor un corazón comprensivo, para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal. De lo contrario, ¿quién sería capaz de juzgar a un pueblo tan grande como el tuyo?”. Al Señor le agradó que Salomón le hiciera este pedido, y le dijo: “Porque tú has pedido esto, y no has pedido para ti una larga vida, ni riqueza, ni la vida de tus enemigos, sino que has pedido el discernimiento necesario para juzgar con rectitud, yo voy a obrar conforme a lo que dices: Te doy un corazón sabio y prudente, de manera que no ha habido nadie como tú antes de ti, ni habrá nadie como tú después de ti”.
Palabra de Dios.

Salmo 118, 57. 72. 76-77. 127-130

R. ¡Cuánto amo tu ley, Señor!

El Señor es mi herencia: yo he decidido cumplir tus palabras. Para mí vale más la ley de tus labios que todo el oro y la plata. R.

Que tu misericordia me consuele, de acuerdo con la promesa que me hiciste. Que llegue hasta mí tu compasión, y viviré, porque tu ley es toda mi alegría. R.

Yo amo tus mandamientos y los prefiero al oro más fino. Por eso me guío por tus preceptos y aborrezco todo camino engañoso. R.

Tus prescripciones son admirables: por eso las observo. La explicación de tu palabra ilumina y da inteligencia al ignorante. R.

II LECTURA

Si amamos a Dios, como dice Pablo, todo lo que nos ocurra, lo que hagamos, lo que pensemos, será bueno, porque sabremos integrarlo a nuestro caminar en la fe. Nada de lo que vivimos es ajeno a nuestro proceso de encuentro con Dios.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 28-30

Hermanos: Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman, de aquellos que él llamó según su designio. En efecto, a los que Dios conoció de antemano, los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él fuera el Primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó.
Palabra de Dios.

ALELUYA        cf. Mt 11, 25

Aleluya. Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del Reino a los pequeños. Aleluya.

EVANGELIO

El Reino está escondido, oculto, sólo que a veces es necesario escarbar un poco, no quedarse en la superficie, buscar algo más allá de lo visible. Seguramente que, al hallarlo, se nos revelará majestuoso, liberador y con una gran riqueza para nuestra vida.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 44-52

Jesús dijo a la multitud: “El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró. El Reino de los Cielos se parece también a una red que se echa al mar y recoge toda clase de peces. Cuando está llena, los pescadores la sacan a la orilla y, sentándose, recogen lo bueno en canastas y tiran lo que no sirve. Así sucederá al fin del mundo: vendrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos, para arrojarlos en el horno ardiente. Allí habrá llanto y rechinar de dientes. ¿Comprendieron todo esto?”. “Sí”, le respondieron. Entonces agregó: “Todo escriba convertido en discípulo del Reino de los Cielos se parece a un dueño de casa que saca de sus reservas lo nuevo y lo viejo”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Saber discernir

En un diálogo cercano y sincero con Dios, ante la posibilidad de pedir un gran imperio, mayores riquezas, o un poder infinito, Salomón hace una sencilla petición: “un corazón dócil, para saber discernir el bien del mal”. Pide sabiduría para discernir y gobernar a un pueblo numeroso ante el que se siente pequeño. No antepone su egoísmo a la responsabilidad que tiene de regir a su pueblo. No pide inmediatez en la resolución de los problemas, sino que pide discernimiento para escuchar y gobernar: es lo que necesita un rey, aquel que rige su vida y pone en manos de Dios todo.

El Dios de Salomón es un Dios que cumple su promesa y le hace ver la generosidad de su corazón, por comprender que su responsabilidad de gobernar a su pueblo es anterior a toda comodidad, riqueza, fama, o poderío. Quien sabe gobernar sabrá discernir, separar, escuchar, y decidir lo mejor para su pueblo. El bien común por encima del bien personal. Confiar en lo otorgado por Dios: te doy un corazón sabio e inteligente no conocido jamás, es lo que se sugiere en la vida espiritual. Partir de la bondad de Dios, en que el discernir en sabiduría e inteligencia está presente en nuestras vidas.

Muy distinto es la situación de nuestros líderes actuales, donde lo primero es la riqueza que no tienen, donde la corrupción es lo primero que aparece a la luz de la mañana. Ya nadie pide luz para escuchar y discernir el bien del mal. Ni siquiera hay una ética que prevalezca por encima de todo afán de poseer riquezas. Nuestros líderes carecen esa capacidad de separar lo personal del bien común. El afán de poder les ciega, y les impide ver lo mejor para su pueblo.

La finalidad del amor a Dios es el bien

En el pasaje fundamental de la carta a los Romanos que se contempla este domingo, se expone el plan completo de Dios: Toda vocación, elección, predestinación, justificación, y glorificación están en función de ser predestinados a ser imagen de su Hijo, para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos.

Sacar lo nuevo y lo antiguo

Jesús explica en pequeñas parábolas el significado que tiene el reino de los cielos para él. Lo explica con el tesoro escondido en medio del campo, el campo sólo tiene valor por lo que en él hay escondido. Habrá que buscarlo, localizarlo, encontrarlo y descubrirlo. El reino de los cielos es lo que vale la perla fina de gran valor, que obliga a vender todo lo que se tiene para adquirir la de mayor valor. Es también la red que pesca buenos y malos, y que al final de la jornada se separan los buenos de los malos.

El Reino de los cielos es la nueva visión de Dios que propone Jesús de Nazaret, lejos de la interpretación que dan los escribas y los fariseos. Todo tiene un valor, pero lo mejor, lo de mayor valor lo que separa lo bueno del malo, está en la comprensión de Jesús como juez y señor de la historia.

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: 1 Reyes (3, 5.7-12): Sólo se es grande por la sabiduría

I.1. Dicen los especialistas que este c. 3 de 1º de los Reyes es un texto auténticamente "deuteronomista" que refleja el pensamiento y la teología de esa escuela que habría de encargarse de redactar y poner los fundamentos "espirituales" de la historia pura y dura -y a veces perversa-,del pueblo de Israel, de sus reyes y magistrados. Una escuela llena de sabiduría y de carisma profético. Esta oración de Salomón en Gabaón, como un sueño, bien puede ser el modelo teológico de la "reforma" que buscó dicha escuela que se amparaba en el libro del Deuteronomio.

I.2. La petición del Salomón del v. 9 es verdaderamente estimulante: "un corazón que escuche" (leb shomea), como escuchan los sabios a Dios, para hacer justicia al pueblo. Recién elegido rey de Judá e Israel, los deuteronomistas han sabido plasmar en la figura de Salomón lo que entonces necesitaba el pueblo y el reino. Después de las guerras y batallas de David, era necesaria un "etapa de sabiduría" para atender al pueblo mismo, a los pequeños, a los huérfanos y a las viudas. Porque un verdadero rey tiene su poder en esta sabiduría, que muchos reyes y magistrados han despreciado.

I.3. Un corazón que escuche, es decir, sabio, para poder discernir entre lo malo y lo bueno. El sabio, sin duda, es como el profeta que está abierto a la voz de Dios y a su voluntad. No es profeta el que anuncia el futuro como un adivino que echa las cartas, sino quien sabe escuchar la voz o los silencios de Dios para entregarlo todo después a los hombres. La escuela de la sabiduría es, como muy bien lo expresa nuestro texto, un "corazón escuchante", que quiere aprender a impartir justicia y a conceder lo necesario a los que han sido desposeídos de casi todo.

IIª Lectura: Romanos (8,28-30): El designio de salvación divino para el hombre nuevo

II.1. El texto de la "predestinación", como se conoce esta pequeña perícopa del c. 8 de la carta a los Romanos se presta a muchas lecturas y de hecho así ha sucedido a lo largo de la interpretación de esta carta paulina. Es un texto que parece estar imbuido de un carácter bautismal para comentar el sentido de la elección que Dios hace de aquellos que le aman. Quiere decir que probablemente se comentaba algo así a los bautizados que habían optado por ser cristianos, es decir, semejantes al Hijo, a Cristo.

II.2. Pero ¿verdaderamente estamos predestinados unos y otros a la salvación o a la condenación? No olvidemos que en el texto se está hablando única y exclusivamente del "designio"(próthesis) de Dios; pero Dios no tiene para la humanidad más que un proyecto de salvación que ha revelado en su Hijo Jesucristo. Porque Cristo no ha venido a otra cosa que a salvar a los hombres. En el mismo texto esto se expresa magistralmente en el sentido de que nos ha predestinado a "ser semejantes a la imagen de su Hijo", que no es otra cosa que la "glorificación" (edóxasen). Esto significa que Dios tiene sobre toda la humanidad el designio de lo que ha realizado ya en su Hijo: la resurrección, la vida nueva, que se expresa mediante ese término de la "glorificación".

II.3. El uso de la forma verbal(proôrisein) indica que se trata del inalterable plan de salvación trazado por Dios en favor de sus criaturas, gracias a la encarnación, muerte y resurrección de Jesús nuestro Salvador. El destino o la suerte de cada uno o de los nuestros (el fatum para los romanos; para los griegos están los vocablos moira y eimarmene) no es lo que está contemplado aquí directamente, aunque no podemos olvidar que para construir este hermoso capítulo, Pablo ha debido estar en esa sintonía inculturada. Pero lo que nuestro texto expresa es el plan salvador de Dios, en el que no quedan las cosas al azar, ni siquiera a un libre albedrío barato. Lo que se quiere afirmar rotundamente es que Dios tiene un designio de glorificación del que nadie podría apartarlo («nadie podrán apartarnos del amor de Dios», dirá al final Rom 8,39).



Evangelio: Mateo (13,44-52): El tesoro de la sabiduría del Reino

III.1. El texto evangélico de hoy es el final del c.13 de Mateo, el capítulo de las parábolas por antonomasia, en que una y otra vez se compara el "Reino de los cielos" con las cosas de este mundo, de la tierra, del campo, de la cizaña. En este caso, nos hemos de fijar en el tesoro del campo y la perla (vv. 44-46). Son como dos parábolas en una, aunque pudieran ser independientes en su momento. Las dos parábolas, tras una introducción idéntica, narran el descubrimiento de algo tan valioso que los protagonistas (un hombre cualquiera y un comerciante) no dudan ni un instante en vender todo lo que tienen para adquirirlo; lo hallado es tan extraordinario que están dispuestos a desprenderse de cuanto poseen con tal de apropiárselo. No todos los días tiene uno la suerte de descubrir un tesoro o una perla de inmenso valor. Cualquier hombre sería feliz con un descubrimiento semejante. Por eso, haría todo lo posible por obtenerlo, aunque para ello tuviera que pagar un alto precio. En las dos parábolas, los bienes que poseen los protagonistas del relato, pocos o muchos, son suficientes para que con su totalidad puedan adquirir lo que han encontrado. En ambos casos, el acento recae sobre el descubrimiento y sobre la decisión que toman los dos protagonistas.

III.2. Efectivamente, la decisión que toman parece desproporcionada o, al menos, arriesgada. Pero hemos de considerar que tienen una seguridad en esa decisión que les lleva hasta ese destino. ¿Es sabiduría o coraje (parresía)? Las dos cosas. Los elementos secundarios de las narraciones -si entendemos que son dos-, no dejan de tener sentido, aunque ya sabemos que en la interpretación de los parábolas no debemos exagerar o alegorizar cada una de las cosas que aparecen. Bien es verdad que en la primera hay un elemento sorpresa, porque es como el hombre que está en el campo, muy probablemente contratado, y encuentra el tesoro por casualidad. En el caso del mercader que recorre los bazares, sin duda, que siempre espera encontrar algo extraordinario y por eso porfía.

III.3. Como en los dos casos la comparación es con el “reino de los cielos” (bien en el caso del tesoro, bien en el caso del mercader) entonces el sentido no puede ser otro que este: cuando uno encuentra el Reino de Dios, bien porque ha tenido la suerte inesperada de encontrarse un tesoro o bien porque lo iba buscando habiendo oído hablar de él, entonces todo está en poner en marcha la sabiduría y el coraje de que uno es capaz, los cinco sentidos, arriesgarlo todo, entregar todo lo que uno tiene, por ello.

III.4. ¿Es que el reino de Dios es un tesoro? Naturalmente que sí. Porque es el acontecimiento de un tiempo nuevo de gracia y salvación, de felicidad y amor que Jesús ha predicado y que ha convertido en causa de su vida y de su entrega. Por eso lo importante de estas dos parábolas es la decisión que toman ambos protagonistas y más todavía la alegría de esta decisión en el caso de tesoro en el campo (extraña que el mercader de perlas no tenga esta reacción primera, aunque sea la misma decisión). No he encontrado mejor conclusión que esta: «El Reino aparece así como un don al alcance de todos, de los afortunados y de los inquietos, de los que sin buscarlo se lo encuentran por casualidad y de los que lo descubren al final de una búsqueda. Para responder adecuadamente a ese don, aceptándolo y haciéndolo suyo, el ser humano ha de estar convencido de que el Reino es lo más valioso que se le puede ofrecer y, en consecuencia, ha de estar dispuesto a anteponerlo a cualquier otro bien» (cf. F. Camacho Acosta, Las parábolas del tesoro y la perla, Isidorianum, 2002). (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.). 


domingo, 23 de julio de 2017

DOMINGO 16º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Tú, Señor, eres bueno y clemente…”


El texto que escuchamos del Libro de la Sabiduría nos habla del infinito poder de Dios, y de lo bien que sabe adminístralo, siendo benigno e indulgente. Así, es ejemplo para que nosotros también sepamos gestionar el poder que podamos tener.

En relación con esta reflexión del Libro de la Sabiduría, el salmista proclama el amor, la bondad y la clemencia de Dios, ante quien se postran todos los pueblos y a quien el propio salmista le pide fortaleza.

La segunda lectura se toma de la Carta a los Romanos. San Pablo nos habla de cómo el Espíritu Santo, de un modo misterioso, nos ayuda a orar desde lo más hondo de nuestro corazón. Y Dios Padre escucha esta oración.

Del Evangelio según san Mateo escuchamos un largo texto del capítulo 13 en el que Jesús cuenta tres parábolas sobre el Reino de Dios: la cizaña, el grano de mostaza y la levadura. A continuación, los discípulos le piden que les explique la parábola de la cizaña.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

El pecado no es el fin de la vida del creyente, no implica el destierro ni la exclusión de parte de Dios. El pecado, como condición de nuestro vivir cotidiano, se encontrará siempre con un Dios que nos abraza cubriéndonos con su misericordia.

Lectura del libro de la Sabiduría 12, 13. 16-19

Fuera de ti, Señor, no hay otro dios que cuide de todos, a quien tengas que probar que tus juicios no son injustos. Porque tu fuerza es el principio de tu justicia, y tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos. Tú muestras tu fuerza cuando alguien no cree en la plenitud de tu poder, y confundes la temeridad de aquellos que la conocen. Pero, como eres dueño absoluto de tu fuerza, juzgas con serenidad y nos gobiernas con gran indulgencia, porque con sólo quererlo puedes ejercer tu poder. Al obrar así, tú enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser amigo de los hombres y colmaste a tus hijos de una feliz esperanza, porque, después del pecado, das lugar al arrepentimiento.
Palabra de Dios.

Salmo 85, 5-6. 9-10. 15-16

R. Tú, Señor, eres bueno e indulgente.

Tú, Señor, eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan: ¡Atiende, Señor, a mi plegaria, escucha la voz de mi súplica! R.

Todas las naciones que has creado vendrán a postrarse delante de ti, y glorificarán tu nombre, Señor, porque tú eres grande, Dios mío, y eres el único que hace maravillas. R.

Tú, Señor, Dios compasivo y bondadoso, lento para enojarte, rico en amor y fidelidad, vuelve hacia mí tu rostro y ten piedad de mí. R.

II LECTURA

 “Todos tenemos una iglesia dentro de nosotros: nuestra propia conciencia. Allí está Dios, su Espíritu. Dichoso aquel que no deja solo ese santuario. Dichoso aquel que entra muchas veces a hablar a solas con Dios. Hagan la prueba hermanos, y aunque se sientan pecadores y manchados, entren más que nunca, para decir: ‘Señor corrígeme, he pecado, te he ofendido’. O cuando sienten la alegría de una buena acción: ‘Señor te doy gracias porque mi conciencia está feliz y tú me estás felicitando’, (…). Qué hermosa es la oración hermanos, cuando de veras se hace con ese Espíritu de Dios dentro de nosotros. Participando de la vida de Dios”.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 26-27

Hermanos: El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad porque no sabemos orar como es debido; pero el Espíritu intercede con gemidos inefables. Y el que sondea los corazones conoce el deseo del Espíritu y sabe que su intercesión en favor de los santos está de acuerdo con la voluntad divina.
Palabra de Dios.

ALELUYA        cf. Mt 11, 25

Aleluya. Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque revelaste los misterios del reino a los pequeños. Aleluya.

EVANGELIO

El discípulo de Jesús debe ser paciente y misericordioso. No podemos juzgar desde nuestras propias consideraciones quién vive o no la coherencia de su fe. El Señor sabe esperar, da su gracia y ama a cada uno de sus hijos.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 24-43

Jesús propuso a la gente esta parábola: “El Reino de los Cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver entonces al propietario y le dijeron: ‘Señor, ¿no habías sembrado buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?’. Él les respondió: ‘Esto lo ha hecho algún enemigo’. Los peones replicaron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’. ‘No’, les dijo el dueño, ‘porque al arrancar la cizaña, corren el peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero’”. También les propuso otra parábola: “El Reino de los Cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. En realidad, esta es la más pequeña de las semillas, pero cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en un arbusto, de tal manera que los pájaros del cielo van a cobijarse en sus ramas”. Después les dijo esta otra parábola: “El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa”. Todo esto lo decía Jesús a la muchedumbre por medio de parábolas, y no les hablaba sin ellas, para que se cumpliera lo anunciado por el Profeta: “Hablaré en parábolas, anunciaré cosas que estaban ocultas desde la creación del mundo”. Entonces, dejando a la multitud, Jesús regresó a la casa; sus discípulos se acercaron y le dijeron: “Explícanos la parábola de la cizaña en el campo”. Él les respondió: “El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los que pertenecen al Reino; la cizaña son los que pertenecen al Maligno, y el enemigo que la siembra es el demonio; la cosecha es el fin del mundo y los cosechadores son los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se la quema en el fuego, de la misma manera sucederá al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y estos quitarán de su Reino todos los escándalos y a los que hicieron el mal, y los arrojarán en el horno ardiente: allí habrá llanto y rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el Reino de su Padre. ¡El que tenga oídos, que oiga!”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Cuando el Antiguo Testamento habla del poder de Dios, lo hace en términos muy grandilocuentes. Es un Ser todopoderoso, que dividió el Mar Rojo y aniquiló al ejército del Faraón. Es un Dios ante quien ha de postrarse toda la humanidad, incluidos los más ricos y poderosos. Pero no es un tirano que usa caprichosamente su poder para mostrar su superioridad y valía, sino que lo sabe administrar con amor y ternura. Siendo inmensamente fuerte, es también inmensamente clemente y misericordioso. Así nos los describen los pasajes del Libro de la Sabiduría y del Salmo 85 que hemos escuchado.

En cambio, el Nuevo Testamento habla de un modo diferente del poder del Hijo de Dios, y de su Santo Espíritu. Jesús muestra su poder en su infinita humildad, en su supremo abajamiento. Siendo Dios, se hizo siervo de todos y murió en la Cruz (cf. Fil 2), y, así, logró la victoria más importante de la historia, venciendo al pecado y a la muerte. Sólo Dios puede ser tan humildemente poderoso.

En el pasaje de la Carta a los Romanos que hemos escuchado, san Pablo nos habla del misterioso poder del Espíritu Santo, el cual habita oculto en lo más profundo de nuestra persona, y, desde ahí, intercede por nosotros ante el Padre, pues nosotros no sabemos qué nos conviene pedir. El Espíritu Santo es tan sutil que muchas personas no saben que habita en su corazón. Sin embargo, ahí está, y cuando nos dejamos ayudar por Él, cuando somos dóciles a su tenue soplo, Él nos infunde sus dones. Y hace que nuestra oración ‒por Él inspirada‒ llegue hasta el Padre. Como Jesús, el Espíritu Santo personifica el poder del débil. Mansamente, nunca se impone, pero siempre se ofrece a ayudarnos con todo su poder y su gloria.

Este poder del débil está muy bien representado por el polvo de levadura que se echa en la masa de harina para que fermente y crezca profusamente, dando lugar a un sabroso pan. Es también como la minúscula semilla de la mostaza, de apenas un milímetro de diámetro, que da lugar a la hortaliza más grande, bajo la cual las aves pueden cobijarse. De este modo es descrita en el Evangelio según san Marcos (cf. Mc 4,30-32). Sin embargo, para mostrar lo mucho que crece el Reino de Dios, en los Evangelios según san Lucas (cf. Lc 13,18-19) y san Mateo (cf. Mt 13,31-32) se describe a la mostaza como un árbol sobre el cual anidan los pájaros. Así es el poder de Dios: a partir de lo más débil brota lo más grande.

En los Evangelios encontramos varias parábolas sobre la siembra. En una se nos dice que el sembrador esparce la semilla de la Palabra de Dios generosamente, no sólo en tierra fértil, también entre las piedras, al borde del camino y en las zarzas (cf. Mc 4,1-20). En otra se nos dice que es Dios quien hace crecer lo sembrado, haga lo que haga el labrador (cf. Mc 4,26-27). En la parábola de la cizaña se nos habla de un sembrador que siembra buen trigo. Pero, cuando éste empieza a crecer, descubre que hay también cizaña. La cual, además de ser un cereal de peor calidad, puede ser tóxica.

¿Por qué ha pasado esto? Es decir: ¿Cómo es posible que a Dios (el dueño de la mies) le hayan estropeado su trabajo? Jesús les dice a sus discípulos que el Diablo, a escondidas, ha sembrado el mal en el corazón de algunas personas, haciéndolas dañinas para el resto, como la cizaña en un trigal.

Para comprender todo esto hay que tener en cuenta que, siendo Dios bueno y clemente, nos ha dado libertad. Y esto supone que otro pueda intervenir libremente para estropear lo que Dios dispone. Efectivamente, el origen del mal está en el libre albedrío que tenemos las personas. Ser libres, es decir, no ser marionetas de Dios, tiene un duro precio: el mal puede actuar en nuestra vida.

¿Qué se puede hacer con ello? ¿Suprimimos el mal? ¿Eliminamos a las malas personas? Ésta última es la fácil solución que proponen los ayudantes del dueño de la mies. Pero, pensemos: ¿a qué grupo pertenecemos nosotros? Solemos pensar que la cizaña son los que nos hacen daño y nos complican la vida. Pero, ¿y nosotros?, ¿de verdad que sólo hay bien en nuestro corazón? ¿En mi interior no hay mal? ¿Soy realmente una buena persona? ¿Estoy totalmente seguro de que si ahora Dios echase al fuego la cizaña que hay en el mundo, no iría yo también con ella? La respuesta es simple: nadie es perfecto, por eso todos necesitamos de la misericordia de Dios para salvarnos.

Afortunadamente, Dios, siendo todopoderoso, también es bueno y clemente, y deja que sigamos en este mundo, a pesar de que a veces hacemos daño y complicamos la vida a otras personas. Cuando llegue el final de los tiempos, Dios enviará a sus ángeles para que erradiquen el mal. Sólo así podremos gozar de la eterna felicidad.

¿Mientras tanto qué podemos hacer? Seguir el ejemplo de Jesús, porque sólo la humildad puede vencer al mal en nuestro mundo. Ese es el poder del débil, el camino de la Cruz, un camino de abajamiento que nos conduce a la resurrección.

Siguiendo las palabras de san Pablo, dejemos que sea el Espíritu Santo el que nos indique qué debemos pedir y cómo debemos relacionarnos con Dios y las personas. Así, con la ayuda divina, podremos vivir santamente en un mundo en el que abunda la cizaña.

ESTUDIO BÍBLICO

Iª Lectura: Sabiduría (12,13.16-19): Un Dios justo e indulgente

I.1. La lectura, del libro de la Sabiduría, viene en el contexto de las afirmaciones sobre el monoteísmo de Israel frente a los egipcios y los cananeos. Forma parte de una sección apologética sobre el único Dios al que merece la pena otorgarle confianza, el Dios de Israel, que supera en poder y en amor a los dioses de los egipcios y los cananeos. Sabemos que hoy no se plantea así el tema de Dios, por lo menos desde el punto de vista ecuménico. Pero lo que vale en definitiva, como teología positiva, son las acciones de este Dios: El cuida de todo lo que existe y a nadie tiene que demostrar que es justo. ¿Cómo? porque su fuerza, su poderío, está en la justicia, en la indulgencia, en la benignidad. Esta última sección, pues, ilustra el monoteísmo de Israel frente a los dioses cananeos, porque ellos (que no existen, que no son nada), admitían sacrificios de niños y de seres humanos.

I.2. El Dios de Israel, por el contrario, al otorgar a todos los hombres la dignidad de ser hijos, dignifica la misma religión y condena con ello todo lo que no sea una religión de vida y de amor. Este sería el sentido actual de este texto con el que conviene medirse para que aprendamos a hacer de la religión camino de vida y no de muerte. Incluso los que no cuentan con Dios, por ateos o agnósticos, no deben temer, ya que Dios sí cuenta con ellos, con sus valores y con sus compromisos, porque El es un Dios justo.

IIª Lectura: Romanos (8,26-27): El Espíritu, presencia en nuestra debilidad

II. 1. Por tercer domingo consecutivo, volvemos sobre la carta a los Romanos (8,26-27) y sobre el papel del Espíritu en la vida cristiana. En este caso, Pablo afronta en dos versos preciosos una de las experiencias más grandes del ser humano: la interiorización de la oración. El Espíritu que conoce nuestra debilidad, -al contrario de la Ley-, que sabe hasta dónde podemos llegar y hasta dónde no, vive dentro de nosotros para poder acceder a la intimidad de Dios para pedirle, rogarle y exponerle nuestras cosas, nuestras necesidades y nuestros anhelos.

II.2. Por eso, cuando Dios examina nuestro corazón no lo encuentra vacío, sino que allí el Espíritu se ha metido hasta el fondo de nuestro ser. Esa simbiosis teológica es una de las afirmaciones más atrevidas de la teología paulina y uno de los aportes más comprometidos. Por medio del Espíritu, pues, aprendemos, no solamente que Dios nos ha creado, sino que no nos abandona nunca a la impotencia de nuestra debilidad. Por eso, el Dios de Jesús, que es el Dios de Israel, es un Dios comprometido. El mismo Espíritu de Dios gime dentro de nosotros, sufre con nosotros, anhela con nosotros la liberación. No estamos solos, sino que nos acompaña Dios con su Espíritu

II.3. Pablo no habla en este caso de experiencia extraordinaria del Espíritu que algunos buscan en dones extraordinarios, como la "glosolalia" descrita en 1Cor 14. Se trata de esa presencia permanente del Espíritu de Dios en nuestro espíritu personal, que nos acompaña, que nos conoce, que nos estimula. En el fondo es una presencia continua de Dios en toda persona a la que siempre podemos recurrir, en todo momento. El Espíritu no está en nosotros para pronunciar palabras irreconocibles o imposibles (como sucede en la famosa “glosolalia”), sino que es un “paráclito”, protector y acompañante divino, que se hace humano en nuestra debilidad para impulsarnos hacia Dios y hacia la felicidad.

Evangelio: (Mateo 13,24-43): La cizaña llama a la paciencia: ¡Dios no corta por lo sano!

III.1. El evangelio nos expone hoy la parábola de la cizaña que aparece en medio del trigo. Todos conocemos los pormenores de esta narración: el vecino enemigo que siembra cizaña, que al principio se parece al trigo y luego lo ahoga, como el mal ahoga frecuentemente al bien. Es una parábola de ingentes resortes psicológicos y de experiencia; hasta un niño puede percatarse de la gravedad de lo que ha sucedido y de lo difícil que es tomar una decisión. El dueño sabe que había dado buena semilla para sembrar, y desde el principio habla a sus servidores de un enemigo. En realidad todo esto es secundario hasta llegar a la pregunta clave: ¿quieres que arranquemos la cizaña?

III.2. Sabemos que Mateo suele alegorizar muchos las explicaciones de las parábolas que ha encontrado en la tradición. En este caso conocemos por el Evangelio de Tomás (57) cómo pudo ser la parábola más primitiva que pretendía llamar a la paciencia de los impacientes frente al mal o frente a los que son malos. Porque se trata de hablar de Dios que no actúa como muchos fundamentalistas o apocalípticos quisieran. Dios tiene sus propios caminos. Y la propuesta original de Jesús era precisamente la de imitar al hombre de la parábola, no la de esperar para ver que en el "juicio final" los malos serán castigados. El sentido, pues, es bien distinto y debemos recuperar el tenor de la parábola de Jesús.

III.3. Sorprende, desde luego, la seguridad del dueño, su paciencia, su confianza, diríamos que su benignidad y justicia a la espera de los acontecimientos finales. Esta parábola, exclusiva de Mateo, no aparece en los otros evangelistas. Sabemos, pues, que no es solamente Dios quien siembra, sino que hay otros que lo hacen. Pero lo importante y decisivo es saber esperar. La moralización, en este caso, es importante: no hace falta ser duros como el pedernal, fundamentalistas; al bien y a la bondad hay que darle sus oportunidades. Sólo cuando se tiene la paciencia de Dios es posible acertar en los juicios, porque nuestro Dios es un Dios comprometido con todos sus hijos.

III.4. No es razonable defender que el hombre solamente puede acceder a Dios cuando es perfecto; eso es puro fundamentalismo y teológicamente es indefendible. En la religión evangélica planteada por Jesús, toda persona tiene sus oportunidades desde sus experiencias de gracia y también de miseria. Esta parábola de la cizaña y el trigo puede ser una descripción de nuestra propia vida personal. Sentirse alejado de Dios cuando en nosotros crece el mal sería un suicidio espiritual que no se contempla en lo que pudo ser la parábola original de Jesús. Todos sabemos que debemos dar cuenta de nuestra vida, pero la "paciencia" divina es un regalo que todos necesitamos.

III.5. Una religión no se mide por la enjundia de su “perfección”, sino por la entraña de su misericordia. No está descartada la vocación a ser santos, pero la verdadera entraña de la religión de Jesús, de la relación con su Dios, es que nunca perdamos la imagen de ser “hijos de Dios” y podamos acudir a Él en nuestras necesidades. No es posible entender esta parábola sino en el contexto del judaísmo que Jesús vivió. En su teología oficial cabía la misericordia, lo contrario sería denigrar la religión de los profetas… pero si esto es papel mojado, entonces todo venía a ser una religión de “puros” y Dios sabe que esto no es posible. Así experimentó Jesús a Dios para trasmitirlo a todos y por eso nos ofrece este mensaje en una parábola como ésta de la cizaña: la paciencia de Dios hace posible la conversión y la fidelidad. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



domingo, 16 de julio de 2017

FIESTA DE LA VIRGEN DEL CARMEN



Enlace a los textos del propio de Chile 
tomado de los libros litúrgicos oficiales.











DOMINGO 15º DEL TIEMPO ORDINARIO


“Así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía”
  
Continuamos en este tiempo ordinario escuchando el evangelio según San Mateo. Hoy Jesús comienza a enseñarnos por medio de parábolas, y volveremos a escuchar este modo de hablar el próximo domingo. Jesús emplea ejemplos de la vida cotidiana, historias que les son cercanas a la gente sencilla a la que se dirige para que puedan entenderle.

Pero el tipo de realidad de la que habla Jesús (el Reinado de Dios) exige, además, de esta clase de lenguaje simbólico. Son imágenes sencillas, conocidas por todos, pero no tienen por objeto la mera transmisión de información. Las parábolas tratan de ir más allá: conducen al oyente a la reflexión y, de este modo, le transforman.

A cualquiera que escucha la parábola del sembrador rápidamente le llama la atención lo siguiente: ¿por qué esparcía de manera tan atolondrada la semilla aquel labriego? Por eso conviene conocer bien el contexto para no caer en interpretaciones alegóricas cargadas de prejuicios. Resulta que en Palestina lo habitual es primero sembrar para después arar. Esta es la razón por la que se nos presenta un campo asilvestrado como receptor de la semilla.

La parábola del sembrador sigue siendo para nosotros hoy la invitación de Jesús a vivir como él, movidos por su mismo Espíritu: con esperanza, fiándose de Dios y no de las apariencias, y con fidelidad, haciendo frente a las adversidades.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

 “Realmente sería maravilloso que ello ocurriera. Dios se viene dirigiendo a nosotros, los seres humanos, a fin de que hagamos justicia sobre la faz de la tierra, que nos tratemos con misericordia, como él nos trata a nosotros, que busquemos el bienestar para cada una de sus criaturas”.

Lectura del libro de Isaías 55, 10-11

Así habla el Señor: “Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo y no vuelven a él sin haber empapado la tierra, sin haberla fecundado y hecho germinar, para que dé la semilla al sembrador y el pan al que come, así sucede con la palabra que sale de mi boca: ella no vuelve a mí estéril, sino que realiza todo lo que yo quiero y cumple la misión que yo le encomendé”.
Palabra de Dios.

Salmo 64, 10-14

R. La semilla cayó en tierra fértil y dio fruto.

Visitas la tierra, la haces fértil y la colmas de riquezas; los canales de Dios desbordan de agua, y así preparas sus trigales. R.

Riegas los surcos de la tierra, emparejas sus terrones; la ablandas con aguaceros y bendices sus brotes. R.

Tú coronas el año con tus bienes, y a tu paso rebosa la abundancia; rebosan los pastos del desierto y las colinas se ciñen de alegría. R.

Visitas la tierra, la haces fértil. Las praderas se cubren de rebaños y los valles se revisten de trigo: todos ellos aclaman y cantan. R.

II LECTURA

El cristiano sabe que el dolor es parte de la vida. No es un castigo ni una prueba. Es signo de nuestra limitación y condición. En este camino, en el que se unen el sufrimiento y el amor, Dios nos acompaña, nos sostiene y nos espera.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma 8, 18-23

Hermanos: Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando la plena realización de nuestra filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo.
Palabra de Dios.

ALELUYA       

Aleluya. La semilla es la palabra de Dios, el sembrador es Cristo; el que lo encuentra permanece para siempre. Aleluya.

EVANGELIO

El sembrador de la parábola es tan generoso como descuidado. Desparrama sus semillas por todos lados, esperando que cada lugar donde caiga la reciba y la haga crecer. A semejanza de esta parábola, Dios siembra su Palabra donde quiere, confiando, esperando, deseando, que germine entre sus hijos y crezca.

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 13, 1-23

Jesús salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió junto a él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras la multitud permanecía en la costa. Entonces él les habló extensamente por medio de parábolas. Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!”. Los discípulos se acercaron y le dijeron: “¿Por qué les hablas por medio de parábolas?”. Él les respondió: “A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no. Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Por eso les hablo por medio de parábolas: porque miran y no ven, oyen y no escuchan ni entienden. Y así se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: ‘Por más que oigan, no comprenderán, por más que vean, no conocerán. Porque el corazón de este pueblo se ha endurecido, tienen tapados sus oídos y han cerrado sus ojos, para que sus ojos no vean, y sus oídos no oigan, y su corazón no comprenda, y no se conviertan, y yo no los sane’. Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen. Les aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que ustedes ven, y no lo vieron; oír lo que ustedes oyen, y no lo oyeron. Escuchen, entonces, lo que significa la parábola del sembrador. Cuando alguien oye la Palabra del Reino y no la comprende, viene el Maligno y arrebata lo que había sido sembrado en su corazón: este es el que recibió la semilla al borde del camino. El que la recibe en terreno pedregoso es el hombre que, al escuchar la Palabra, la acepta en seguida con alegría, pero no la deja echar raíces, porque es inconstante: en cuanto sobreviene una tribulación o una persecución a causa de la Palabra, inmediatamente sucumbe. El que recibe la semilla entre espinas es el hombre que escucha la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas la ahogan, y no puede dar fruto. Y el que la recibe en tierra fértil es el hombre que escucha la Palabra y la comprende. Este produce fruto, ya sea cien, ya sesenta, ya treinta por uno”.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

La Palabra de Dios como lluvia o nieve

El autor del denominado deuteroisaías -que continúa la tradición del profeta adaptándola a la situación de exilio en Babilonia que padecen los israelitas a partir del siglo VI a. C- cierra su escrito con una llamada a la esperanza: el sufrimiento presente se verá transformado en alegría perpetua futura (Is 55, 12-13). Esta es la voluntad, el encargo que Dios realizará por medio de su Palabra, al que se refiere el texto de Isaías que hoy.

¿Cómo actúa la Palabra de Dios para llevar a cabo esta transformación? La comparación simbólica de su acción es con la lluvia y la nieve que sale del cielo y al cielo retorna “después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar”. “La acequia de Dios va llena de agua, (…) riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes”, dice también el Salmo. Todas estas imágenes tomadas del campo resultan de una enorme plasticidad, dando la sensación al escucharlas de que casi podemos sentir bajo nuestros pies esa tierra mullida por la humedad.

La mayoría de nosotros vivimos actualmente muy alejados del mundo rural y de todo lo relacionado con el cultivo del campo. Para comprender la comparación simbólica que hace la Escritura, debemos ponernos en el lugar de un campesino o un labriego que no cuenta con la tecnología necesaria para asegurar el riego de sus cosechas. La lluvia o la nieve se esperan y se reciben como un don. En ocasiones se pueden leer signos en la naturaleza que nos permiten adivinar su presencia próxima, en otros momentos su ausencia o aparición nos coge desprevenidos, en contra de nuestras expectativas. Así, el ritmo de la acción de Dios no es la eficiencia, sino la fecundidad.

La virtud que nos llama a cultivar esta imagen de Isaías es la de la esperanza vivida como confianza paciente. Todas nuestras acciones y compromisos han de estar integrados en este horizonte: nos corresponde a nosotros sembrar, pero queda en manos de Dios todo lo demás (Sal 126, 1; Lc 17, 10). Nuestras sociedades de hoy están marcadas por un alto grado de tecnificación que busca al máximo reducir la espera entre el deseo y su satisfacción y aumentar nuestra autosuficiencia individual para no tener que depender de nadie. Los teléfonos móviles que todos  usamos son la metáfora perfecta de ello. Inmediatez, eficacia y autonomía son valores muy importantes para determinadas facetas de nuestra vida, pero si se convierten en los principios rectores de toda nuestra existencia nos deshumanizamos.

La esperanza de los Hijos de Dios

En su Carta a los Romanos, San Pablo nos recuerda que la plenitud que esperamos ya ha comenzado porque “poseemos las primicias del Espíritu”. Existe una tensión escatológica entre un presente redimido en el que aún pervive el mal y un futuro realizado en plenitud, pero no se trata de una oposición entre contrarios, como plantea la apocalíptica judía de la época. El futuro se ha hecho presente por medio de Jesucristo, toda la creación ha sido redimida por Él, y en Él se ha realizado la unión amorosa entre Dios y el ser humano: por el Hijo encarnado hemos sido hechos hijos por adopción (Rm 8, 15).

San Pablo es un gran maestro de esperanza. Él mismo tuvo que aprender a ser paciente. En un primer momento, junto con la primera comunidad cristiana, esperaba la inminente transformación definitiva de esta realidad en el mundo nuevo esperado. Esta es la razón por la cual no mostró mucho interés por los asuntos cotidianos. Pero el tiempo de la presencia y la acción del Espíritu Santo -el tiempo de la Iglesia- se reveló más dilatado de lo que los primeros cristianos, todo ellos de mentalidad judía, pensaban.
La aceptación de la demora de la parusía no es una lección aprendida del judaísmo (tal y como les echarían en cara a los cristianos), sino todo lo contrario, supone un abandono definitivo del esquema religioso judío: el Reino de Dios ya es una realidad aunque no se haya implantado definitivamente. No hay que esperar una transformación del mundo por parte de Dios al margen del ser humano porque la acción de Dios respeta nuestra libertad (tal y como muestra la parábola del Evangelio de hoy), y esta es una de las razones que explican por qué, aunque el Reino de Dios ya ha comenzado, el mal sigue estando presente. La historia de la humanidad es más amplia de lo que pensaron los primeros cristianos y la paciencia de Dios para hacer plenamente presente su Reino contando con la libre colaboración del ser humano es también inconmensurable.

La esperanza cristiana es cualitativamente distinta, en este sentido, de la esperanza judía. La imagen de un Dios que llama a la puerta de los corazones de los hombres y les pide su libre adhesión para poder entrar en sus vidas es una imagen que incluso a los propios cristianos nos cuesta aceptar. La fragilidad del Dios crucificado es un escándalo para los judíos y una necedad para los paganos, tal y como advirtió el propio San Pablo (1 Cor 1, 23).

La parábola del sembrador

¿Por qué nos habla Jesús en parábolas? El modo de enseñar de Jesús es original, diferente al de los maestros de la Ley. Él habla con autoridad (Mc 1, 22), no cita a otros maestros e incluso modifica la Torá para perfeccionarla (Mt 5, 21 ss.). El centro de su predicación es el Reino de Dios y de él hablará no por medio de discursos teóricos o conceptuales (porque esa clase de discurso no permite hablar de realidades como esa), sino a través de ejemplos, metáforas, comparaciones, alegorías… siempre unidos a acciones concretas: curaciones, sentarse a comer con pecadores, perdonar los pecados, gestos proféticos… Palabra y obra van de la mano.

La conocida parábola del sembrador la encontramos también en Marcos (Mc 4, 1-9) y Lucas (Lc 8, 4-8). Y al igual que ellos, Mateo explica el motivo de que Jesús hable a la gente en parábolas y la interpretación alegórica de la parábola del sembrador que probablemente hizo la primera comunidad.

En cuanto al motivo que dan los evangelios por el que Jesús predica en parábolas, no corresponde ahora detenerse en ello. Conviene tan sólo dar una breve explicación de la extraña justificación que aducen: el embotamiento u obstinación que se menciona en Isaías (de hecho los tres citan Is 6, 9-10). ¿Acaso Jesús pretende con sus parábolas ocultar el misterio del Reino de Dios o confundir a aquellos a quienes se dirige? Ciertamente no. La causa de su ignorancia no está del lado de las parábolas, al contrario, se debe a su obstinación. No puede comprender la predicación de Jesús quien no acepta la necesidad de la misericordia de Dios y se convierte.

¿Qué es lo que quiere simbolizar Jesús a través de esta parábola? Los especialistas distinguen dos posibles sentidos en la parábola del sembrador. En primer lugar, estaría el motivo originario que probablemente llevó a Jesús a contar esta parábola: responder a las dudas acerca del éxito de su propia predicación. El trabajo del sembrador muchas veces puede parecer inútil por los obstáculos que se enumeran en la narración, pero esta sería una valoración superficial de su esfuerzo. El sembrador sabe que es “poco” lo que no dará fruto mientras que “el resto -es decir, la mayoría- cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta”. Las cantidades mencionadas son exageradas, recurso retórico habitual para indicar sobreabundancia.

Como otras parábolas de contraste (el grano de mostaza o la levadura), la parábola del sembrador es una invitación a confiar en la acción de Dios y no dejarse desanimar por las apariencias. Una invitación, como hemos venido viendo en las lecturas precedentes, a la esperanza. Jesús, como el sembrador, está lleno de alegría y de confianza porque sabe que, a pesar de que su trabajo pueda parecer inútil a los ojos de los hombres, al final Dios hará aparecer de unos comienzos humildes una cosecha magnífica.

En segundo lugar, está la interpretación que algún tiempo después haría la primera comunidad. El eje de la interpretación se desplaza de la irrupción del Reino de Dios (simbolizada, como en otras parábolas, con la cosecha) a la vida de los primeros cristianos, a los ya convertidos (simbolizada en las cuatro maneras de acoger la semilla=Palabra de Dios). En este caso, podemos extraer como enseñanza una exhortación al cuidado del don recibido, es nuestra responsabilidad porque seguimos siendo libres. ¿Queremos acoger a Jesús en nuestra vida y hacemos por ello o nos dejamos llevar por el viento cuando sopla en contra?

ESTUDIO BÍBLICO.

Iª Lectura: Isaías (55,10-11): La palabra profética, transforma la historia humana

I.1. El libro de Isaías, o mejor dicho, el Deuteroisaías (40-55), termina con un capítulo de altos contenidos teológicos que podemos interpretarlo como «la fuerza de la palabra de Dios que cambia la historia», que hace historia, que no se limita a los ámbitos espirituales, aunque estos son su ser natural. Efectivamente, el texto de la Iª Lectura de hoy forma parte de ese capítulo del que hablamos; sus imágenes, los símbolos que se usan, ponen de manifiesto esta teología sobre la fuerza de la palabra profética como Palabra de Dios. Lo que se quiere poner de manifiesto es la dimensión creadora y transformadora de la Palabra de Dios.

I.2. Sabemos que los profetas de Israel y Judá han marcado la religiosidad de su época y por eso su mensaje sigue siendo para nosotros un mensaje de alternativa. La Palabra de Dios que viene sobre el pueblo desencadena juicio y salvación a la vez. En el texto de hoy nos encontramos con la singularidad de que la Palabra de Dios, como la lluvia y la nieve, no vuelven a lo alto de vacío; así sucede con la Palabra de Dios que se hace presente por medio de sus profetas. Los corazones, es decir, las personas, reciben lluvia y nieve espirituales de la palabra de los profetas que interpretan la voluntad de Dios en la historia personal y comunitaria.

I.3. Eso no quiere decir que todos los acontecimientos de la historia están desencadenados por la Palabra de Dios, y en eso deberemos tener cuidado para no caer en fundamentalismos; pero la Palabra divina salva, anima, consuela, juzga las injusticias y a los poderosos. Esa palabra llega de muchas formas y maneras por medio de los que han puesto su confianza en Dios. Y desde esa confianza y energía, Dios actúa en la historia. Por eso, el compromiso de los que cuentan con Dios en sus vidas no debe reducirse al ámbito personal-espiritual. El mundo, la sociedad, las instituciones de justicia y de altas decisiones no deberían hacer oídos sordos a los "profetas" de salvación y de gracia.

IIª Lectura: Romanos (8,18-23): Una ecología teológica

II.1. La IIª Lectura nos muestra unos de esos textos que podemos llamar actualmente «ecológicos». Sabemos que la ecología está siendo campo de batalla de numerosas ideologías contrapuestas y contradictorias. Pablo, con el lenguaje de la apocalíptica, al que era tan cercano como buen judío, nos presenta la suerte del mundo, de la creación, unida estrechamente a la suerte de los hombres y de su redención. No es un texto negativo, como a veces le han reprochado. Ya Teilhard de Chardin había hecho una lectura muy positiva, no solamente válida, con su “himno a la materia”, en la línea de la esperanza de redención de todo el universo. Este mundo de la creación no puede estar llamado a lo obsoleto. San Pablo está usando el término ktisis, que viene a significar la creación, la materia como misterio en el que subsistimos en este mundo.

II.2. La verdad es que, en este mundo, la obra de Dios es para el hombre, está en sus manos, pero ¿qué estamos haciendo de este mundo nuestro? La creación también tiene que consumarse en la liberación; lo que ha formado parte de nuestra historia, de nuestro ser, anhela gracia y salvación. Es verdad que para los que conciben el mundo y la creación solamente como «naturaleza», esto es un antropomorfismo; pero, en todo caso, en nuestra redención personal y comunitaria, el mundo, el arte, la música, el cielo, la tierra, el sol... todo adquirirá sentido, todo es anhelo de dolores de parto para vivir en una armonía que está verdaderamente en las manos de Dios.

II.3. Es muy probable que detrás de este texto exista una reflexión teológica del mismo judaísmo sobre Gn 3 y las consecuencias del pecado de la humanidad, del hombre creado a imagen y semejanza de Dios y las consecuencias para el mundo. Pablo quiere hacer una lectura nueva desde Cristo. El pecado de la humanidad no queda solamente en el ámbito de lo interior, sino que lo exterior, la naturaleza, se resiente si el hombre no sabe llevar a cabo la misión que Dios le ha encomendado. Porque la humanidad está llamada a un estado de paz con la naturaleza, pero cuando la humanidad se aleja del proyecto divino de justicia, de armonía, de paz, entonces, las guerras o la acumulación de bienes de unos pocos se refleja en la misma naturaleza. La creación, no lo olvidemos, está ligada al destino del hombre. Ahí está la fuerza argumentativa de la verdadera ecología teológica.

Evangelio: Mateo (13,1-23): La Palabra de Dios, semilla que engendra

III.1. La parábola del sembrador y su explicación abre estos domingos de lectura continua en los que se nos van a presentar distintas parábolas, que Mateo concentra precisamente en el c. 13. Podemos decir también que esta es una parábola ecológica, por sus símbolos. La semilla que cae en distintas tierras, que después se compara con distintas actitudes, debe ser la Palabra de Dios que conduce nuestra historia, que crea una relación hermosa y llena de sentido.

III.2. Cuando la historia no se contempla desde el horizonte de la Palabra de Dios, entonces todo se resiste a la armonía, a la fraternidad, a la paz, e incluso a la calidad de vida digna para todos. En todo caso, Jesús, con su parábola -ya que la explicación probablemente procede de la iglesia primitiva que era más timorata-, intentaba decir que, pase lo que pase, la Palabra de Dios siempre produce fruto; basta acogerla desde nuestras posibilidades. Unas veces producirá más y otras menos, pero siempre será luz de nuestra vida. Porque en esto de la luz, de la gracia y de la salvación, la cantidad no cuenta de verdad.

III.3. Es muy probable que haya sido la iglesia posterior y su moralismo excesivo, la que se haya propuesto acentuar eso de la cantidad como un perfeccionamiento anhelado, y así se refleja en la explicación de la parábola, donde ya todo se centra en el campo que acoge, no en la semilla. Sin embargo, el profeta de Nazaret era menos perfeccionista y quería trasmitir una confianza inaudita en la fuerza de Dios que nos llega por la palabra profética y por la parábola profética del sembrador. El sembrador sabe que no todo lo que siembra se recoge al final, sino que siendo más realista confía "en conjunto" en la semilla que esparce, es decir, en la palabra que ilumina y que salva.

III.4. Cuando alguien solamente ha podido entregar el 20, o el 60 de su vida (incluso el 30 y el 40), Dios no lo desprecia, sino que lo tiene muy en cuenta. Su amor a los hombres y mujeres que viven en este mundo no le hace despreciar lo que su amor engendra, aunque sea una mínima parte de lo que debería haber sido. Porque para Jesús, en este caso, se trataba de poner de manifiesto la fuerza de la semilla, de la palabra, del evangelio de vida. Porque sin esa semilla, sin esa palabra de gracia y de buenas noticias, no hay manera de que los seres humanos se puedan fiar de Dios y serle fieles. Jesús está sembrado, en esta parábola “el evangelio” frente a le Ley (la Torá). Con el evangelio se entiende que la semilla es gracia; con la ley, lo que vale es la ”producción” en cantidades semejantes a la inversión. (Fray Miguel de Burgos Núñez , O. P.).