domingo, 11 de marzo de 2018

DOMINGO 4º DE CUARESMA


“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único”

En este cuarto domingo de cuaresma celebramos el amor que Dios nos tiene y la vida que quiere para cada uno de nosotros. Y lo hacemos desde el acontecimiento de Jesucristo porque Jesús es la expresión, la encarnación de ese amor. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” y Jesús entregó su vida para la salvación de todos.

Es esta vida entregada en el día a día, en la cotidianidad, por todos aquellos que necesitan de la solidaridad, del perdón, del amor o del consuelo; es esta vida entregada hasta las últimas consecuencias, la que nos salva y la que tiene que remover nuestros corazones para convertirnos al Dios de Jesucristo y conformar nuestra vida según Él.

Hoy, vuelve a resonar en nuestros oídos la llamada que se nos hace, muy especialmente en este tiempo: “conviértete y cree en el evangelio”.

DIOS NOS HABLA. ESCUCHAMOS SU PALABRA.

I LECTURA

Este pasaje ofrece una interpretación sobre lo que fue el final del reino de Judá. La caída de Jerusalén y el exilio en Babilonia son leídos como acontecimientos de purificación del pueblo. Terminado ese tiempo, la reconstrucción del templo y de la ciudad constituyó la ocasión de un nuevo comienzo.

Lectura del segundo libro de las Crónicas Crón 36, 14-16. 19-23

Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén. El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos escarnecían a los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más remedio. Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado de la espada, y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos hasta el advenimiento del reino persa. Así se cumplió la palabra del Señor, pronunciada por Jeremías: “La tierra descansó durante todo el tiempo de la desolación, hasta pagar la deuda de todos sus sábados, hasta que se cumplieron setenta años”. En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba!”.
Palabra de Dios.
Salmo 136, 1-6

R. ¡Que no me olvide de ti, ciudad de Dios!

Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión. En los sauces de las orillas teníamos colgadas nuestras cítaras. R.

Allí nuestros carceleros nos pedían cantos, y nuestros opresores, alegría: “¡Canten para nosotros un canto de Sión!”. R.

¿Cómo podríamos cantar un canto del Señor en tierra extranjera? Si me olvidara de ti, Jerusalén, que se paralice mi mano derecha. R.

Que la lengua se me pegue al paladar si no me acordara de ti, si no pusiera a Jerusalén por encima de todas mis alegrías. R.

II LECTURA

La carta expone los efectos de la Pascua de Cristo sobre nuestras vidas: a nosotros, que vivíamos muertos por el pecado, Dios nos revivificó en Cristo. Todo esto es el amor puro que él quiso derramar sobre nuestra vida. Nos corresponde, por tanto, vivir como nuevas criaturas.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Éfeso 2, 4-10

Hermanos: Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo –¡ustedes han sido salvados gratuitamente!– y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo. Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús. Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe. Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.
Palabra de Dios.
Aclamación Jn 3, 16

Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él tenga Vida eterna.

EVANGELIO

“Y al decir: ‘De tal manera amó Dios al mundo’, indicó la inmensidad de su amor, habiendo necesidad de reconocer aquí una distancia infinita. El que es inmortal, el que no tiene principio, el que es la grandeza infinita, amó a los que están en el mundo, que son de tierra y ceniza, y están llenos de infinitos pecados. Lo que pone a continuación demuestra la cualidad de su amor; porque no dio un siervo, ni un ángel, ni un arcángel, sino su propio Hijo” (san Juan Crisóstomo, Homilía sobre san Juan, 23).


+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 3, 14-21

Dijo Jesús: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.
Palabra del Señor.

MEDITAMOS LA PALABRA DE DIOS.

 “Dios nos muestra su amor y su misericordia, Dios nos da la vida”. En esta frase podemos sintetizar las enseñanzas que nos dejan las lecturas en este cuarto domingo de cuaresma.

El antiguo pueblo de Israel ve y encuentra la actuación de Dios en medio de su propia historia y de los acontecimientos del propio pueblo. Esto nos lo encontramos en la experiencia de liberación de la esclavitud de Egipto. Una experiencia fundante y que Israel recordará año tras año. También nos lo encontramos en los profetas, aquellas personas que ponen la mirada y la palabra de Dios en medio del mundo. Y hoy, en la lectura de Crónicas, y en la figura de Ciro, nos encontramos con el instrumento de Dios que va a posibilitar el regreso de los judíos a su propia tierra. Un regreso que les va a aportar seguridad y futuro.

Esta presencia de Dios en el mundo y en la historia no se queda encerrada en estos acontecimientos o en otros semejantes sino que alcanza su plenitud en la figura de Jesucristo. Es Jesús quien, con su vida y su entrega, nos habla de Dios y de su amor hacia el ser humano y todo lo creado. No podemos olvidar que el sí definitivo de Dios a la vida en la resurrección de Cristo es el sí a todo lo que fue la vida de Jesús. Y este no hizo otra cosa que apasionarse por un “Reino” en el que todos tuviesen vida, y trabajar para que esto se hiciese realidad; no hizo otra cosa que ponerse del lado de aquellos que eran apartados o marginados por su condición de pecadores, por su condición social y luchar para que fuesen acogidos, cuidados y respetados; no hizo otra cosa que oponerse a las leyes o costumbres cuando estas oprimían a las personas. Por todo esto, lo mataron. Y por todo esto, la entrega de Jesús en la cruz y la resurrección nos hablan de salvación y de vida.

En este tiempo de cuaresma que estamos viviendo, Jesús nos sigue invitando a ser instrumentos de su amor en medio de nuestro mundo. Nos está invitando a ser instrumentos de vida para todos. Y esto porque la vida, la vida en plenitud, es no sólo para un futuro junto a Dios sino que comienza en el aquí y en el ahora. No podemos hablar del amor de Dios y de la vida en él y olvidarnos de las situaciones de muerte que hay en nuestro mundo, de las personas que sufren, de los refugiados o inmigrantes que no son acogidos, de todos los que sufren violencia, de los que pasan hambre, de la injusta distribución de la riqueza, de… Jesús nos llama a configurarnos con él y a vivir desde una entrega que da vida. Dios nos ha amado y estamos llamados a llevar ese amor a los hombres y mujeres de nuestro tiempo practicando las buenas obras que él mismo realizó.

Para ayudarnos en este camino de cuaresma y de conversión, nosotros también podemos fijarnos en las personas y acontecimientos que nos hablan del amor que Dios nos tiene y de su deseo de vida para todos. Nos podemos fijar en aquellas personas que se desgastan en la entrega a los demás; en aquellas personas que denuncian las injusticias o las situaciones de muerte que se dan en nuestro mundo; en aquellas personas que ofrecen caminos de vida a los que están faltos de ella. ¡Y estas personas existen! Son los profetas de nuestro tiempo.

Pero no olvidemos que, el mismo tiempo de cuaresma, nos deja también unas prácticas que nos pueden ayudar. La oración, porque con la práctica asidua de la misma, podemos poner nuestra mirada y nuestro pensamiento en Dios y así vivir desde la vida y el amor que Él es. El ayuno, porque si de verdad hacemos lo que Dios quiere, ayunaremos o nos abstendremos de todo aquello que nos aparta de Él y de los demás, de todo aquello que daña al otro. Y la limosna, porque ella nos habla de la solidaridad y del compromiso por un mundo más justo. Una vida donde el amor de Dios y su justicia se hagan presente.

ESTUDIO BÍBLICO.

El amor de Dios por encima de toda condena

Iª lectura: 2º Crónicas (36,14-16.19-23): Dios no castiga con la guerra.

I.1. La primera lectura toma, de una de las historias de Israel del AT (2 Crónicas 36,14-16.19-23), el tema de la catástrofe final que llevó desterrado al pueblo judío a Babilonia (a. 586 a. C), en tiempo del rey Sedecías. Es una visión más teológica que la que se nos ofrece en 2 Reyes 24,18-20. Esta situación -creen los autores de estos libros, una especie de escuela histórico-teológica-, se produjo porque Dios ya había perdido la paciencia con un pueblo que era rebelde. Pero debe quedar claro que ni es Dios quien la provoca, ni es Él quien propone este castigo de los babilonios. Es verdad que la concepción de la historia en la Biblia es una concepción sagrada y nada pasa inadvertido a Dios. No podían pensar de otra manera y desde una visión profética, más lucida, sabemos que siguiendo los “caminos de Dios” más que los intereses políticos y económicos, muchas cosas podrían evitarse. Por eso no es falsa la interpretación “teológica” de la historia; diríamos más: es necesaria. Las guerras no llegarían. No obstante, los pueblos mismos somos protagonistas de esta situación.

I.2. En el caso de Judá, sus responsables habían jugado sus cartas y sus intereses. El profeta Jeremías había advertido contra esta actitud: más que buscar reyes o emperadores en que apoyarse, había que buscar a Dios. Esto es válido, desde luego, porque un pueblo que se dedica a poner en práctica la justicia, a evitar toda guerra, encontrará caminos de paz y de armonía. Esta es la eterna lección de la historia de la humanidad. La misma propuesta hizo en su tiempo Isaías (Is 7) con  sus palabras al rey Acaz para que no entrase en la “coalición” de guerra contra Asiria; era una temeridad, aunque podría ser razonable el ansia de libertad nacional. A los autores del texto de hoy, “los cronistas”, les duele que los caldeos incendiaran la casa de Dios o no se pudiera celebrar el sábado. Pero a Dios le duele que el pueblo sufra y se vea condenado a la guerra y la violencia por causa de sus dirigentes. Esa es la verdadera casa de Dios, el pueblo, donde él habita. La “compasión de Dios” debe ser la idea determinante que se debe poner de manifiesto, porque los “dirigentes” no sienten compasión de su pueblo, sino de sus intereses nacionales y políticos.

I.3. Es lógico, por otra parte, que en esa interpretación se piense que el famoso decreto de Ciro, que permitía la vuelta de los desterrados, tiene también que ver con la mano de Dios y el cumplimiento de las palabras proféticas, en este caso de Jeremías. También es verdad que la imagen mítica del mundo que se tenía en el Oriente y que tenían los profetas, no puede menos de afirmar que Dios actúa “ocultamente”. Y son los profetas los que saben acoger el “sí” de Dios para la salvación y para poner de manifiesto que donde una vez hubo un “no” de Dios, éste no es definitivo, sino que en una verdadera perspectiva profética el “sí” siempre es el futuro del pueblo, de la historia y de la humanidad. La concepción científica de la historia no mirará las cosas desde ahí, pero tampoco podrá contradecirlas. Porque este “sí” solamente se escribe con la mano de Dios en la historia oculta de la creación. Eso quiere decir que Dios no destruye la historia de un pueblo y de nadie, en todo caso lo que debe quedar claro es que sin Dios la humanidad no sabrá encontrar la felicidad.

IIª lectura. Efesios (2,4-10): La intervención misericordiosa de Dios.

II.1. La segunda lectura  nos ofrece una reflexión impresionante del misterio de la gracia de Dios a los hombres  por medio del misterio pascual, la muerte y la resurrección de Cristo. Se ha discutido si esta carta es de Pablo o de alguno de sus discípulos, pero, en el caso concreto de este texto, nos encontramos con la teología paulina fundamental, una especie de sumario de lo que él enseñaba como su evangelio, que había recibido directamente de Dios y por lo que llevó adelante una lucha por la libertad de todos los hombres. Se habla de una reflexión bautismal en la que se quiere poner de manifiesto cómo se pasa de la muerte a la vida por la gracia de Dios. Esa es la significación más radical del bautismo y de la fe cristiana.

II.2. El poder que Dios ha mostrado resucitando a Jesús de entre los muertos  es el que nos muestra a nosotros cuando nos perdona y nos ofrece una vida nueva de gracia. Esto es lo más impresionante de esta teología bautismal que se respira en esta lectura de hoy. Se habla de la misericordia (éleos), que en el mundo griego no tenía el mismo alcance que en el ámbito cristiano; los estoicos la consideraban como una de las pasiones, aunque muchos la prefieren o la recomiendan  frente al odio: ¡qué menos! El autor habla de cómo los cristianos han sido asociados a Cristo, a su muerte y a su resurrección. Y esto es consecuencia del proyecto de misericordia que Dios tiene sobre la humanidad. Se pone de manifiesto que por medio del bautismo somos asociados a la vida nueva de Cristo, por tanto a lo que ha significado y significa la resurrección de Jesús.

Evangelio: Juan (3,14-21): De la noche a la luz, con Cristo.

III.1. El evangelio, sobre el diálogo con Nicodemo, el judío que vino de noche (desde su noche de un judaísmo que está vacío, como se había visto en el relato de las bodas de Caná), para encontrar en Jesús, en su palabra, en su revelación, una vida nueva y una luz nueva, es una de las escenas más brillantes y teológicas de la teología joánica. Es importante tener en cuenta que Nicodemo es un alto personaje del judaísmo, aunque todo eso no esté en el texto de hoy que se ha centrado en el discurso de Jesús y en sus grandes afirmaciones teológicas, probablemente de las más importantes de este evangelio. Es necesario leer todo el relato de Jn 3,1-21, pues de lo contrario se perdería una buena perspectiva hermenéutica. Digamos que este relato del c.3 de Juan seguramente fue compuesto en el mo­men­to en que personas, como Nicodemo, habían pedido a la comunidad cristiana participar en ella. De ahí ha surgido esta «homilía sobre el bautismo» entre los recuerdos de Juan de un acontecimiento parecido al que se nos relata y una reflexiones personales sobre lo que sig­nifica el bautismo cristiano. En los versículos 1 al 15 (vv. 1-15) tenemos el hecho de lo que podía suceder más o menos y palabras de Jesús que Juan ha podido conservar o aprender por la tradición. Desde los vv. 16-21 se nos ofrecen unas reflexiones personales del teólogo (es realmente un monólogo, no un diálogo en este caso), el que ha hecho la homilía de Juan, sobre la esencia de la vida cristiana en la que se entra por el bautismo.

III.2. Los vv. 16-21 aportan, pues, una reflexión del evangelista y no palabras de Jesús propiamente hablando. Esto puede causar sorpresa, pero es una de las ideas más felices de la teología cristiana. Dios ha entregado a su Hijo al mundo. En esto ha mostrado lo que le ama. Además, Dios lo ha enviado, no para juzgar o condenar, sino salvar lo que estaba perdido. Si existe alguna doctrina más consoladora que esta en el mundo podemos arrepentirnos de ser cristianos. Pero creo que no existe. El v.18 es una fuente de reflexión. La condena de los hombres, el juicio, no lo hace Dios. Lo ha dejado en nuestras manos. La cuestión está en creer o no creer en Jesús. El juicio cristiano no es un episodio último al que nos presentamos delante de un tribunal para que le diga si somos buenos o malos. ¡No! sería una equivocación ver las cosas así, como muchos las ven apoyado en Mt 25. Los cristianos experimentamos el juicio en la medida en que respondemos a lo que Señor ha hecho por nosotros. El juicio no se deja para el final, sino que se va haciendo en la medida en que vivimos la vida nueva, la nueva creación a la que hemos sido convocados. Estas imágenes de la luz y las tinieblas son muy judías, del Qumrán, pero a Juan le valen para expresar la categoría del juicio.

III.3. El evangelio de Juan es muy sintomático al respecto, ya que usa muchas figuras y símbolos (el agua, el Espíritu, la carne, la luz, el nacer de nuevo, las tinieblas) para poner de manifiesto la acción salvadora de Jesús. El diálogo es de gran altura, pero en él prevalece la afirmación de que el amor de Dios está por encima de todo. Aquí se nos ofrece una razón profunda de por qué Dios se ha encarnado: porque ama este mundo, nos ama a nosotros que somos los que hacemos el mundo malo o bueno. Dios no pretende condenarnos, sino salvarnos. Esta es una de las afirmaciones más importantes de la teología del NT, como lo había sido de la teología profética del AT. Dios no lleva al destierro, Dios no condena, Dios, por medio de su Hijo que los hombres hemos “elevado” (para usar la terminología teológica joánica del texto) a la cruz, nos salva y seguirá salvando siempre. Incluso el juicio de la historia, como el juicio que todo el mundo espera, lo establece esta teología joánica  en aceptar este mensaje de gracia y de amor. El juicio no está en que al final se nos declare buenos o perversos, sino en aceptar la vida y la luz donde está: en Jesús. (Fray Miguel de Burgos Núñez, O. P.).



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