domingo, 6 de agosto de 2017

DOMINGO 18º DEL TIEMPO ORDINARIO



“Se transfiguró en presencia de ellos”

La Fiesta de la Transfiguración del Señor irrumpe en el Tiempo durante el Año como una invitación a contemplar el Misterio del Hijo amado. La visión profética de Daniel (cf. Dn 7, 9-10) llega a su plenitud en la persona de Jesús de Nazaret. Los «testigos oculares de su grandeza» (cf. 2 Pe 1,16) reconocerán después de la Pascua al «Hijo muy querido» (cf. Mt 17, 5) como el «Hijo del hombre» (cf. Mt 17, 9), Aquel cuyo ministerio compasivo es capaz de devolver toda dignidad y belleza al ser humano.

En los evangelios, el relato de la transfiguración se ubica después de que Jesús anuncia que debe ir a Jerusalén a morir. La transfiguración adquiere así el sentido de ser anticipo de lo que ocurrirá después de su muerte. Jesucristo manifiesta su gloria, la que tendrá para siempre. La fiesta de la Transfiguración se celebra por iniciativa del papa Calixto III, desde 1457.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Quien relata esta visión tiene una fuerte experiencia de Dios. Intenta explicarla con nuestras palabras y nuestro modo de comunicación, pero sin dudas es superado por la misma realidad. No se expresa fácilmente en palabras la experiencia profunda de Dios.

Lectura de la profecía de Daniel 7, 9-10. 13-14

Daniel continuó el relato de sus visiones, diciendo: “Yo estuve mirando hasta que fueron colocados unos tronos y un Anciano se sentó. Su vestidura era blanca como la nieve y los cabellos de su cabeza como la lana pura; su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego brotaba y corría delante de él. Miles de millares lo servían, y centenares de miles estaban de pie en su presencia. El tribunal se sentó y fueron abiertos unos libros. Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido”.
Palabra de Dios.

Salmo 96, 1-2. 5-6. 9

R. El Señor reina, altísimo por encima de toda la tierra.

¡El Señor reina! Alégrese la tierra, regocíjense las islas incontables. Nubes y tinieblas lo rodean, la justicia y el derecho son la base de su trono. R.
Las montañas se derriten como cera delante del Señor, que es el dueño de toda la tierra. Los cielos proclaman su justicia y todos los pueblos contemplan su gloria. R.

Porque tú, Señor, eres el Altísimo: estás por encima de toda la tierra, mucho más alto que todos los dioses. ¡El Señor reina! ¡Alégrese la tierra! R.

II LECTURA

Como Pedro, nosotros tampoco anunciamos fábulas, o imaginaciones. Somos testigos de lo que Dios hizo y hace por nosotros y su pueblo. Sabemos, desde el corazón, que Dios está presente. Y esto no es una fantasía.

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pedro 1, 16-19

Queridos hermanos: No les hicimos conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo basados en fábulas ingeniosamente inventadas, sino como testigos oculares de su grandeza. En efecto, él recibió de Dios Padre el honor y la gloria, cuando la gloria llena de majestad le dirigió esta palabra: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección”. Nosotros oímos esta voz que venía del cielo, mientras estábamos con él en la montaña santa. Así hemos visto confirmada la palabra de los profetas, y ustedes hacen bien en prestar atención a ella, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y aparezca el lucero de la mañana en sus corazones.
Palabra de Dios.

ALELUYA        Mt 17, 5c

Aleluya. Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo. Aleluya.

EVANGELIO

Encontrarse íntimamente con Jesús, disfrutar de su presencia, contemplar su Gloria, es sin dudas un gran regalo. Pero la fe cristiana, en este tiempo, no puede quedarse en eso. Somos conscientes de que debemos salir a anunciar lo que vimos, compartiendo con otros nuestra experiencia.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17, 1-9

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: “Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo”. Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: “Levántense, no tengan miedo”. Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos”.
Palabra del Señor.


MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

Contemplar como «ver»

La postmodernidad ha creado un concepto de belleza que tiene más relación con una “cosmética” que con una “estética”. Cuando sólo pueden lucir aquellas realidades o situaciones que están “maquilladas”, la verdadera belleza queda velada por lo artificial.

Pedro, Santiago y Juan van a poder contemplar dos rostros de Jesús: el de la Transfiguración y el de Getsemaní. Pero sólo podrán comprender la belleza de estos rostros después de la resurrección, ya que la Cruz revela una estética pascual que tiene su fuente en el Padre. En ambas oportunidades pueden ser testigos de aquella divinidad de Cristo que se revela en el misterio de su humanidad.

Consciente de su identidad de Hijo amado, Jesús nunca ocultó la dimensión pascual de la misma. Consciente de su identidad mesiánica, Jesús nunca ocultó la dimensión profética de su muerte. Consciente de su identidad ministerial, Jesús nunca ocultó la dimensión compasiva de su misión. La fidelidad a su identidad lo llevará a asumir radicalmente la voluntad del Padre.

Contemplar como «escuchar»

Los discípulos escuchan la voz del Padre. El gran desafío para los hombres y mujeres de nuestro tiempo será aprender a escuchar la voz de Dios en medio de otras voces. Cuando el Padre habla invita a escuchar al Hijo amado, al predilecto.

La diferencia esencial entre «oír» y «escuchar» radica en la resonancia que la voz tiene en el corazón y en los sentidos. «Oír», normalmente, no toca la sensibilidad humana y mantiene al ser humano al margen de los acontecimientos. Pero «escuchar», como capacidad contemplativa, abre en el corazón espacios de búsqueda y discernimiento.

El temor que sienten los discípulos nace de la experiencia de una presencia que Jesús busca constantemente en la soledad y en el silencio. La voz del Padre confirma la identidad del Hijo y, en consecuencia, en base a lo que ven y escuchan, saben que el seguimiento de Jesús implica algo más que un discipulado. Se trata de hacerse hijos en el Hijo en toda su radicalidad.

Contemplar («ver y escuchar») los rostros y las voces de nuestro tiempo

Quien ha contemplado el rostro del Hijo y ha escuchado la voz del Padre no puede permanecer indiferente ante los rostros y las voces de nuestro tiempo.

Somos llamados a contemplar los rostros y las voces de quienes sufren la marginación, la violencia y la invisibilidad (mujeres, adultos mayores, vulnerados); el silencio de quienes quedan fuera del sistema (sobrantes, refugiados, desplazados); las víctimas de la violencia de género, de las guerras, de la miseria; de las ideologías y fundamentalismos.

Somos llamados a contemplar los gestos solidarios de quienes creen en un mundo, una sociedad y una Iglesia distinta. También a quienes siguen rescatando vidas, rostros e historias que la indiferencia ha invisibilizado. Hombres y mujeres que siguen creyendo que «no hay amor más grande que dar la vida» (cf. Jn 15, 13) como lo hizo Jesús, como lo hicieron tantas personas a lo largo de la historia.

Pero sabemos que toda contemplación debe poder traducirse en un compromiso real. En consecuencia, quienes quieran contemplar con amor un rostro humano podrán descubrir una belleza evangélica: aquella que no luce, que no cotiza, que no es publicable en los medios de comunicación ni en las redes sociales; aquella belleza que no vende ni provoca atracción.

Quienes asuman del invitación del Padre a «escuchar al Hijo amado», podrán ser testigos de un Jesús de Nazaret que se sigue transfigurando en muchos rostros desfigurados por la hipocresía y el sin sentido. Rostros que hacen visible la belleza pascual del rostro del Crucificado.

ESTUDIO BÍBLICO.

Evangelio: (Mt 17,1-9)

Marco: Este acontecimiento pertenece a lo que nosotros llamamos triple tradición, es decir, un acontecimiento del que nos dan testimonio los tres evangelistas. Todos los acontecimientos de la vida de Jesús son fiables, pero los que recogen los tres evangelistas gozan todavía de mayor valor. Y los tres, enmarcan este acontecimiento después de la confesión de Pedro en Cesarea y el primer gran anuncio de Jesús de su Pasión. Este anuncio, provocó en Pedro el rechazo asustado por el escándalo de la cruz.

¡Entre la cruz y la gloria!.


Ya el marco en que los evangelistas colocan este acontecimiento nos permite descubrir su primer valor para el anuncio y la predicación en este domingo. La radicalidad de las palabras de Jesús es de una autenticidad indiscutible. Se enseña habitualmente que las palabras de seguimiento son de las más auténticas y las menos discutidas de las que pronunció Jesús. Jamás ningún maestro de su tiempo ni después tampoco se atrevió formular tal invitación: quien quiera ser discípulo debe negarse a sí mismo y ponerse en marcha detrás de mí. Pero en líneas anteriores, ha revelado sin ambages su destino, que por cierto sólo fue captado en su primera parte, es decir, la que habla de sufrimientos, traiciones, humillaciones y muerte. Jesús habló también de resurrección, de vida, de gloria. Pero los discípulos no entendieron y Pedro se escandaliza.


¡Jesús avalado por dos grandes profetas: Moisés y Elías!


Mateo nos invita a contemplar a Jesús como un nuevo Moisés, que se encuentra con Dios en un nuevo Sinaí, también en medio de una nube y rodeado de luz. Moisés y Elías tienen relación importante con el Sinaí, y los dos representan lo mejor del profetismo. Personifican la Ley y los Profetas donde se encuentra la esencia de la revelación veterotestamentaria de la voluntad de Dios. Y también Mateo nos ha advertido ya (5,17ss) que Jesús ha venido a dar cumplimiento (histórico-salvífico) a la Ley. Y en otro momento de su ministerio nos dijo que toda la ley y los profetas se sintetizan en su nuevo mandamiento de amor a Dios y al prójimo (Mt 22,40).


¡Jesús, el Hijo predilecto del Padre!.


La voz celeste procedente del Padre es una solemne declaración: Jesús es su Hijo amado, en quien se complace. La revelación nos remite a otro acontecimiento central en la vida de Jesús que es su bautismo. ¡Dichosos los que escuchan la Palabra de Jesús!. El "escuchadle" de este fragmento centra la atención del lector. Se le invita a que entienda todo el conjunto orientado a este centro. Jesús está dotado de las cualidades de quien puede revelar la última voluntad de Dios en favor de los hombres. Viene a proclamar la soberanía del amor de Dios. El hombre no tiene otra alternativa, si se quiere poner en marcha hacia la verdadera salvación: escuchar la palabra de Éste de quien dan testimonio la ley y los profetas y que, por lo tanto, está por encima de la ley y de los profetas. Sólo Él tiene la definitiva palabra de salvación. Estamos en un tiempo privilegiado para encontrarnos con la palabra de Dios, una palabra viva y eficaz como espada de doble filo que ilumina, denuncia, sana, exhorta y da vida conduciendo al hombre a su más íntima realidad y libertad. Es necesario "escuchar" al definitivo enviado por Dios. (Fr. Gerardo Sánchez Mielgo, O. P.).




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