domingo, 4 de marzo de 2018

DOMINGO 3º DE CUARESMA


“No conviertan en un mercado la casa de mi Padre”

La Palabra de hoy nos presenta a Jesús decidido a ir hasta las últimas consecuencias en la implantación del Reino de Dios, aunque ello pueda costarle la vida. Jesús realiza en el Templo un símbolo de gran fuerza expresiva, escandaloso para las autoridades religiosas judías, que no nace de la ira sino de la profunda vivencia de un Dios Padre que quiere habitar en el corazón de todo ser humano sin distinción, sin discriminación. Un Dios que muchas veces expulsamos del templo de nuestro corazón con la hipocresía, el egoísmo y el rechazo al otro.

Jesús hace frente a la gran tentación de tratar de salvarse a sí mismo y se entrega confiado a la misión que el Padre le ha encomendado asumiendo el dolor que el amor puede conllevar.



DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Israel comprendió su relación con Dios en los términos de una alianza, como las que celebraban antiguamente los reyes. En este pacto, Dios ya ha hecho su parte: ha sacado al pueblo de Egipto. La parte que correspondía al pueblo sería de aquí en más vivir como pueblo “de Dios”, un pueblo liberado para caminar en libertad, derecho y justicia.

Lectura del libro del Éxodo 20, 1-17

Dios pronunció estas palabras: “Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto, porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen; y tengo misericordia a lo largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos. No pronunciarás en vano el Nombre del Señor, tu Dios, porque él no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano. Acuérdate del día sábado para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas; pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. En él no harán ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el extranjero que reside en tus ciudades. Porque en seis días, el Señor hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día sábado y lo declaró santo. Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo: no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le pertenezca”.
Palabra de Dios.

Salmo 18, 8-11

R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

La ley del Señor es perfecta, reconforta el alma; el testimonio del Señor es verdadero, da sabiduría al simple. R.

Los preceptos del Señor son rectos, alegran el corazón; los mandamientos del Señor son claros, iluminan los ojos. R.

La palabra del Señor es pura, permanece para siempre; los juicios del Señor son la verdad, enteramente justos. R.

Son más atrayentes que el oro, que el oro más fino; más dulces que la miel, más que el jugo del panal. R.

II LECTURA

Jesús rompió los moldes de cualquier expectativa que pudiera tener la humanidad sobre Dios. Por eso, no se comprende a Jesús desde la disquisición filosófica ni desde una visión exitista. Sólo podemos unirnos al misterio de Jesucristo en la vida entregada por amor.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto 1, 22-25

Hermanos: Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.
Palabra de Dios.

Aclamación Jn 3, 16

Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga Vida eterna.

EVANGELIO

Jesús es “la” señal que el Padre nos da para que lo conozcamos. Todo en Jesús nos habla del Padre. Y la resurrección es el último indicio que nos confirma que Dios es el Dios de los vivientes y quiere darnos la Vida Eterna. No busquemos más señal que esa: la presencia vivificante de Jesús Resucitado, que nos muestra el camino hacia el Padre.

Ì Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 2, 13-25

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”. Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: “El celo por tu Casa me consume”. Entonces los judíos le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”. Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”. Los judíos le dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”. Pero él se refería al templo de su cuerpo. Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado. Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: Él sabía lo que hay en el interior del hombre.           
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

El Templo de Jerusalén en tiempos de Jesús

Llegamos en nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua a un momento que supone un punto de inflexión en la vida de Jesús, un momento que precipitó los acontecimientos. Este episodio que hoy contemplamos -comúnmente llamado “la expulsión de los mercaderes del Templo”- es, según señalan los historiadores, el principal desencadenante de su apresamiento y condena a muerte.

Los cuatro evangelios nos narran este hecho y para los cuatro supone un momento crucial en el que Jesús manifiesta fehaciente la oposición de su mensaje con el de las autoridades religiosas del Templo, los saduceos. Los sinópticos colocan el acontecimiento cronológicamente, al final del relato, antes del inicio de la Pasión. Juan, en cambio, lo sitúa al principio con una clara intención teológica: todo su evangelio queda de este modo enmarcado en la confrontación entre “los judíos” (como grupo diferenciado de los discípulos) y Jesús.

Para entender lo que se nos narra debemos tener en cuenta cómo funcionaba el Templo de Jerusalén en tiempos de Jesús. El Templo estaba gestionado por la poderosa minoría saducea: conservadora en lo religioso (sólo admite como Escrituras la Torá o el Pentateuco y no cree en la resurrección de los muertos), tenía mayoría en el Sanedrín y colaboraba con el poder imperial romano, lo que le reportaba notables privilegios. El funcionamiento del Templo giraba en torno al culto dado a Dios, especialmente a través de los sacrificios de animales que tenían lugar en su interior. La ley judía prescribía con detalle la realización de estos sacrificios como acción de gracias, expiación, petición o adoración a Dios. Los animales sacrificados debían ser los determinados por la ley y cumplir una serie de requisitos, como por ejemplo no tener defecto físico. También se requería entrar con dinero en el Templo para hacer las limosnas correspondientes, y no podía hacerse con moneda pagana, considerada impura, sino con la moneda acuñada por las autoridades del Templo. Esta es la razón por la cual existían puestos de venta de palomas para el sacrificio ritual y cambistas de moneda, no dentro del Templo, sino en la gran explanada donde se encontraba el Templo, el patio o Atrio de los Gentiles.

Por otra parte, la estructura del Templo estaba perfectamente jerarquizada conforme a unos pretendidos rangos de pureza: de menos puro en lo exterior a más puro en lo interior. Así, a la explanada exterior, el Atrio de los Gentiles, estaba permitida la entrada a cualquiera. En la primera estancia del Templo, el Atrio de las Mujeres, podía entrar cualquier israelita, varón o mujer. A la siguiente estancia, el Atrio de los Israelitas, sólo podían acceder los judíos varones mayores de edad sin enfermedad o defecto físico. En la siguiente estancia, el Atrio de los Sacerdotes, sólo podían estar los sacerdotes encargados de realizar los sacrificios. Y en el núcleo más interior del Templo se encontraba el Sancta Sanctorum, el lugar más sagrado, delimitado por un velo, en el que sólo podía entrar el Sumo Sacerdote una vez al año para pedir perdón por los pecados del pueblo.

No es un arrebato de ira, es un “gesto profético”

Es evidente que Jesús conocía el funcionamiento del Templo. Había estado allí muchas veces, no sólo en su vida pública, como señalan los propios evangelios, sino también, como es lógico suponer, desde niño para acudir a celebraciones importantes como la Pascua. La acción de Jesús no es, por tanto, fruto de un arrebato de indignación fortuita. Se trata de un gesto bien pensado y calculado que se enmarca dentro de la -bien conocida por los judíos- tradición profética. Como los grandes profetas, Jesús lleva su mensaje al corazón de Israel: Jerusalén. Y como ellos, acompaña sus palabras con gestos que otorgan mayor fuerza expresiva a las mismas y que, incluso, escandalizan a sus oyentes. La expulsión de los mercaderes del Templo, lejos de ser una manifestación de “ira santa” o un pasaje con el que justificar la violencia contra la impiedad (como en algunos momentos de la historia del cristianismo se ha pretendido) es la expresión más contundente de la predicación de Jesús contra la hipocresía religiosa, la cosificación de Dios en nuestro propio beneficio (idolatría, al fin y al cabo) y la discriminación de las personas basada en las normas de pureza.

No es casualidad que los evangelios nos resuman el mensaje de Jesús en el Templo con citas de los profetas Isaías y Jeremías. En ellos ya se encontraba hacía siglos una dura crítica a la hipocresía de aquellos que iban al Templo a cumplir con las normas religiosas y al salir de él seguían manchándose las manos de sangre, robos, adulterio y despreciando y oprimiendo a los pobres convirtiendo la casa de Dios en una cueva de bandidos (Is 56, 1-7, Jr 7, 1-11). Quien mercadea no son tanto los vendedores de palomas y los cambistas cuanto las autoridades religiosas, que se enriquecen con los sacrificios, y los que creen que pueden comprar a Dios con sus ofrendas.

El evangelio de Juan, además, vincula claramente la acción de Jesús con su condena a muerte al poner en su boca las palabras del Salmo 69, 10: “el celo por tu casa me cuesta la vida” y es el que más claro deja que con Jesús se ha cumplido lo anunciado por los profetas: con la llegada del Mesías el verdadero culto a Dios -es decir, la verdadera amistad con él- ya no está reservado a unos pocos y encerrado dentro de un templo construido por hombres (Zac 14, 21: “no habrá ya mercader alguno en el Templo del Señor de los ejércitos cuando llegue aquel día”).

El tiempo anunciado por los profetas ya ha llegado

¿Cuál es el verdadero culto a Dios? Un culto basado en la ley del amor que Cristo vivió e hizo posible y que no discrimina a nadie en razón de su procedencia, sexo, edad, salud o cargo religioso.

La primera lectura del libro del Éxodo aún nos habla de un Dios que castiga al pecador, pero en este conocimiento imperfecto que aún se tiene de Dios en el Antiguo Testamento ya está apuntado que Dios es más misericordioso que justiciero: “castigo el pecado de los padres en los hijos, nietos y bisnietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil generaciones cuando me aman y guardan mis preceptos”. En Jesucristo se refleja el mismo rostro de Dios y en él no hay sombra alguna de venganza o de castigo. Es el ser humano el que da la espalda a Dios, Dios nunca le da la espalda al ser humano. La cruz, que después de lo vivido por Jesús hoy en el Templo está ahora más cerca, da prueba de ello. Jesucristo no busca la cruz, sino el bien del ser humano por encima de todo, aunque ello pueda conllevar la cruz.

El decálogo revelado a Moisés, es el anticipo a la ley del amor, que ha de llevarnos más allá: a la entrega por el otro. Amarnos como Dios nos ama, como Jesús nos amó, es la ley preciosa como el oro y dulce como la miel de la que habla el Salmo. No hay que seguir buscando signos ni profundas sabidurías.

ESTUDIO BÍBLICO.

La religión verdadera es dar la vida por los otros

1ª Lectura: Éxodo (20,1-17): Dios y el hombre se encuentran en la Alianza

I.1. La primera lectura es el famoso Decálogo, corazón de un «código de la alianza» que ha venido a ser la expresión más definida de la teología sacerdotal (a diferencia del Decálogo de Dt 5,6-21) y que ha jugado un papel considerable en la evolución ética de la humanidad. Aún expresado en forma negativa y absoluta, tiene unos objetivos bien determinados: proteger a la comunidad, al pueblo de la Alianza, para darle una identidad y que no vuelvan a la esclavitud. Es eso lo que le espera al pueblo si adoran a otros dioses extraños ya que todos los imperios tenían sus dioses protectores y los dominadores los imponían como signo de victoria.

I.2. Pero, además, es un código en diez Palabras que expresa una relación dialogal, interpersonal. El Decálogo intenta expresar unos derechos fundamentales, como hoy defendemos en el ámbito de la comunidad internacional. Por ello debemos valorarlo como una propuesta, en aquella época, que se adelanta siglos y siglos a muchas conquistas humanas de nuestra época. Pretende que las relaciones entre Dios y el hombre, y la de los hombres entre sí, estén dominadas por la adoración y la religión verdadera, la justicia, en cuanto todo pecado contra el prójimo es un pecado contra Dios. Es verdad que el decálogo es como un “escudo” que protege la santidad de Dios, pero también la dignidad de todos los hombres, del prójimo en concreto.

I.3. Detrás de estas expresiones formuladas en esa teología sacerdotal, debemos ver la acción del Dios salvador que ha hecho alianza con el pueblo. Éste, por su parte, debe ser no solamente un buen intermediario, sino un verdadero misionero de este proyecto salvador de Dios. Se ha dicho que en el fondo de todo debemos saber ver la gratitud de Dios. Antes, pues, de que la humanidad se haya dotado de los derechos fundamentales, estos intentos del “decálogo” muestran el anhelo de Israel por ser un pueblo fiel, un pueblo justo, aunque dependiente de Dios. Pero es que en Dios está la fuente de toda la justicia y dignidad humana, según la mejor teología bíblica.

2 Lectura: I Corintios (1,22-25): Dios habla desde la sabiduría de la cruz

II.1 La segunda lectura nos propone la sabiduría de la cruz. Es un pasaje de la carta en donde Pablo afronta el problema de la división de la comunidad en distintas facciones que se remiten a personajes del cristianismo primitivo; unos a Pablo, otros a Pedro, otros a Apolo; e incluso otros (muy probablemente el mismo Pablo) a Cristo como el único que puede dar consistencia a nuestra fe. El texto de hoy forma parte de un gran conjunto (1Cor 1-4) que el apóstol afronta por informaciones de las “gentes de Cloe”, quizás una de las comunidades domésticas. Y en vez de una reprimenda moralizante y sin sentido propone, para la unidad y la comunión de la comunidad, que “crux sola nostra theologia”, como decía Lutero. En la cruz, las divisiones, los partidos, los grupos de élite de una comunidad, quedan a la altura de nuestras propias miserias.

II.2. Pablo habla del Cristo crucificado frente al que no caben las divisiones, el valer más o menos, el ser los primeros o los últimos, porque en la cruz de Cristo se revela el Dios que se ha “abajado” a nosotros. Ese Cristo crucificado, revelación del verdadero Dios, es locura para los judíos que siempre conciben a Dios desde la grandeza; locura para la sabiduría de este mundo que es también una sabiduría de prepotencia inaudita. La religión de la cruz, no obstante, no es la religión de la ignominia, sino de la condescendencia con los débiles y con los que no cuentan en este mundo. Aunque algunos hayan tachado este planteamiento paulino como la decadencia de la sociedad (Nietzsche), ése es el único camino donde podemos reconocer a nuestro Salvador. Con un estilo retórico, usando la “diatriba” de una forma clásica, pregunta Pablo con insistencia si los sabios, los entendidos, los investigadores pueden ofrecer el sentido profundo y radical de nuestra vida. Porque nuestra vida verdadera es mucho más que conocer el “genoma humano”.

II.3. No obstante, no se trata de la condena la sabiduría humana en sí, ni de la investigación y de la filosofía. Tampoco se ha de entender la “theologia crucis” como la religión del masoquismo. ¡Nada de eso! No es así como Pablo argumenta, sino de cómo es posible que nuestros criterios y nuestras decisiones humanas estén a la altura de quien nos da vida y Espíritu. Por eso, su afirmación decisiva es que Dios ha hecho a Cristo, el crucificado, no lo olvidemos, “poder y sabiduría de Dios”. Y conocemos que ese es un “poder sin-poder” y una “sabiduría sin la lógica fría de este mundo”. Es el poder y la sabiduría de quien se ha entregado “por nosotros”. Es ahí donde se construye la “theologia crucis” en la “pro-existencia”, en saber vivir para los demás, como hace nuestro Dios. Desde ahí Pablo quiere curar la locura de las divisiones y de las arrogancias humanas que existen en la comunidad de Corinto.

Evangelio: Juan (2,13-25): Jesús busca una religión de vida

III.1. El relato de la expulsión de los vendedores del templo, en la primera Pascua “de los judíos” que Juan menciona en su obra, es un marco de referencia obligado del sentido de este texto joánico. En el trasfondo también debemos saber ver las claves mesiánicas con las que Juan ha querido presentar este relato, teniendo en cuenta un texto como el de Zac 14,21 (el deutero-Zacarías) para anunciar el día del Señor. Es de esa manera como se construyen algunas ideas de nuestro evangelio: Pascua, religión, mesianismo, culto, relación con Dios, vida, sacrificios. Jesús expulsa propiamente a los animales del culto. No debemos pensar que Jesús la emprende a latigazos con las personas, sino con los animales; Juan es el que subraya más este aspecto. Los animales eran los sustitutos de los sacrificios a Dios. Por tanto, sin animales, el sentido del texto es más claro: Jesús quiere anunciar, proféticamente, una religión nueva, personal, sin necesidad de “sustituciones”. Por eso dice: “Quitad esto de aquí”. No se ha de interpretar, pues, como un acto político-militar como se hizo en el pasado. Es, consideramos, una profecía “en acto”.

III.2. El evangelio de Juan, pues, nos presenta esa escena de Jesús que cautiva a mentes proféticas y renovadoras. Desde luego, es un acto profético y no podemos menos de valorarlo de esa forma: en el marco de la Pascua, la gran fiesta religiosa y de peregrinación por parte de los judíos piadosos a Jerusalén. Esta es una escena que no debemos permitir se convierta en tópica; que no podemos rebajarla hasta hacerla asequiblemente normal. Está ahí, en el corazón del evangelio, para ser una crítica de nuestra “religión” sin corazón con la que muchas veces queremos comprar a Dios. Es la condena de ese tipo de religión sin fe y sin espiritualidad que se ha dado siempre y se sigue dando frecuentemente. Ya Jeremías (7,11) había clamado contra el templo porque con ello se usaba el nombre de Dios para justificar muchas cosas. Ahora, Jesús, con esta acción simbólico-profética, como hacían los antiguos profetas cuando sus palabras no eran atendidas, quiere llevar a sus últimas consecuencias el que la religión del templo, donde se adora a Dios, no sea una religión de vida sino de… vacío. Por eso mismo, no está condenando el culto y la plegaria de una religión, sino que se haya vaciado de contenido y después no tenga incidencia en la vida.

III.3. No olvidemos que este episodio ha quedado marcado en la tradición cristiana como un hito, por considerarse como acusación determinante para condenar a muerte a Jesús, unas de las causas inmediatas de la misma. Aunque Juan ha adelantado al comienzo de su actividad lo que los otros evangelios proponen al final (Mc 11,15-17; Mt 21,12-13; Lc 19,45-46), estamos en lo cierto si con ello vemos el enfrentamiento que los judíos van a tener con Jesús. Este episodio no es otra cosa que la propuesta de Jesús de una religión humana, liberadora, comprometida e incluso verdaderamente espiritual. Aunque Juan es muy atrevido, teológicamente hablando, se está anunciando el cambio de una religión de culto por una religión en la que lo importante es dar la vida los unos por los otros, como se hace al mencionar el «cuerpo» del Jesús que sustituirá al templo. Aquí, con este episodio (aunque no sólo), lo sabemos, Jesús se jugó su vida en “nombre de Dios” y le aplicaron la ley también “en nombre de Dios”. ¿Quién llevaba razón? Como en el episodio se apela a la resurrección (“en tres días lo levantaré”), está claro que era el Dios de Jesús el verdadero y no el Dios de la ley. Esta es una diferencia teológica incuestionable, porque si Dios ha resucitado a Jesús es porque no podía asumir esa muerte injusta. Pero sucede que, a pesar de ello, los hombres seguimos prefiriendo el Dios de la ley y la religión del templo y de los sacrificios de animales. Jesús, sin embargo, nos ofreció una religión de vida. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).


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